El invierno congela la estrategia en Ucrania
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Ucrania: lecciones aprendidas

El invierno congela la estrategia en Ucrania

En el plano táctico, la guerra se halla actualmente en un impasse
22/12 | Últimas noticias de la invasión rusa de Ucrania | Parte de guerra
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El comienzo del invierno boreal, cuando está a punto de finalizar un 2022 que pasará a la historia como el año en que Rusia invadió Ucrania, puede ser un momento oportuno hacer un ejercicio de reflexión sobre el punto en que se encuentra la guerra que comenzó a finales de febrero y lo que ésta supone para Europa en el terreno de la seguridad, y para atisbar el futuro, tratando de conjeturar cómo puede evolucionar a lo largo de 2023.

En el plano táctico, la guerra se halla actualmente en un impasse en el que, después de los éxitos logrados por la ofensiva ucraniana de septiembre, ninguna de las partes parece capaz de romper el frente enemigo, ni de quebrar la voluntad del adversario. Rusia parece haber retomado la iniciativa y vuelve a adoptar una actitud ofensiva, aunque muy limitada, en el sector del Donbás, e incrementa la presión sobre Ucrania mediante acciones de fuego sobre objetivos en profundidad. Ucrania, por su parte, continúa resistiendo, multiplicando su actividad diplomática para mantener vivos los apoyos que recibe de Occidente, y mejorando sus capacidades militares; recientemente, con la entrega por Estados Unidos de una batería de misiles Patriot, sistema de armas de alto valor simbólico y psicológico, pero que no va a ser por sí misma la panacea que desequilibre decisivamente la balanza, aunque sí va a reforzar de forma muy significativa la defensa aérea ucraniana.

En esta situación, ambas partes siguen preparándose para pasar el invierno, que, previsiblemente, aprovecharán para reorganizarse y rearmarse, y para planear operaciones futuras que puedan darles una ventaja sobre el adversario o, incluso, la victoria, una vez que la climatología permita retomar un mayor tempo operacional. Es difícil pronosticar a quién beneficiará el período de relativa pausa que ahora comienza, pero es razonable pensar que, a igualdad de condiciones, y si se mantienen las circunstancias actuales, la enorme base económica e industrial de Estados Unidos y Europa acabará imponiéndose a largo plazo sobre una Rusia cada vez más aislada.

Rusia seguirá tratando de abrir una brecha en el bloque occidental que apoya a Ucrania, que muestra algunas fisuras, como han demostrado las duras negociaciones en el seno de la Unión Europea para fijar un tope al precio del gas ruso, y que da síntomas de fatiga, como parece entreverse de declaraciones como las que recientemente hizo el presidente Biden instando a Zelenski a no cerrar la puerta a una negociación directa con Putin.

En el campo de batalla, Rusia intenta, en paralelo a estos esfuerzos, mejorar su situación táctica y su reputación, dañadas por el éxito de la ofensiva de Ucrania en Jersón y Jarkov, y por las acciones en profundidad que Kiev ha conseguido lanzar con eficacia en la retaguardia rusa. Algunos analistas especulan con la idea de que Moscú está preparando una gran ofensiva sobre Kiev que, quizás por anunciada, no sea muy probable. Lo que sí parece más plausible es que retome la ofensiva, aunque sea limitada, para mejorar su situación y restaurar el prestigio mellado de cara a una posible negociación que ya no parece tan lejana como antes.

Ucrania, mientras, mantiene una intensa actividad diplomática -Zelenski ha sido recibido recientemente por el presidente Biden, y ha hablado en el Congreso de los Estados Unidos- para asegurar la perseverancia en su apoyo del bloque occidental, vital para la mejora de sus capacidades militares, que se traducen en acciones cada vez más complejas y decisivas y en un estado de ánimo que lleva a Zelenski a verse capaz de recuperar todos los territorios arrebatados, incluidos los que perdió en 2014.

Con independencia de su resultado final, la guerra ha cambiado profundamente el panorama de las relaciones internacionales para devolverlas a parámetros realistas que se querían superados. El conflicto ha sacado a Europa del letargo en que se encontraba en materia de seguridad para ponerle ante los ojos las duras realidades de que la guerra convencional, librada por intereses geopolíticos no es una cosa del pasado, sino una posibilidad real, por mucho que el continente la considerase desterrada; y la de que su división política, su cultura estratégica, reacia al uso de la fuerza, y largos años de reducciones en los presupuestos de defensa, han dejado a Europa prácticamente inerme y dependiente del poder militar norteamericano.

Europa ha reaccionado a esta situación alineándose tras el estandarte enarbolado por Estados Unidos, poniendo la seguridad en el primer plano de sus preocupaciones, y tomando medidas militares, políticas, y económicas para mejorar su capacidad de defensa. Siendo esto un paso en la dirección correcta, hay que ser consciente de que los efectos plenos de estas medidas tardarán algún tiempo en hacerse sentir, pues el nivel de partida es manifiestamente bajo, y de que alcanzar la situación final deseada requiere una perseverancia en todos los países europeos que se antoja difícil de mantener una vez que callen las armas en Ucrania y se retorne a la normalidad. De poco valdrá el esfuerzo hecho si éste no es duradero.

En el terreno táctico y de procedimientos, las lecciones que van extrayéndose de la guerra, a falta de un análisis profundo, exhaustivo, y con la perspectiva del tiempo, hablan del creciente papel de los medios no tripulados -drones y loitering munitions-, empleados en roles diversos entre los que destaca la lucha contracarro; de la actualidad del carro como medio de combate eficaz que debe adaptarse a la amenaza de esos medios; de la eficacia de los lanzacohetes Himars; de la importancia de la unidad de mando; de la superioridad del sistema de “Mando orientado a la misión” que otorga una amplia iniciativa a los niveles más bajos de liderazgo; del inesperada y relativamente bajo efecto de las acciones ejecutadas en el ciberespacio; de la dificultad de mantener el secreto en las operaciones; de lo importante que es mantener constantemente una reserva de munición suficiente; y, cómo no, de lo importante que siguen resultando en la guerra moderna los valores morales y los principios del arte de la guerra, el de voluntad de vencer entre ellos.

Nos acercamos al primer aniversario de la invasión. En este momento, el futuro de la guerra resulta incierto. Desde un punto de vista sombrío, podemos considerar que el conflicto se cronifica y amenaza con alargarse durante muchos meses más sin cambios importantes en la situación, y esclerotizando una ocupación rusa que será cada vez más difícil revertir. Desde otro, más optimista, podemos pensar que la parálisis en el frente, la recuperación rusa de su maltrecha reputación guerrera y, de forma imprescindible, la presión internacional, pueden estar abriendo una ventana a la posibilidad de alcanzar un alto el fuego duradero y, en el mejor de los casos, de encontrar una salida negociada a la guerra. Si esa ventana, efectivamente, se abre, debe ser aprovechada para lograr una mejor paz, una que satisfaga a todas las partes, pero que no termine legitimando la ganancia territorial adquirida con el recurso a la fuerza. Un reto complicado, sin duda.



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