El éxito español
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El éxito español

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Hace algo más de un mes uno de los medios especializados de mayor prestigio en el sector publicaba un análisis de la industria de defensa española con el título “Spanish succession”. Un curioso juego de palabras para valorar el éxito, la herencia y el futuro (sucesión) del sector en nuestro país. Aunque partiendo de algunos presupuestos ciertamente discutibles, el análisis reconocía el importante papel que juega nuestra industria en el marco europeo, a pesar de la austeridad impuesta por los escasos recursos públicos destinados a nuestra defensa.

Coincidiremos desde esta ventana en que la participación en proyectos multilaterales europeos ha producido beneficios domésticos. Pero también se han realizado importantes sacrificios y renuncias que es de justicia reconocer. Un camino de esfuerzo que la industria ha recorrido de la mano de las Fuerzas Armadas, sin cuyo apoyo decidido no hubiera sido posible alcanzar la posición en la que nos encontramos.

Hace ya 40 años del cambio de régimen. En ese momento, bajo una apariencia de solidez y capacidad de suministro global, se encontraba desde el punto de vista tecnológico y de capacidad industrial en una posición poco sólida, aunque se disponía de cierta capacidad de diseño y producción en algunos sistemas. El impulso a una política de compensaciones asociadas a las adquisiciones de sistemas de armas favoreció el desarrollo del tejido industrial local. La racionalización experimentada por cuestiones internas, pero unida también a consideraciones de nuestra integración europea, permitió dar un salto cualitativo importante a costa de no pocos sacrificios. Desde el lado de la demanda se favoreció claramente la adquisición de sistemas que favorecieran el desarrollo industrial interno aún a costa de renuncias operativas.

El resultado fue que desde mediados de los 90, pero fundamentalmente desde principios de este siglo, España pudo optar a colocarse en el grupo de los cinco grandes de la defensa europea. En la cola, pero dentro del grupo.

En el sector terrestre, España mantiene capacidades propias importantes, aunque en el ámbito de los grandes sistemas (plataformas) la principal industria de referencia está integrada en un gran grupo norteamericano al que ha aportado importante capacidad de ingeniería y producción que han favorecido su presencia a nivel grupo en otros países europeos, a costa de perder capacidad de diseño propio y de un volumen importante de inversiones desde el propio Ministerio de Defensa.

En el ámbito naval, España ha pasado de ser casi un fabricante bajo licencia a ocupar un lugar importante en el mercado mundial, convirtiéndose en una referencia para otros países que toman el caso español como modelo. En este camino sin duda se han producido errores, motivados quizás por un exceso de ambición, y también esfuerzos de reconversión complejos y dolorosos.

El sector de las telecomunicaciones, o de los sistemas de información, ha sido quizás el que de forma más espectacular haya materializado el “éxito” español. Varias compañías españolas que hace tan solo un cuarto de siglo no existían o tenían una débil presencia en el mercado mundial juegan ahora un papel relevante y compiten cara a cara con otras con un grado de apoyo público significativo proporcionado desde sus países de origen.

Pero seguramente sea en el ámbito aeronáutico donde se hayan puesto de manifiesto de forma más evidente las ventajas de participar en grandes corporaciones, aunque también sus inconvenientes. La tradicional compañía de bandera española había alcanzado una capacidad de diseño y producción propia en algunos segmentos que era muy significativa. Los aviones de entrenamiento y transporte militar son los ejemplos más recurrentes. Pero no olvidemos sus capacidades en MRO o espacio. Unas capacidades industriales que se integraron a nivel europeo en el gigante ADS a cambio de obtener nuevas oportunidades en grandes proyectos o incluso nuevas capacidades, como es el caso de los helicópteros. Para ello ha sido necesario realizar un importante esfuerzo inversor. Como prueba, casi dos tercios del importe de las inversiones realizadas en programas de modernización tienen como socio industrial al gran grupo europeo. Se ha obtenido un importante desarrollo en sectores relacionados pero renunciando a soberanía propia en cuanto a capacidad de diseño y, fundamentalmente, autonomía en la toma de decisiones.

No nos cabe duda que la industria española tiene un nivel de capacitación que nada debe envidiar a otros países. Buena parte de nuestras empresas han demostrado en los años más duros de la crisis que con un buen producto se puede mejorar la presencia exterior. No debemos por tanto tener complejos a la hora de afrontar problemas que, por muy dramáticos que sean, se producen en todos los grandes programas de cualquier país.

Nuestras grandes carencias son de estabilidad financiera y, sobre todo, de planteamientos estratégicos a largo plazo. Aspectos ambos que requieren amplitud de miras en un nivel político que con demasiada frecuencia ignora la Defensa. Debemos plantearnos si no es el momento de abrir el horizonte y pensar si ciertos problemas que se nos achacan están relacionados con la escasa representación española en los órganos de decisión tanto oficiales de las instituciones como de las grandes corporaciones, donde con demasiada frecuencia se cuestiona nuestra capacidad técnica por intereses internos de algunos de nuestros socios.

El Instituto Elcano acaba de publicar su informe de presencia global 2015, donde se indica que en el ámbito de la presencia militar España ha pasado en tan solo un año del puesto 9 al 15. Una pérdida de posición que sin duda afecta también a nuestra industria de defensa, que necesita un nivel adecuado de representatividad en las grandes corporaciones multinacionales europeas y, por supuesto, en las instituciones internacionales.



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