El rapto de Europa
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El rapto de Europa

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Cuenta la leyenda que Zeus raptó a la joven Europa con el objetivo de europeizar al Oriente; Europa era y es la referencia sobre la que se ha construido el mundo libre y moderno; sin embargo, la crisis política, ética y social del Viejo Continente, está provocando que Europa, con la carga moral y estratégica que conlleva, sea raptada por los nuevos Dioses del Olimpo, algunos de los cuales habitan entre nosotros, llevándonos a la irrelevancia, lo que es sinónimo de menos bienestar y seguridad para los europeos.

El contexto internacional, el rumbo de la política exterior de Trump, el Brexit, los ataques terroristas en suelo europeo, y una tímida respuesta, con incrementos de presupuestos militares en un puñado de países europeos y con un reforzamiento institucional en el campo de la defensa, podrían llevarnos al error de pensar de que por fin Europa está asumiendo el rol que le corresponde por peso político, estratégico y económico en el mundo.

Sin embargo, no debemos confundirnos. Europa, se encuentra en un cruce de caminos estratégicos y parece tomar el camino al precipicio, mientras que muchos miembros de la Unión buscan su propio camino de seguridad al margen de la Unión, lo que concluirá también en el abismo. Prueba de esta desafección europeísta la tenemos en la reciente decisión polaca de adquirir aviones norteamericanos F-35, como antes también lo hizo de helicópteros en detrimento de las opciones europeas. Estas adjudicaciones no obedecen a cuestiones técnicas u operacionales, son decisiones estratégicas de hondo calado que muestran la pérdida de fe de algunos países fronterizos con Rusia de que Bruselas esté afrontando los problemas de seguridad en el continente.

La nueva mini Unión Europea de la Defensa, tiene ante si tres grandes retos que debe solventar con decisión y premura para no caer en el ostracismo estratégico, lo que implicará un cambio drástico de la tendencia pacifista iniciada en 1989, ya que el esquema de seguridad de la post guerra fría ya no existe.

Como señalaba recientemente el presidente Macron: "La estabilidad estratégica que se basa en un balance de fuerzas al menor nivel posible, ya no es garantía de seguridad. Detrás de la crisis de los grandes acuerdos de desarme y control de armas, lo que está en riesgo grave es la seguridad de Europa". Esto significa claramente que el modelo de escaso gasto en defensa compensado por la política y la diplomacia ya no sirve a los intereses estratégicos de Europa y nos coloca en la mayor indefensión desde 1945.

El primer reto es superar una arquitectura institucional de seguridad que cruje por todas partes.

Nuestra seguridad depende básicamente del soporte militar y nuclear de Estados Unidos, y como muestra, las próximas maniobras militares de Estados Unidos en Europa Defender 2020, un ejercicio de desembarco masivo de tropas y material americano desde sus bases al corazón de Europa, el mayor ejercicio militar en 25 años con un despliegue sin precedentes. Su objetivo, mostrar a Europa y a Rusia que, al final, la seguridad y por tanto la estrategia exterior de Europa depende del interés norteamericano, que últimamente es vacilante, por ser moderados en los términos.

Las recientes cumbres de la OTAN están siendo un ejercicio diplomático de equilibrio para mantener los pilares de la defensa común, en los que la administración americana siembra dudas cada vez que se plantea la clausula automática de defensa de los artículos V y VI del Tratado de la Alianza. Cuatro años más de Trump en la Casa Blanca pueden terminar con dinamitar el pilar de la arquitectura de seguridad europea, sin que exista una alternativa fiable y suficiente. Los acuerdos multilaterales que generaron un cierto marco de confianza en el continente en las últimas décadas están saltando por los aires y las iniciativas bilaterales presentan serias dudas sobre su virtualidad real, mientras que el Brexit deja a la Unión sin su principal aporte militar, tecnológico e industrial, lo que ya está cuestionando aspectos claves de la colaboración como el recorte en el Fondo Europeo de Defensa.

