2014 y el círculo vicioso de la inseguridad global
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2014 y el círculo vicioso de la inseguridad global

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(Infodefensa.com) Por Rafael Calduch – Durante los últimos años se ha ido articulando poco a poco el círculo vicioso de la inseguridad global. A la crisis económica desatada en Estados Unidos, la UE y Japón en 2008, se sumaron las rebeliones árabes de 2011, en su mayoría fracasados intentos de democratización política, que provocaron sendas guerras civiles en Libia y Siria. 2014 se inició con la rebelión estudiantil en Ucrania que muy pronto degeneró en un golpe de Estado popular, nunca oficialmente reconocido en Occidente, la sublevación de las regiones orientales, la adhesión de Crimea a Rusia y finalmente la guerra civil.

Paralelamente, el ISIS se alzaba con el control militar y político de territorios clave en Irak y Siria, mientras Israel desataba una intervención armada contra las milicias de Hamás en Gaza que, carente de objetivos estratégicos claros, terminaba por masacrar a la población civil palestina al tiempo que minaba la ya cuestionada posición internacional de este país.

En el Sahel la antaño posición dominante del terrorismo de al Qaeda del Magreb Islámico (AQMI) sensiblemente erosionada por la intervención francesa en Mali, daba paso al auge terrorista de Boko Haram que operando desde sus bases en Níger ha logrado un importante control en las áreas septentrionales de Nigeria. En la parte positiva, la eficacia de la lucha contra la piratería en las costas de Somalia y el Golfo de Guinea lograba reducir drásticamente el número de ataques marítimos desde los 264 de 2013 a los 72 de 2014 (con datos provisionales).

La explosión descontrolada de la epidemia del ébola en los países del África Occidental terminó afectando a la seguridad sanitaria de Estados Unidos y varios países europeos, entre ellos España, poniendo de manifiesto lo que ya se había constatado y nunca se aprendió de las epidemias anteriores (VIH, vacas locas; gripe aviar), a saber: que las amenazas locales a la salud pública pueden convertirse en pocas semanas en amenazas globales si no se adoptan de forma inmediata las medidas de prevención y erradicación de los brotes originarios.

Tampoco el tráfico aéreo ha permanecido ajeno a los envites de las catástrofes ya que si bien no han sido numerosas, según los datos de la Aviation Safety Network, han tenido un enorme impacto mediático mundial debido al alto número de víctimas, demostrando al mismo tiempo las carencias de los países afectados para aclarar sus causas, aminorar sus efectos y prevenir futuras incidencias aéreas.

En efecto, al derribo del vuelo MH17 en territorio ucraniano el 17 de Julio con 298 personas, hay que sumarle los accidentes del Lockheed en Argelia el 11 de Febrero con 76 muertos, del Boeing de Malaysia Airlines el 8 de Marzo con 239 víctimas, el derribo del Ilyushin de la Fuerza Aérea ucraniana el 14 de Junio con 49 muertos, el accidente de Swiftair en Argelia el 24 de Julio con 116 personas a bordo y el más reciente del Airbus de Indonesia AirAsia del 28 de Diciembre donde han perecido 162 víctimas. Sólo estas seis catástrofes aéreas han provocado 940 víctimas mortales

Ante semejante concurrencia de conflictos armados, terrorismo, amenazas a la salud pública y riesgos en el tráfico aéreo, la respuesta de la comunidad internacional ha estado dominada por el desconcierto estratégico, el enfrentamiento político, la incertidumbre en las decisiones y la actuación errática. Estos cuatro factores, realimentándose entre sí, han convertido el año que concluye en un período marcado por el aumento de la inseguridad tanto a nivel nacional como internacional.

Por lo que se refiere al desconcierto estratégico, resulta evidente que en el terreno económico las grandes potencias son incapaces de articular unas políticas de cooperación a medio plazo que puedan conjurar los efectos de la crisis económica que ya ha atacado los fundamentos del crecimiento económico de los BRICS, especialmente de China, Rusia y Brasil, está provocando el hundimiento del precio del petróleo y dificulta la necesaria recuperación de Estados Unidos, la UE y Japón.

Todo ello está prolongando el estancamiento de la economía mundial acompañado de la enorme volatilidad de los principales mercados financieros que, previsiblemente, continuará durante la primera mitad del nuevo año. Ante semejante escenario, la política de sanciones mutuas entre Estados Unidos y la UE, de una parte, y Rusia de otra, se ha convertido en un freno para la recuperación económica sin haber facilitado la resolución de la guerra civil en Ucrania por vías diplomáticas.

Tampoco en la dimensión militar de la seguridad se ha evitado el desconcierto estratégico que se viene arrastrando desde hace década y media. El entramado de organizaciones y sistemas de seguridad internacional, especialmente en el área euro-atlántica, con la ONU, la OTAN, la UE, la OSCE, etc. no sólo no ha facilitado su eficacia sino que ha complicado su gestión, ha mermado su operatividad debilitando su función disuasoria y ha incrementado los costes políticos y económicos requeridos por la seguridad y defensa de los países miembros.

