Al otro lado de la Cultura de Defensa
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Al otro lado de la Cultura de Defensa

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Acaban de terminar los tres meses del Curso de Defensa Nacional que imparte el Centro de Estudios Superiores de la Defensa Nacional (Ceseden). Yo he sido uno de los 42 alumnos de esta edición, la número 39. He estado todos los días desde mediados de septiembre hasta mediados de diciembre rodeado de diputados, senadores, generales y empresarios, amén de funcionarios, académicos e incluso cargos de confianza de la Administración central. Y también de otra periodista, una gran periodista a la que, como a mí, sentaron al final del aula como establece el protocolo. A fin de cuentas, por mucho Chatham House que se implore, somos poco de fiar hasta que se demuestre lo contrario. De lo que no cabe duda es que aquel fue el mejor sitio para observar.

Las primeras filas las ocuparon la política de mayúsculas y el generalato con más estrellas, repartidos en dos líneas de mesas de a tres, con un soldado intercalado entre cada dos paisanos por si estos tenían preguntas en voz baja. En las últimas filas no había oficiales, así que las dudas no confesables esperaban al café, donde los militares hacían una fatigosa labor didáctica. Cada día, frente a nosotros, el mejor elenco posible de ponentes, desde secretarios de Estado a directores generales pasando por los más altos mandatarios militares, policiales y académicos. Todo un lujo traducido en vertiginosos debates posconferencia que, sin duda, alimentaban más que la propias ponencias.

El Curso abarcó todos los ámbitos del sector, desde el estratégico al político pasando por el operativo o el industrial, aderezados con didácticas visitas a bases militares nacionales y extranjeras, a empresas, a cuarteles generales... Visitas perfectamente organizadas en las que, como civil y entre otras cosas, aprendí a apreciar la máxima militar de "apresúrate y espera". No obstante, lo más destacable del curso fue sin duda la camaradería alcanzada. Pese a las corbatas y la edad, uno de los sabios del grupo lo resumía a la perfección mirando los bulliciosos corrillos del antes y el después de las clases: "Volvemos a ser cadetes".

Pero el fin último de todo esto era y es otro: difundir la denominada Cultura de Defensa, que así dicho parece referirse al Museo Naval pero no. Se refiere al derecho que tenemos los ciudadanos no solo a sentirnos sino a estar seguros. Y aquí es donde residen todos los problemas de este sector, porque los ciudadanos no tenemos ni idea de si estamos seguros o no.

¿Cuál es la realidad?

En el Curso es fácil ver que España es un país seguro, pero también que lo es únicamente porque alguien hace que lo sea. Y una parte de esa responsabilidad, la exterior, está en manos de las FFAA, una de las instituciones más profesionales del Estado español y más reconocida internacionalmente. Sin embargo, esa seguridad tiene un precio (económico y estético) que la política actual, si no consigue a cambio un rédito (votos), no está dispuesta a asumir en toda su dimensión. Y ahí está el quid de la cuestión.

En España, la política es consciente de la necesidad de ofrecer seguridad a la ciudadanía, de hecho, da igual quién gobierne, todos dicen apoyar la Cultura de Defensa, una de las pocas iniciativas que no tiene color. Sin embargo hay truco, porque mientras que se habla de defender la Defensa por un lado, por el otro se usa de arma arrojadiza. No cabe duda de que en pleno proceso de radicalización política como el que vive España es una gran herramienta. La usan de forma prudente y comedida, eso es cierto, pero cada vez la usan más.

Los ejércitos han intentado frenar esa utilización a través de la divulgación bajo una teoría: si la gente sabe lo que hay lo entenderá y los políticos no podrán usarlo. Así que se han puesto manos a la obra, se ha contratado a periodistas y se intenta contar lo que se hace, cómo se hace y con qué material. Eso sí, fallan estrepitosamente los tiempos, esas cadenas de mando que reciben, estudian y pasan arriba y abajo decisiones con tal parsimonia que hace torcer el gesto al imaginar qué pasaría si alguien decide invadirnos un buen día. Bromas aparte, todos esos esfuerzos se estrellan contra el muro de la política, sí, ese mismo que dice querer fortalecer la Cultura de Defensa.

Es curioso pero, aunque sea por motivos distintos según el partido en el gobierno, los gabinetes son infranqueables para la divulgación de la Cultura de Defensa que se supone que ellos mismos impulsan. Y lo son por una razón muy sencilla: esos gabinetes son políticos por definición y su misión es proteger a sus jefes, por lo que todo se matizará para evitar que sea usado como arma por el otro lado. En resumen, no se divulga lo que se debe divulgar. Esto ocurre en todos los ámbitos, pero la Defensa tiene un matiz, el de la seguridad de todo un país, de ahí su uso prudente, pero uso a fin de cuentas.

Baste un ejemplo, cualquier viaje a una zona donde haya tropas se enmarca en un ambiente cuasi naif para no levantar suspicacias políticas ni dar demasiado de qué hablar en la opinión pública. Nadie explica, por ejemplo, que los soldados españoles se la juegan en Mali, donde acaba de ir nuestro presidente porque, ¡ojo!, esa es nuestra frontera avanzada.

¿Alguien ha oído referirse desde el Ministerio a los grandes grupos terroristas que medran al sur de Marruecos con quien, no se nos olvide, tenemos frontera terrestre?, ¿alguien ha escuchado contar desde el Congreso que hay decenas de miles de tuaregs pertenecientes a la guardia de Gadafi, perfectamente pertrechados y entrenados, que abandonaron Libia y ahora campan por Mali y sur de Argelia?, ¿alguien ha planteado desde el Senado que en 2050 vivirán en África 2.400 millones de personas?, ¿alguien ha advertido desde Moncloa que solo con que emigre un 1% Ceuta y Melilla tendrían ante sus puertas a 24 millones de personas?

