La hora del Eurofighter, la hora de Europa
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La hora del Eurofighter, la hora de Europa

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En 2011 el caza Eurofighter Typhoon lo tenía todo a favor para llevarse uno de los mayores encargos militares de la década: la adquisición india de hasta 126 aviones de combate por más de 10.000 millones de dólares. Al final, y a pesar de algunos informes previos que le daban como ganador, el avión elegido resultó ser el Rafale de Dassault Aviation. Precisamente un modelo francés nacido después de que París se retirara del proyecto EFA o EF2000 , como se denominaba en sus albores al Typhoon, que a la sazón es su principal competidor en el mercado mundial.

El tremendo varapalo llevó a los responsables de Eurofighter GmbH a volcar buena parte de sus esfuerzos en la integración de dos sistemas considerados fundamentales para mejorar la competitividad del aparato. Una es la adopción de un radar AESA (Active Electronically Scanned Array) y la otra el montaje de misiles Meteor. En ambos desarrollos se centró gran parte de los esfuerzos y tres años después parecen llegar los resultados.

A eso apunta la designación del Eurofighter como el mejor caza del mundo, tan solo por detrás del exorbitante F-22 Raptor norteamericano (cuesta más del doble por unidad), según el informe conocido en julio del Instituto de Servicios de Estudios de Defensa y Seguridad del Reino Unido (comúnmente citado por sus siglas RUSI). Y lo confirma el contrato por 28 aviones firmado por Kuwait este mes de septiembre: el avión atraviesa un fantástico momento.

Tras un primer semestre de 2015 en que no han dejado de sucederse las buenas noticias para el Rafale (tres encargos de 64 aviones en total repartidos entre Egipto, la India y Qatar), el turno parece llegar ahora para el Eurofighter, un programa en el que trabajan más de 100.000 personas a través de cuatrocientas empresas europeas. Es el mayor programa militar de la historia del continente, y ve la luz tras años en los que no acababa de despegar del todo en el mercado internacional, aún cuando ya formaba parte del inventario de siete países (Alemania, Reino Unido, España, Austria, Arabia Saudí y Omán), frente al único cliente, Francia, con el que contaba hasta la llegada de este año el modelo de Dassault.

Un alto ejecutivo de una de las compañías implicadas en el programa comentaba el año pasado, en un desayuno con un reducido número de periodistas especializados, que la participación directa de cuatro países en el proyecto de un solo avión estaba generando problemas de eficacia en la coordinación a los que la competencia, formada por programas de un solo gobierno y una sola industria por modelo, no tiene que enfrentarse. Es decir, frente al proyecto Eurofighter, en el que se implican Alemania, Reino Unido, Italia y España a través de las empresas Airbus Group (propietaria del 46 por ciento del negocio), BAE Systems (33 por ciento) y Alenia Aermacchi (21 por ciento), el Rafale, por ejemplo, sólo depende de un país, Francia, que lo pone todo a favor de una única empresa, Dassault Aviation, para concurrir en el mercado en las mejores condiciones. Sus explicaciones reflejaban la idea de que con varios estados en un único desarrollo siempre habrá un interés nacional que competirá con el de los demás socios por llevarse la mejor parte posible del pastel.

El argumento es impecable, pero deja a un lado un motivo básico para la unión en el que el alto ejecutivo quizá no insistió por conocido. A saber: en un mercado en el que se compite contra empresas estadounidenses tan poderosas como Boeing o Lockheed Martin, sólo la alianza de las industrias de varios países europeos puede generar un producto lo suficientemente fuerte. Se trata del discurso de los tiempos: la unión, la alianza, la fusión o la fórmula de acuerdo por la que se opte es el futuro de la industria militar europea, y en esto coinciden prácticamente todos los altos ejecutivos del sector cuando participan en cualquier foro abierto.

Esa actitud de cooperación que materializa el Eurofighter ha marcado de un modo u otro el camino a otros proyectos aeronáuticos multinacionales, como el del A-400M o el del A330 MRTT, y también a las industrias de sistemas terrestres y navales. La incipiente fusión entre la francesa Nexter y la alemana KMW para desarrollar, entre otras plataformas, tanques más competitivos, es otro ejemplo de una ruta inevitable que se alienta desde todas las esferas de la industria militar. En el sector naval también existen casos, como la producción de fragatas Fremm por parte de Francia e Italia, y el futuro parece deparar más, si se confirman las informaciones sobre la posible consolidación de una asociación entre los astilleros de esos dos mismos países DCNS y Fincantieri.

El éxito que ahora cosecha el Eurofighter evidencia que los procesos de coalición son complicados, pero que con la vista puesta en el largo plazo se pueden ver jugosos frutos. La industria militar europea ya tiene otra evidencia del camino que puede salvarle.



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