La OTAN ante la guerra de Ucrania ¿crisis o recuperación?

La reciente guerra de Ucrania, desencadenada por la agresión de Rusia, ha provocado un debate político y mediático sobre la Alianza Atlántica, tan encendido como poco fundado. De un lado los partidarios de un discurso triunfalista asociado a la ampliación de la OTAN a Suecia y Finlandia. Frente a esta interpretación, no han faltado voces que han puesto el énfasis en las debilidades políticas internas de la OTAN, incapaz de evitar la agresión a Ucrania mediante una disuasión eficaz.

Sin duda, ambas interpretaciones aportan algunos hechos y argumentos ciertos, sin embargo, también es evidente que ambas son incompletas al ignorar o subestimar la evolución de la organización en las tres décadas precedentes. En efecto, tras el cambio decisivo en el panorama geoestratégico mundial provocado por el fin de la bipolaridad, con la desaparición del Pacto de Varsovia y la Unión Soviética, junto con la reunificación de Alemania, en los Consejos Atlánticos de Roma (1991) y Washington (1999) se llevó a cabo una reformulación estratégica y funcional de la OTAN sin alterar un ápice de los términos literales del Tratado de Washington de 1949.

La incorporación de la gestión de crisis y prevención de conflictos como una de las misiones fundamentales de la organización, implicó que la intervención militar de la OTAN podía realizarse sin que mediase un ataque a alguno de sus miembros como exigía el art. 5. También suponía que tales intervenciones podían realizarse fuera del área establecida en el art. 6. En definitiva, la OTAN se transformó de ser la estructura orgánica de una alianza defensiva transatlántica durante más de cuarenta años, a convertirse en una coalición de estados, destinada a gestionar también las medidas de seguridad colectiva de alcance regional o mundial.

La nueva prioridad geoestratégica de Estados Unidos por la región del Indo-Pacífico y el auge de China, han relegado la organización atlantista a un segundo plano en la agenda de la política exterior y de seguridad norteamericana. Al mismo tiempo, las potencias europeas optaban por una dinámica de cooperación y entendimiento con Moscú al margen de cualquier consideración de oportunidad estratégica. Todo ello explica, en buena medida, la falta de una respuesta disuasoria eficaz ante las sucesivas actuaciones militares rusas en Georgia, Siria o la anexión de Crimea.

La guerra en Ucrania ha enfrentado a los dirigentes políticos y militares de Washington y los países europeos, con la realidad de tener que responder a Rusia con todo el alcance e intensidad de sus capacidades militares y económicas. La principal contradicción de la reacción norteamericana es que dicha respuesta, en el ámbito militar, se está realizando con criterios de política nacional y eludiendo la coordinación con el resto de aliados a través de las estructuras de la OTAN para dar una respuesta conjunta y única.

En este contexto, la formulación del nuevo Concepto Estratégico en el Consejo Atlántico de Madrid (2022) y el análisis del catálogo de amenazas incluido en el Entorno Estratégico abona la percepción de que Estados Unidos quiere utilizar a la OTAN como un instrumento de su estrategia mundial, antes que como una organización para la seguridad de sus aliados en el espacio euroatlántico.

Cabe interrogarse si en semejantes condiciones la organización se ha fortalecido con el ingreso de Suecia y Finlandia o, por el contrario, terminará más debilitada por sus discrepancias internas. Como ya se ha podido constatar con las últimas ampliaciones, más aliados no significa necesariamente una mejor y más creíble defensa colectiva.