​El Isaac Peral, en la línea de salida
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​El Isaac Peral, en la línea de salida

Submarino S81 Armada III
Submarino S-81 Isaac Peral. Foto: Armada
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Lo accidentado del camino recorrido por el submarino Isaac Peral hasta su entrega a la Armada el 30 de noviembre —un camino que no concluirá hasta la baja del buque, y del que quedan todavía etapas muy difíciles— ha dado lugar a interesantes debates públicos, casi siempre centrados en los aspectos técnicos o industriales del ambicioso diseño de Navantia. Más difícil es encontrar en medios abiertos un análisis de la razón de ser del nuevo submarino. ¿Es acaso un novedoso producto comercial de nuestra industria de defensa? ¿Un juguete caro para los marinos? ¿Un signo de distinción para España y su Armada? ¿Una necesidad operativa?

Lo cierto es que, dependiendo de la perspectiva del analista, el Isaac Peral puede ser cualquiera de esas cosas. Como ocurre en todas las naciones industrializadas, el presupuesto de Defensa español, además de seguridad, compra tecnología y puestos de trabajo. Nada tiene de malo diseñar y construir un submarino competitivo que pueda venderse a otras marinas. Al contrario, si, a pesar de los conocidos problemas de desarrollo —nada inusuales en un proyecto de tanta complejidad, en el que hay que diseñar a la vez la plataforma y cada uno de sus sistemas— llega a haber demanda de estos buques en un mercado muy selectivo, será porque la Armada ha acertado en la definición de sus requisitos operativos y la industria española ha sabido satisfacerlos.

¿Un juguete caro? En una institución como la Armada, que presume de poner en primer lugar a su personal —y muchas veces lo hace— tampoco hay ningún problema en valorar el plus de motivación que supone el S-80 para los sufridos submarinistas españoles. Los barcos nuevos no se construyen para cumplir los sueños de los marinos, pero puedo dar fe —en mis mejores días fui comandante de quilla de la primera de las F-100— de que sus dotaciones los disfrutan como si fueran suyos. Y, como se ha atribuido al propio Nelson, los buques felices combaten mejor.

¿Es el S-80 un signo de distinción? Puede que, ateniéndonos a la Carta de NN.UU., todas las naciones sean iguales, pero desde luego no todas juegan en la misma división. Superado el ancestral “que piensen ellos”, la capacidad de sacar adelante programas como el del nuevo submarino contribuye a hacernos, como al cerdo Napoleón y sus compañeros de la granja rebelde de Orwell, más iguales que otros. Y si nos centramos en la Armada, contar con submarinos modernos —como ocurre con otras capacidades navales muy demandadas como el ala fija o la Infantería de Marina— nos abre puertas que conducen a algunos de los lugares donde a España le conviene que estén sus marinos.

Son, como se ve, muchas y muy variadas las razones que justifican la existencia del nuevo submarino. Pero, de todas ellas, la única que puede justificar los cuatro mil millones de euros largos que cuesta el programa es, a mi modo de ver, la seguridad de los españoles. Y es ahí donde nos vamos a centrar en este artículo ¿Estaremos más seguros a partir del día de la entrega definitiva del Isaac Peral? ¿Qué servicios nos van a prestar los nuevos submarinos? En definitiva, ¿cuál es su necesidad operativa?

Planeamiento por capacidades: la caja de herramientas

Los aficionados a la historia recordarán que, hasta no hace muchas décadas, el planeamiento de fuerza —que así se llama el proceso de definición de los ejércitos que queremos tener— se centraba en la batalla decisiva con el enemigo más probable: si el adversario construye un acorazado, yo construiré dos. No era una filosofía muy buena porque provocaba carreras de armamento que, en la mayoría de los casos, iban en la dirección equivocada. Hacia el pasado más que hacia el futuro. Recuerde el lector, para ilustrar el argumento, el escaso partido que la Gran Bretaña de la Segunda Guerra Mundial sacó de los acorazados construidos para asegurarse el dominio de los mares. O, en el ámbito terrestre, la inutilidad de la línea Maginot.

Si apostar por la batalla decisiva ya era una mala idea en la primera mitad del siglo pasado, hoy lo sería mucho más. Para hacer frente a los desafíos de un futuro incierto con sistemas que evolucionan muy rápidamente y se tarda mucho en construir, es preferible centrar el planeamiento de fuerza en la generación de capacidades. Se trata de llenar una caja de herramientas con cuánto sea preciso para que el mando conjunto pueda poner en práctica los planes operativos aprobados y, como el futuro es impredecible, con cuánto ofrezca el mercado que pueda darnos ventaja en situaciones operativas que hoy ni siquiera podemos prever.

Grafico opinion garat

La caja de herramientas naval —que solo es una más de las que necesita el Mando de Operaciones— es extremadamente compleja. En sus diferentes pisos debe tener herramientas para el control del mar, para la proyección del poder naval sobre tierra y para la seguridad marítima. Herramientas sofisticadas para la alta intensidad y otras más económicas concebidas para operar en los escenarios menos demandantes. Herramientas expedicionarias —una de las señas de identidad de la Armada— pero también costeras. Herramientas genéricas, como las fragatas, capaces de hacer casi cualquier cosa sobre la mar; y otras más especializadas, como el submarino, verdadera arma de guerra —la más letal de que dispone la Armada— cuyas características encajan mejor en la parte más exigente del espectro de las operaciones navales.