La creencia convencional dicta que Estados Unidos estará allí en caso de confrontación armada que involucre a sus socios de la OTAN, y que, en cualquier caso, los ataques a Europa probablemente serán de naturaleza no militar. Pero dicho análisis no es del todo reconfortante, especialmente a la luz de los esfuerzos estadounidenses para equilibrar a China, que inevitablemente requerirá una priorización del este de Asia sobre Europa.

Debemos empezar a considerar seriamente que la defensa europea dependerá sólo de europeos, y esta realidad nos llama a abrir debates que parecían cerrados, como incluso la capacidad de disuasión nuclear europea para hacer frente a la carrera nuclear que Rusia está claramente liderando en el continente. ¿En este nuevo escenario podemos contar con una respuesta nuclear francesa a un ataque con armas atómicas a España? La mayor garantía de seguridad es el convencimiento de que a un ataque nuclear le seguirá otro; si esta peligrosa, pero imprescindible, cadena de seguridad se quiebra, por un lado, la disuasión quedaría en cuestión y nuestra vulnerabilidad se incrementaría de forma exponencial.

Las medidas de confianza multilateral están desapareciendo entre acusaciones de incumplimientos mutuos entre Estados Unidos y Rusia El Tratado de Cielos Abiertos es una entelequia y Estados Unidos y Rusia han abandonado los tratados de fuerzas nucleares de rango intermedio, mientras que ambas potencias prueban sus nuevas armas estratégicas de destrucción total. En definitiva, el cimiento diplomático sobre el que se ha construido la seguridad europea en las últimas décadas prácticamente ya no existe.

Este nuevo contexto estratégico nos lleva al segundo reto. Los países europeos debemos reactivar el modelo de disuasión clásico de la Alianza Atlántica y ello requiere invertir miles de millones de Euros en equipos modernos, infraestructura y en capacidad de despliegue rápido de contingentes de tropas considerables en Europa; también será imprescindible abrir debates complejos relacionados con la estrategia nuclear, incluyendo el posicionamiento de misiles estadounidenses de alcance intermedio en suelo europeo.

Hasta ahora no se ha hecho nada para alertar a los ciudadanos europeos sobre estos cambios dramáticos en nuestro entorno de seguridad y menos aún explicar la necesidad de aumentar significativamente el gasto. Las amenazas y la evolución militar en Rusia y en Medio y Lejano Oriente llevan a la conclusión de que debemos advertir seriamente a los ciudadanos de que el modelo de seguridad que ha funcionado en los últimos setenta años ha quebrado y que más de lo mismo nos hace más vulnerables. Cada vez que Europa ha confiando en el sentido común de un país cuyas acciones eran crecientemente amenazadoras, el resultado ha sido nefasto.

La respuesta por defecto europea ha sido propagar soluciones multilaterales, como los intentos más recientes de Alemania de poner en marcha el control global de armas y las conversaciones sobre desarme; pero estos caminos ya no tienen cabida en el nuevo contexto internacional. Este enfoque ignora que la política de poder a la antigua usanza parece estar nuevamente de moda; el poder militar, y la voluntad de usarlo, es la moneda con la que se comercia la seguridad; sin embargo, los europeos estamos poco dispuestos a aceptar una realidad tan desagradable.

Para gran disgusto de nuestros gobiernos, el modelo militar basado en una financiación de la seguridad con deuda y déficit, y en un soldado profesional que se siente vinculado exclusivamente con el estado-nación está agotado. Las tecnologías disruptivas, y factores de todo tipo, hacen escasamente viable este modelo. Una defensa cimentada en el barro de la deuda y el déficit nos hace más débiles y elude el necesario debate estratégico.

Tener un ejército es muy caro, pero lamentablemente año tras año la alternativa es más inviable. Los gobiernos europeos tienen que justificar o maquillar el gasto militar, ya que compite con otros gastos de impacto social más inmediato y esta venta cada vez se hace más difícil para sociedades cómodamente acostumbradas a tiempos de paz y a gobiernos que satisfacen necesidades inmediatas sin límite, y con una situación económica que reduce cada vez más el pastel de los recursos públicos.

