La respuesta del pueblo fue tibia, la mayoría permanecía fiel a Felipe V debido, en parte, a que las autoridades, previamente, habían amenazado con que la deserción se pagaba con la horca.Algunos de los soldados y oficiales atacantes aliados, bien situados y en una posición de seguridad, decidieron iniciar una serie de saqueos tanto en comercios como en conventos e iglesias.