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En su intervención durante la 60 sesión de la Asamblea Parlamentaria de la OTAN, el secretario general de la organización, Jens Stoltenberg, señaló que el problema general de la organización “no es solo la cantidad que gastamos en Defensa sino en qué lo gastamos (eficacia) y en cómo lo gastamos (eficiencia)”.

La reflexión del secretario general planteaba, en definitiva, los desequilibrios producidos por las medidas adoptadas por las naciones de forma individual para afrontar sus problemas durante los años de crisis económica, sobre las capacidades militares de la Alianza y en su credibilidad como principal organización de defensa colectiva, sin que se hubiera realizado un análisis de impacto global.

El problema de la Alianza en conjunto se ha estudiado de forma detallada en un reciente trabajo publicado por la Science and Technology Organization (STO) con el título “Future Defence Budget Constraints: Challenges and Opportunities”, donde se analiza la situación de Canadá y Estados Unidos, junto con la de siete países europeos: Reino Unido, Francia, Alemania, Italia, Polonia, República Checa y Eslovaquia. El trabajo concluye que la organización debe buscar metodologías y herramientas para evaluar el impacto que las decisiones de los países miembros tienen sobre las capacidades globales. Además, plantea soluciones de fomento de la cooperación y señala algunos aspectos que son extrapolables a los países de forma individual.

Durante los años de crisis los aspectos macroeconómicos han afectado de forma significativa a los presupuestos de defensa. Mientras el marco general no mejore no deben esperarse cambios significativos. La llamada de la Alianza a fijar como objetivo el 2% del PIB estará condicionada a la evolución general de las respectivas economías. Pero incluso en algunos casos, como pudiera ser el de España, no es previsible que el crecimiento del PIB se traduzca en un incremento del esfuerzo en Defensa. El incremento estaría más ligado a la evolución de la deuda y al porcentaje sobre el presupuesto del Estado que los gobiernos quieran dedicar a la Defensa Nacional. En definitiva, a consideraciones políticas y no económicas.

Por otro lado, la evolución está muy ligada a la percepción social de la Defensa en cada uno de los países. A pesar del reconocido efecto tractor que las inversiones en defensa tiene sobre el conjunto de la economía y en su contribución a reducir los niveles de desempleo, aquellos países con baja conciencia del valor de la Defensa mantendrán unos niveles de inversión modestos.

Como factor estimulante para el incremento de las inversiones se cita, entre otros y sobre todo, la influencia de las amenazas a la seguridad de los países de la Alianza, y de los europeos en particular. No es preciso resaltar, precisamente en estos días, tras los ataques de Bruselas, la compleja situación que vivimos desde ese punto de vista. Sin embargo, no vemos desde aquí que este ataque, como los anteriores, pueda producir una reacción que lleve a los aliados a incrementar su eficacia y su eficiencia en pos de garantizar nuestra Defensa. Aunque algunos países de forma individual (Alemania, el caso más reciente) están incrementando sus presupuestos de defensa de forma significativa, no parece que esta tendencia pueda generalizarse.

El informe que mencionamos propone algunas medidas de mitigación de cara al futuro. Muchas son viejas recetas, con llamamientos a compartir capacidades y fomentar la cooperación. Otras, no por ello novedosas, plantean actuaciones más concretas.

Desde el punto de vista de la demanda se plantea la necesidad de racionalizar las capacidades disponibles actuando sobre el planeamiento de fuerzas con visión estratégica a largo plazo, de tal manera que se eliminen redundancias y se concentren los esfuerzos sobre lo realmente necesario y sobre aquellas carencias que se consideren críticas. Unas medidas que deben ir acompañadas de ajustes en organización y procedimientos para aprovechar al máximo los recursos disponibles, sin que eso implique necesariamente reducciones de unos niveles de fuerza ya muy ajustados.

Ambos aspectos, que se sitúan en un plano técnico, deben acompañarse de otras medidas de mayor contenido político, como son el adecuado control del gasto y, sobre todo, una asignación de recursos financieros en cantidad suficiente para garantizar niveles de disuasión creíbles y de respuesta militar eficaz, y en “calidad” en cuanto a procedencia de la financiación para permitir unas inversiones acordes a las necesidades y una gestión eficiente.

Un diagnóstico que está claro y para el que son válidas viejas y conocidas recetas. Solo hace falta que el enfermo reconozca la enfermedad y quiera medicarse.



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