El incremento de los costes de las nuevas tecnologías provoca que un incremento de menos de dos dígitos de las inversiones militares cada año, supone una pérdida real de recursos y por tanto, una menor capacidad de disuasión que es lo que garantiza nuestra defensa. La seguridad se vuelve a medir en capacidades militares y no en declaraciones o misiones de alcance militar muy limitado. Y el problema es que los países que nos amenazan sí están haciendo sus deberes con creces, y esta realidad incrementa año tras año nuestra indefensión.

Desde el punto de vista de las inversiones y la industria, existe una creciente incapacidad para producir y comprar sistemas de armas complejos. Los cambios tecnológicos nos deberían hacer reflexionar sobre cómo Europa debe manejar la innovación para disponer de capacidades industriales armonizadas y crecientes; sin embargo, las estructuras de pensamiento y organizativas actuales difícilmente podrán digerir este auténtico cambio disruptivo para las organizaciones militares. Desde la caída del muro de Berlín, la defensa europea parece estar en continuo estado de reconstrucción, desde las reducciones masivas de armamento convencional, la transformación del comunismo a la democracia de los ejércitos del este de Europa, al creciente aislacionismo americano, la profesionalización de los ejércitos y ahora al Brexit y la polinización de la defensa europea. No hemos tenido la necesaria tranquilidad en los últimos treinta años para analizar cuidadosamente para qué necesitamos ejércitos modernos y capaces.

Los ejércitos se han transformado en agentes de mantenimiento y cumplimiento de la paz, preparados para guerras expedicionarias muy limitadas, desatendiendo su principal misión de disuasión y combate. La estrategia de seguridad europea es una continua patada adelante, intentando una y otra vez construir un ejército para atender un cierto desafío estratégico o para igualar una amenaza específica, descuidando capacidades críticas en el proceso. Esto es simplemente insostenible, ya que resulta ser demasiado costoso y perjudicial para nuestro bienestar.

Un aspecto sustancial de la crisis del modelo es la presión que sufre el personal militar profesional, que se paga de manera modesta, y que a menudo no está equipado adecuadamente mientras se le pide constantemente que haga más con menos; y que a su vez se resiente de la indiferencia social y de la falta de liderazgo político. Esta situación dinamita las capacidades reales de unas fuerzas armadas, y ante esta realidad, no podemos dar por supuesto que las personas tratadas de esta manera estarán dispuestas a servir en el combate con el sacrificio que conlleva su misión.

Pero el factor más importante que acelera la desaparición del modelo militar europeo es la incapacidad europea de pensar estratégicamente. Los europeos no tienen una comprensión clara de lo que el poder militar realmente puede lograr en el mundo de hoy y de cómo interacciona con problemas económicos y sociales del día a día. Y éste es el tercer gran reto de la Europa de la Defensa.

Resulta sorprendente que un grupo de países industrializados avanzados como son los grandes países europeos, no sean capaces de reunir suficientes recursos, incluida la voluntad política, para avanzar hacia la autonomía estratégica, y la principal razón es la ausencia de una estrategia de la guerra y la disuasión.

A juzgar por la experiencia pasada, existe el peligro de que los actuales esfuerzos europeos de cooperación en defensa no contribuyan tanto a la creación o al refuerzo de las capacidades militares autónomas europeas, como a la producción de capital político simbólico, una especie de prueba del algodón de que algo se hace, aunque nada cambie en el fondo. Estamos ante la ceremonia de la cooperación como valor supremo, mientras que detrás del escenario apenas hay avances significativos; y en el fondo, la seguridad no puede descansar en fuegos de artificio.