Si se le pregunta a la mayoría de los ciudadanos dirán que las tropas españolas están ahí poniendo tiritas a niños y, ya que es así, ¿para qué enviar militares?, que vaya la Cruz Roja. Ante esa realidad ¿cómo justificar que se compren vehículos como el VCR 8x8 que los protejan de artefactos explosivos?, ¿para qué, si estamos allí casi de vacaciones?

¿Qué nos pasa?

Está claro que el tema es muy serio y el Curso sin duda ayuda a valorar esa seriedad. Entonces ¿cómo hemos llegado a hurtarnos esa realidad a nosotros mismos? Pues por consenso. Tras una dictadura militar era necesario dotar de un carácter lo más pacífico posible a las FFAA, hasta el punto de que terminamos convirtiéndolas en una ONG para la opinión pública. En aquel entonces fue una decisión correcta. Y lo fue sobretodo porque la separación de poderes FFAA/política aún estaba en proceso y podía suponer un peligro para la naciente democracia.

Sin duda alguna hoy esa separación es una realidad incuestionable así que, como ya no hay peligro, hay un envalentonamiento generalizado. Lo que antaño fue un consenso de estadistas que miraron hacia las siguientes generaciones hoy es un dislate de políticos que solo piensan en las próximas elecciones. No es solo que estén empezando a desvirtuar la seguridad de todos en provecho propio, es que acentúan cualquier diferencia para afilar su arma arrojadiza. Esto, que hasta ahora tenía un recorrido lento y un uso coyuntural, hoy va a toda pastilla. ¿Por qué? Pues porque los partidos han pasado de radicalizar a sus votantes solo en campaña electoral a hacerlo todo el año (similar a lo que pasó en los años 30), como en todas las crisis económicas, así mantienen movilizado al personal 24/7.

¿Y cómo usan la Defensa?, pues poniéndole color a las FFAA, como a la bandera. Un lado del espectro político la enarbola para mostrar que son sus garantes, aunque luego no invierten en ella para no parecer demasiado radicales y perder votantes de centro, y el otro patalea y en vez de defenderla como algo de todos la rechaza, aunque luego invierte en ella para no parecer demasiado radicales y perder votantes de centro. Complejitis en estado puro. Por fortuna, las FFAA son mucho más leales que la política, callan y se dedican a hacer su trabajo.

El Curso reunió a personalidades de diversos ámbitos, todas influyentes. Personalidades con opiniones diferentes a este tema que nos ocupa según su afinidad a un partido político u a otro. Pero ocurrió una cosa, la enconada defensa inicial de la línea editorial de cada partido fue cambiando a medida que avanzaba el Curso, se compartían pensamiento y todos aprendíamos más. Argumentos de barra de bar sobre nostálgicos y símbolos religiosos por un lado o sobre venganzas y apertura de heridas por el otro pronto dejaron paso a debates sobre política exterior y seguridad. A medio Curso, un lado reconocía que se había avanzado muchísimo y el otro que sin revanchismos cualquier tradición podía cambiarse. Me sorprendió cómo el espectro político se terminaba entremezclando. Al finalizar las clases solo había una opinión: la necesidad de una Defensa fuerte, bien formada y bien pertrechada para no tener que usarla nunca.

¿Y?

Lo que saqué en claro es que con la Defensa y las FFAA pasa lo mismo que con la bandera no solo en lo negativo, sino también en lo positivo, de manera que mientras se usa políticamente enfrenta a dos bandos y es objeto de chistes o sketchs televisivos, pero si gana la selección de futbol y pierde ese estatus partidista une a todo un país.

Está claro que el uso de la Defensa en general y de las FFAA en particular como herramienta política es atractivo, sobre todo en el proceso de radicalización en el que estamos inmersos, pero también está claro que al menos los dos grandes partidos tienen momentos de debilidad en los que anteponen los intereses de los ciudadanos a los suyos. Esos instantes de debilidad son lo que llamamos Cultura de Defensa. Lo que hay que hacer es aprovechar esos momentos y la única forma de hacerlo es mediante la divulgación.

El Congreso y el Senado debe empezar a plantear debates sin eufemismos sobre temas como el incremento de la inversión al 2% que nos pide la OTAN, la compra de fragatas como las que rescatan náufragos todos los días en el Mediterráneo, la adquisición de cazas como los que defienden la frontera europea frente a Rusia como parte de la Policía del Báltico o de vehículos diseñados para que no vuelvan a morir soldados en el extranjero por la explosión de una mina. Y deben hacerlo porque la seguridad no es ninguna herramienta política y porque somos mayorcitos para entenderlo, con 40 añitos de democracia ya estamos más que preparados. El Curso es una buena prueba, cuanto más sabemos menos radicales somos en nuestros posicionamientos. El problema es que seguramente no interesa que dejemos de ser radicales.

Quizás sea hora de que la ciudadanía ponga a la política en su sitio, igual que se quita a dos hermanos el argumento de “Papá me quiere más a mi” para sentarles juntos y explicarles que Papá es de los dos y que no tomará partido por uno frente al otro, pero que estará ahí por si alguien quiere hacerles daño. Lo primero es antes, y lo primero es la seguridad de todos, ya habrá tiempo después de discutir quién es más o quién es menos.

Lo otro, lo de los símbolos y demás, ya llegará. Respetemos los tempos aunque no toquemos el final de la pieza y los aplausos se los lleven otros. La Transición sigue en marcha, no corramos más de lo necesario y, sobre todo, no le soltemos la mano. No vayamos a caernos.



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