Los ejemplos de este desconcierto en materia de defensa son numerosos pero bastará citar algunos de ellos. En la lucha contra la piratería intervienen la OTAN y la UE además de las unidades de ciertos países como China, Rusia, la India o Japón. Aunque se están alcanzando resultados a medio plazo cabría preguntarse si se ha optado por la estrategia más eficaz y eficiente.

La incapacidad disuasoria de la OTAN en la crisis y posterior guerra civil en Ucrania ha sido palmaria. Tampoco parece que la Alianza Atlántica haya sido considerada útil para combatir militarmente la expansión del ISIS ya que se ha articulado una coalición “ad hoc”, que interviene en los ataques aéreos pero que elude la acción terrestre dejando semejante tarea al desorganizado ejército iraquí, a las mal pertrechadas fuerza guerrilleras kurdas y a las unidades militares del denostado régimen sirio de Bacher al Asad.

Ni que decir de la pasividad demostrada ante el auge yihadista en Nigeria, porque si la limitada pero decidida intervención francesa en Mali logró desmantelar las bases de AQMI, tal vez cabría evaluar la necesidad de una intervención en Níger y Nigeria para acabar con esta amenaza creciente.

Este desconcierto estratégico en los ámbitos económico y de seguridad es una consecuencia directa del enfrentamiento político con Rusia, y en menor medida con China, que se ha instalado como una constante de la política exterior norteamericana desde el segundo mandato de la Administración del Presidente George W. Bush, cuando lanzó su Programa de Defensa Antimisiles ignorando su impacto en las percepciones estratégicas rusas. En aquel momento ya hubo autores que hablaron, de forma superficial y precipitada, de una vuelta a la “guerra fría”.

Es obvio que semejante escenario es altamente improbable a corto plazo, pero también es evidente que las tensiones políticas con Rusia y China se han mantenido durante la Administración Obama, a pesar de que la gobernabilidad y la seguridad en las regiones euro-atlántica, de Oriente Próximo-Medio y del Pacífico resultan inviables sin el entendimiento y el apoyo de ambas potencias. El desmantelamiento del arsenal químico sirio, la detención del programa nuclear iraní o la gestión del conflicto con Corea del Norte así lo acreditan. En cambio lo que se ha podido apreciar durante 2014 es el alineamiento de la UE con Estados Unidos en este enfrentamiento político, ignorando que los intereses económicos y de seguridad de Europa no siempre son coincidentes con los de Washington.

Naturalmente la primera derivada de este desconcierto estratégico conjugado con un estéril enfrentamiento político entre las grandes potencias mundiales es la proliferación de incertidumbres en los procesos de decisión de los Gobiernos que terminan actuando de forma errática, cuando no contradictoria, acentuando así las dificultades de la actuación concertada que requieren las amenazas y riesgos globales a los que debemos enfrentarnos.

Estados Unidos hace años que desconfía de sus aliados europeos, incapaces de acordar una acción conjunta contra el régimen sirio o de respaldar unánimemente el aumento de los presupuestos y capacidades militares en el marco de la OTAN. Por su parte Europa decide desarrollar una Política Común de Seguridad y Defensa como parte decisiva de la PESC, sin atreverse a dotarla de las decisiones y capacidades necesarias para hacerla efectiva y, por tanto, creíble. Rusia reclama la garantía de su zona de seguridad estratégica en el continente europeo, el Cáucaso Sur y Asia Central, pero al mismo tiempo se resiste a colaborar con Occidente en la estabilización de Oriente Próximo-Medio y en la resolución del problema iraní. Finalmente China mantiene una calculada expansión económica y militar en el Pacífico, intentando compensar el peso hegemónico de Washington, sin renunciar a sus reclamaciones fronterizas pero cercenando cualquier “intromisión” exterior en las cuestiones que estima de su exclusiva competencia soberana, como el futuro de Taiwán, los derechos humanos, la seguridad jurídica para las inversiones extranjeras o su encubierta tensión con Japón.

Se hace perentorio detener el círculo vicioso de la inseguridad global que año tras año va ampliando la brecha entre las amenazas y riesgos transnacionales, de una parte, y las políticas de seguridad, de otra. La decisión de normalizar las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba, tras más de medio siglo de conflicto, es un paso necesario pero insuficiente en la restauración de la agenda norteamericana para Latinoamérica. Pero no nos engañemos, sin nuevas y decididas iniciativas de las principales potencias mundiales este círculo vicioso no se detendrá y 2015 terminará con más incertidumbres y riesgos que en su inicio.

Rafael Calduch Cervera es catedrático de Relaciones Internacionales y socio de International Politica Risks Analysis SL



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