Los cinco grandes países europeos son presos de su historia y están agarrotados para tomar el timón de los acontecimientos. Alemania, sigue obsesionada con un pasado que ya terminó, pero que subyace en una realidad política cada vez más compleja; Francia y Reino Unido continúan aferrados a su grandeza pasada, sin asumir que el colonialismo terminó ya hace mucho tiempo. Italia está desmembrada institucionalmente y cada día más alejada mentalmente del eje franco alemán; y España que no termina de superar el distanciamiento con sus fuerzas armadas y su posicionamiento estratégico. De esta manera, los grandes elementos tractores de la seguridad y defensa en Europa están fallando a sus socios europeos que dependen de ellos para comprometerse decisivamente y esto está provocando fenómenos de abandono de la arquitectura europea de muchos países que prefieren basar su seguridad en un marco bilateral con Estados Unidos, que es otra manera de abocarse al precipicio estratégico.

Francia tiene la responsabilidad de aprender más de la cooperación en lugar de primar la independencia estratégica e industrial y debe liderar la disuasión nuclear europea; Alemania, debe tomar el liderazgo político y estratégico para proveer de seguridad a todos sus vecinos que desconfían de que sea el baluarte de su seguridad; Reino Unido tendrá que abandonar su tendencia de exclusividad bilateral o atlantista para rediseñar un modelo de colaboración más profundo con sus aliados europeos, porque la historia debería mostrarle qué complicado es involucrar a Estados Unidos en las cuestiones de seguridad en Europa; finalmente, Italia debe superar su sempiterna crisis institucional y abandonar la actual divergencia estratégica entre la Unión Europea y Estados Unidos y ser consciente de su peso político, histórico y estratégico en Europa.

España, más allá de ser partícipe de esta crisis continental, tiene un gran reto estratégico propio, sumarse de forma activa a la construcción de una defensa europea que deberá ser muy diferente del modelo que hemos creado desde la caída del muro de Berlín.

Debemos contar con un incremento de las amenazas nucleares y convencionales contra Europa y nuestro país, sin la certeza de que Estados Unidos nos cubrirá nuestras deficiencias, cuando su mirada estratégica está en el Pacífico; las tensiones y amenazas en el continente africano crecerán a medida que el desarrollo económico sin la adecuada arquitectura institucional genere más tensiones e inestabilidad, y estas dos realidades no pueden obviarse sacrificando nuestro bienestar y seguridad en beneficio de un aislacionismo estratégico que a nadie beneficia. España está perdiendo la superioridad militar en nuestra zona de influencia y sin una arquitectura europea sólida y corresponsable, estaremos ante una situación de crecientes amenazas contra intereses españoles al sur del Estrecho de Gibraltar, que no debemos ignorar.

España debe olvidar la tentación de ignorar a Europa y de convertirse en una especie de agente neutral en el mundo, que exagera los lazos con países apenas irrelevantes, que deja de lado a socios indispensables, y que minimiza las amenazas a la seguridad como mecanismo para mantener políticas sociales que tienen una inmediatez indispensable en el supersónico mundo de la política hoy en día, donde el pensamiento estratégico ni siquiera se plantea ante necesidades de hoy o de mañana. España es Europa y Occidente; y sus valores de libertad, democracia y economía de mercado son los mismos que los de nuestros socios, y ante amenazas evidentes, sólo una cooperación reforzada, sincera y comprometida nos proveerá de la seguridad que nuestros ciudadanos demandan.

España no puede ser parte activa de una defensa europea si no tiene una industria en plano de igualdad con sus competidores/socios, y ello implica más inversión y pronto, mas planeamiento estratégico con recursos, y una política que entienda que la industria de defensa constituye uno de los pilares tecnológico e industrial de nuestro país, clave para nuestro entendimiento con nuestros socios, y que asuma que nuestras decisiones políticas que afectan a la producción y comercio de armas no deben servir para beneficiar a nuestros socios/competidores sino para contribuir a una arquitectura industrial y de seguridad europea real.

Superada la crisis política y con un gobierno estable que aprobará unos presupuestos pronto, es hora de adoptar decisiones comprometidas con Europa y con nuestra seguridad. El ministerio de defensa ha dado en el último año pasos significativos, pero es ahora cuando la política debe tomar el relevo y es indispensable que España sea una locomotora del proceso de integración europea del que la defensa es, sin duda, un pilar fundamental.



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