Un Arma silenciosa pero esencial
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Un Arma silenciosa pero esencial

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La promulgación de la Ley Miranda el 17 de febrero de 1915, marca el nacimiento del Arma Submarina española. Sus disposiciones son de alguna manera precursoras no sólo en cuanto a la obtención de unos buques de los que se carecía hasta ese momento, a pesar de los intentos del ilustre Peral, sino porque establecía medidas transversales para obtener la “capacidad” utilizando términos actuales: obtención de los nuevos buques, material para las “enseñanzas y prácticas”, un buque de salvamento, organización del servicio específico de submarinos con la correspondiente dotación de personal, construcción de infraestructura y establecimiento de procedimientos. Todo dentro de un marco financiero no desdeñable para la época, establecido en 110 millones de pesetas.

Desde entonces el Arma Submarina española se ha situado entre una de las más prestigiosas del mundo, contribuyendo, de forma sobresaliente, a la disuasión y defensa, al control de las aguas territoriales y a la proyección del poder nacional. Capacidades todas ellas esenciales para nuestra seguridad.

En el centenario que se celebra hoy debe subrayarse el esfuerzo de las dotaciones, que, gracias a su alto nivel de instrucción y adiestramiento, obtienen los mejores resultados posibles de unos medios que están al límite de su elasticidad operativa. Unas dotaciones que acumulan un buen número de horas de mar en misiones poco vistosas pero sin duda imprescindibles y que obligan a un esfuerzo constante para no perder su nivel de operatividad.

No cabe duda que el futuro del Arma Submarina española está sustentado en buena medida por la capacitación de sus dotaciones, pero el componente material es esencial, quizás en este caso más que en otros.

La incertidumbre del programa S80 no debe plantear dudas sobre la necesidad de una capacidad esencial para el conjunto de las misiones asignadas a las Fuerzas Armadas, que no debe perderse por un problema que, en el fondo, es coyuntural y ajeno a la voluntad y esfuerzo de nuestros submarinistas. Pero quizás sea el momento de analizar si las decisiones tomadas para abordar el programa fueron suficientemente realistas en el marco general español.

Desde el punto de vista de nivel de ambición estratégico, el programa partía de unas premisas que daban un salto cualitativo en cuanto a la demanda operativa. Se plantearon unas necesidades que imponían capacidad de actuación en un ámbito geográfico más extenso que el tradicional, alcanzando a la totalidad del Mediterráneo, para lo que se necesitaba un sistema de propulsión que garantizase suficiente autonomía. Además, se pedían unas capacidades de disuasión y acción en profundidad, sobre la base de misiles crucero, que permitirían una mayor proyección de poder y que, quizás, deberían haberse puesto en valor en el marco político, social y estratégico de nuestras verdaderas necesidades.

En el ámbito industrial, el programa se saltaba, de alguna forma, un peldaño en el proceso que se había seguido hasta el momento. Por no remontarnos demasiado atrás, la entrada en servicio en 1973 de los submarinos S60 suponía en el plano industrial y tecnológico una alianza estratégica determinada, ratificada posteriormente con la serie S70, que ya se fabricó bajo licencia en astilleros de la entonces Empresa Nacional Bazán. Esa línea de cooperación dio lugar posteriormente al proyecto Scorpene, un verdadero proyecto colaborativo que, aunque no pretendía dotar a nuestras unidades, ha tenido un éxito indudable en el mercado de exportación, en el que nuestra industria, y también nuestra Armada, jugó un papel importante.

La vocación de actuar en solitario en el ámbito de buques especialmente complejos, como son los submarinos, planteaba una apuesta con demasiadas incógnitas y riesgos que no se evaluaron de forma adecuada, como ha demostrado la evolución del programa. El proyecto del S80 quizás fuera una acertada decisión estratégica, pero tomada de forma prematura ante nuestras necesidades reales en términos de capacidades militares y a las posibilidades tecnológicas de nuestra industria.

Lo cierto es que, como ha señalado en una reciente entrevista el Comandante de la Flotilla de Submarinos, nos hemos quedado rezagados en materiales aunque el esfuerzo de nuestras dotaciones permite mantener un nivel de preparación equivalente al de otros países que han planteado renovaciones de sus flotas más acordes con sus realidades.

No parece que los que desde finales de los 90 tenían la responsabilidad de proporcionar el submarino que necesitamos hayan estado al mismo nivel que las dotaciones. Esperemos que las medidas de reconducción del programa que se están planteando permitan dar continuidad a una unidad militar que es esencial para la seguridad y defensa de España, y a la que deseamos cumpla muchos años más.



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