Mar para Bolivia ¿Para qué dialogar si existe La Haya
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Mar para Bolivia ¿Para qué dialogar si existe La Haya

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(Especial Infolatam para Infodefensa) La decisión de la Corte de La Haya de declararse competente para resolver sobre la demanda presentada por Bolivia para obligar a Chile a negociar sobre una salida al mar soberana para el país altiplánico constituye una importante victoria comunicacional para Bolivia y un revés para la posición chilena que alega que, sobre ese tema, no hay nada que conversar. Pero por sobre todo, la decisión del tribunal de La Haya desnuda la incapacidad de la institucionalidad latinoamericana y de sus iniciativas de integración para solucionar los problemas y conflictos entre sus países miembros.

Si Bolivia y Chile necesitan ir a La Haya para poder dirimir sus conflictos y problemas pendientes -o para discutir sobre la existencia de dichos problemas- entonces la región entera ha fallado en lograr actuar con la madurez y seriedad necesarias para solucionar sus propios problemas.

El reclamo boliviano para recuperar una salida al océano Pacífico constituye uno de los legados más complejos de las guerras por definir fronteras que ocurrieron a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX en América Latina. La victoria chilena en la Guerra del Pacífico privó a Bolivia de una salida soberana al mar. Si bien los tratados vigentes establecieron límites y fronteras que hoy son legalmente incuestionables, la demanda boliviana por una salida al mar constituye también una causa histórica profunda y permanente que difícilmente desaparecerá solo porque Chile alegue que legalmente aquí no hay nada que discutir. Mientras Bolivia se mantenga sin un acceso soberano al mar, los bolivianos seguirán demandando ante la comunidad internacional apoyos para forzar a Chile a ofrecerles una salida al Pacífico.

Como la comunidad internacional a menudo toma partido por los más débiles -al menos en los foros internacionales y en las declaraciones públicas, aunque no acompañe sus declaraciones con hechos concretos- la postura boliviana genera más simpatías internacionalmente que la posición de Chile. Aunque Chile tenga a la legalidad de su lado, el reclamo de Bolivia tiene la simpatía internacional.

En esta material, los argumentos legales y la evidencia concreta pesan menos que la percepción popular. Para los bolivianos, la principal causa de su subdesarrollo es la falta de una salida soberana al mar. De poco sirve que Chile garantice acceso preferente a sus puertos (sin pago de impuestos) a los productos bolivianos. Tampoco importa la evidencia de que hay varios países en el mundo que han alcanzado el desarrollo sin tener mar. La reivindicación histórica boliviana sigue siendo popular en ese país. Cuando un presidente boliviano se ve en problemas de popularidad, resulta fácil echar mano al discurso nacionalista y generar un conflicto con Chile para atraer el apoyo de un pueblo que siente que Chile es el responsable de muchos de sus males y problemas.

Por otro lado, los chilenos equivocadamente creen que esta tensión se puede solucionar por la vía legal. Argumentando que no hay nada que discutir, Chile sistemáticamente se ha negado a legitimar la demanda boliviana. La política histórica chilena ha sido la de invisibilizar el reclamo boliviano y, en cambio, ofrecer diálogo sobre otros temas de integración. Pero como para Bolivia el principal tema pendiente con Chile es su salida al mar, la oferta de Chile de dialogar sobre cualquier otra cosa menos una salida soberana al mar siempre suena como una bofetada en la cara para el país altiplano.

Bolivia ha sido incapaz de lograr que las instancias de integración regional -como la OEA, Unasur o cualquiera de las múltiples iniciativas que se han sucedido en la región- tomen su demanda y la conviertan en un tema regional. Chile ha logrado frenar las iniciativas bolivianos de multilateralizar su demanda. Por eso, Bolivia optó por demandar a Chile ante La Haya para forzar una negociación. Chile objetó la competencia de la corte internacional.

La decisión de la corte de declararse competente fue celebrada como un triunfo por Bolivia. Después de todo, esta decisión—que solo implica que la Corte ahora evaluará los méritos de la demanda boliviana y los argumentos que deberá presentar Chile para sostener su negativa a negociar—es la primera y única victoria -si es que se le puede llamar así- que ha tenido Bolivia en su centenario reclamo por una salida soberana al mar.

La decisión de la corte implica que en los próximos dos años, Bolivia y Chile estarán involucrados en un juicio que determinará si Chile tiene la obligación de negociar (y potencialmente qué elementos deberán entrar en esa negociación). Como hay tratados vigentes, cualquier decisión a favor de una negociación constituirá una victoria para Bolivia, aun si la corte establece que Chile no está obligado a realizar ninguna concesión.

La decisión de Bolivia de ir a La Haya ha dado a Chile una excusa perfecta para no negociar bilateralmente con Bolivia. Si Bolivia escogió ir a La Haya, entonces que La Haya resuelva sobre la vigencia de los tratados existentes. Pero la decisión boliviana de ir a La Haya también refleja la incapacidad de ambos países de buscar una solución que sea mutuamente beneficiosa. Bolivia nunca intentó seriamente hacer una propuesta a Chile que resultara atractiva para ese país. Como el statu quo es favorable a Chile, Bolivia es la que debe moverse primero. En vez de intentar convencer y seducir a Chile, Bolivia prefirió ir a La Haya.

Pero en la incapacidad de ambos países de buscar una salida negociada se esconde también la incapacidad de los organismos de integración regionales para facilitar el diálogo entre Bolivia y Chile. Con todas las instancias de integración que existen en la región -y las múltiples cumbres presidenciales que se repiten en exceso- nunca hubo una instancia que pudiera tomar este tema y contribuir a encontrar una solución que sea mutuamente satisfactoria para Bolivia y Chile. La judicialización de la demanda boliviana constituye entonces un fracaso de las diplomacias de ambos países, pero también representa una juicio categórico contra las instancias de integración regional que han sido incapaces de convertirse en foros e instancias de dialogo que permitan a los países de la región dirimir sus diferendos sin tener que recurrir a los tribunales internacionales.

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