El papel operacional del submarino moderno

¿Qué es lo que los submarinos pueden hacer en los escenarios bélicos de alta intensidad? Tradicionalmente, se ha venido asociando a estos buques con lo que se llamó control negativo del mar. Aunque el submarino clásico no puede explotar la superficie de forma permanente, si puede impedir que la use el enemigo para sus propósitos. En ese papel, los submarinos de la Segunda Guerra Mundial, de características todavía muy limitadas pero baratos y desplegados en números con los que hoy no cabe soñar, se mostraron muy eficaces sobre todo en el ataque al tráfico marítimo, talón de Aquiles del Imperio Británico y, aunque a menudo se olvide, también del Imperio Japonés.

Hoy, un submarino como el Isaac Peral tiene —o tendrá en momentos posteriores de su ciclo de vida— capacidades impensables entonces. Sin embargo, la esencia de este tipo de buques sigue estando en la discreción y en la letalidad. Como el tiempo pasa y la humanidad, aunque sea despacio, progresa, seguramente no veremos a nuestros S-80 hundiendo buques mercantes de extrañas banderas de conveniencia y oscuros propietarios, en una extemporánea campaña de guerra submarina sin restricciones. Ni siquiera Rusia se ha atrevido a hacerlo en el mar Negro. En el siglo XXI, el control negativo del mar ya no va eso, sino de impedir el acceso y la explotación de determinados espacios marítimos a los buques de guerra enemigos y a sus aeronaves, Seguramente es por eso —y porque, además, nos gusta modernizar nuestro vocabulario con siglas inglesas— por lo que hoy solemos llamarlo A2/AD (Anti-access/Area denial).

Los submarinos modernos son, desde el luego, mucho más versátiles que los del siglo pasado. La tecnología nos permite dotarlos de misiles de ataque a tierra que el Isaac Peral también llegará a tener. Contará con sistemas para adquirir inteligencia electrónica y óptica y podrá transportar discretamente a su objetivo equipos de operaciones especiales. Pero hay otras plataformas que pueden hacer todas esas cosas. Es en torno al concepto de A2AD donde el submarino no tiene rival, particularmente si lo que se desea es excluir a los buques enemigos de un área donde ellos hayan establecido su propia zona de exclusión.

Un solo submarino nuclear dejó en puerto a la Armada Argentina —con excepción de los submarinos, claro— en la guerra de las Malvinas. Aunque el Isaac Peral, incluso cuando tenga el AIP, tendrá las piernas mucho más cortas que el HMS Conqueror, bien puede hacer lo mismo en torno —y lo digo por recordar unos pocos lugares evocadores— al islote Perejil, las islas Canarias o cualquier otra área de donde interese excluir a los buques enemigos. Puede también bloquear puertos hostiles, incluso en zonas donde las demás herramientas de la caja conjunta no puedan operar con seguridad o eficacia. Y, como eso lo sabe el enemigo, el submarino es un arma eficaz para la gestión de crisis y, sobre todo, es la mejor baza de la Armada para contribuir a la disuasión.

¿Disuasión de qué?

Si el lector tiene la amabilidad de fijarse en el gráfico que antecede, verá que he dibujado tres líneas rojas para representar tres niveles de disuasión. La más alta es la nuclear, que en nuestro caso nos ofrecen algunos de nuestros aliados de la OTAN. La destrucción mutua asegurada ha mantenido el mundo en relativa paz durante muchas décadas, pero el coste es tan alto que, por debajo de la línea roja nuclear, cabe, por poner un ejemplo, la invasión de Ucrania —un país soberano que aspira a pertenecer a la UE e a la Alianza Atlántica— por la Rusia de Putin.

¿Cabría también la invasión de Estonia, miembro de la OTAN? ¡Quién sabe! ¿Arriesgaría el presidente norteamericano sus ciudades para defender Tallin? Honradamente, no podemos estar seguros. Y, porque necesitamos saberlo —y que lo sepan nuestros enemigos— la Alianza apuesta por una disuasión convencional complementaria, no tan poderosa como la nuclear, pero mucho más creíble en la mayoría de los supuestos. A esta disuasión, en el ámbito marítimo, hombro con hombro con los poderosos portaaviones de los EE.UU., contribuirán de forma significativa los nuevos submarinos españoles.

Por debajo de esta segunda línea roja de disuasión colectiva, todavía queda espacio para que hipotéticos regímenes norteafricanos maniobren con acciones de naturaleza híbrida que puedan perjudicar nuestros intereses. Personalmente, no tengo ninguna duda de que la improbable entrada de carros de combate de un hipotético enemigo —que desde luego no sería el Marruecos de hoy, pero podría serlo el de algún hipotético futuro— por las calles de Melilla sería respondida por la Alianza Atlántica. Pero no lo hará si lo que está en juego es la violación del statu quo del islote Perejil. Ahí es donde corresponde a los españoles establecer nuestra propia línea roja. Ahí es donde las herramientas diseñadas para las misiones más demandantes —como es el caso de los submarinos de la serie 80— tienen un papel que, contra lo que los antimilitaristas suelen denunciar, no consiste en ganar la guerra, sino en prevenirla. Ahí es donde, en mi opinión, no solo está justificado el alto coste del programa, sino, una vez que se conozcan los resultados de la evaluación operativa del primer buque de la serie, la futura ampliación.




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