(Infodefensa.com) Por Rafael Calduch Mientras en España enfrentamos la recesión económica, el paro y la quiebra moral del Estado, amenazas soberanistas incluidas, el mundo enfrenta la última crisis heredada de la guerra fría que todos creíamos superada: la declaración de guerra de Corea del Norte a Estados Unidos y Corea del Sur.
La evolución de esta crisis, arrastrada durante más una década y no resuelta a pesar de las negociaciones, suscita tres interrogantes que afectan directamente a la seguridad mundial: a) ¿se desencadenará la guerra entre las dos Coreas? B) ¿a qué se debe esta escalada provocada por el régimen de Pyongyang? y, finalmente, c) ¿cuál es la posición de China ante la crisis coreana?
La primera interrogante exige un análisis de las capacidades militares efectivas del régimen comunista de Corea del Norte para llevar a cabo un ataque directo contra Corea del Sur y/o las bases militares norteamericana en el Pacífico manteniéndose incólume tras la respuesta que ello provocaría. Resulta evidente que las autoridades norcoreanas disponen de una capacidad real para desencadenar una guerra pero no para ganarla y ni tan siquiera para lograr un resultado militar que pudiesen explotar diplomáticamente con posterioridad.
La vieja teoría de la lanza y el escudo que dominó la lógica de la bipolaridad nuclear sigue plenamente vigente. Corea del Norte posee la lanza pero carece del escudo, mientras que Estados Unidos dispone profusamente de muchas lanzas, desde los misiles estratégicos nucleares hasta los aviones stealth (B-2 y F-22 Raptor) pasando por los misiles de alcance intermedio, así como muchos escudos, que incluyen tanto la red de satélites de alerta y control como el sistema de defensa antimisiles.
Obviamente la cúpula militar de Pyongyang conoce perfectamente las capacidades conjuntas de Corea del Sur y de Estados Unidos, lo que implica que, más allá de la retórica ideológica, no ignora la escasa probabilidad de éxito de un primer ataque que sería fácilmente anticipado, pues ya no existe el factor sorpresa, y por tanto podría ser neutralizado con un ataque preventivo de la fuerza aérea norteamericana que selectivamente destruiría, total o parcialmente, las instalaciones neurálgicas del sistema de defensa norcoreano.
Si, como parece, el objetivo inmediato y directo de la escalada de tensión provocada por Pyongyang no es realizar un ataque militar directo, adquiere relevancia averiguar las causas que han llevado al nuevo dirigente Kim Jong-un a lanzarse por unos derroteros de creciente tensión militar prebélica de los que difícilmente puede salir airoso.
La respuesta a esta cuestión requiere algunas precisiones previas sobre las características de Corea del Norte, país del que se carece de suficiente información precisa pero sobre el que se conocen muy bien algunos factores estructurales. En primer término, hay que destacar el absoluto colapso económico del país que se viene arrastrando durante las últimas décadas. La hipertrofia del gasto militar, unido a la ineficacia del sistema de propiedad estatal y planificación centralizada, han condenado a la población norcoreana a una miseria sólo equiparable a la de los países más pobres y controlada mediante una represión brutal y generalizada.
En segundo lugar, la estructura del poder político, militar y económico, controlado por la minoría dirigente del país, está organizada sobre la base de clanes (grupos familiares amplios) que garantizan el relevo en los cargos institucionales mediante la sucesión hereditaria, dando así continuidad a los privilegios que acumulan. Ese sistema llevó al poder a Kim Jong-il como heredero de Kim Il-sung y así también ha llegado al poder el actual líder supremo.
Finalmente, a nadie se le oculta que, desde la guerra de Corea (1950-1953) hasta la actualidad, la supervivencia del régimen comunista de Corea del Norte sólo ha sido posible gracias al apoyo político, militar y económico de la República Popular China. Sin ese decisivo apoyo, el régimen de Pyongyang hace tiempo que se habría desintegrado en luchas intestinas o habría claudicado ante las ofertas de reunificación con Corea del Sur.
Si conjugamos estas tres consideraciones previas, podemos comprender las causas que han llevado al escenario actual. En efecto, aprovechando el proceso de sucesión política, se ha iniciado una lucha por el poder entre las distintas familias de la élite dirigente de Corea del Norte. Como es habitual en los regímenes de partido único, el cisma sucesorio está enfrentando a los clanes militaristas y defensores de la ortodoxia comunista con aquellos otros más proclives a un entendimiento con Corea del Sur y Estados Unidos que facilite una reducción del gasto en defensa para sacar a este país de la pobreza. Ello exige detener su carrera nuclear y la política de amenazas que rompen el actual equilibrio estratégico alcanzado en el Pacífico.
A tenor de las declaraciones oficiales, Kim Jong-un ha hecho una apuesta clara por el sector más belicista como medio para garantizarse el poder absoluto como líder supremo del país. Que esta opción haya sido por sus convicciones personales o por mero cálculo político resulta a estas alturas irrelevante porque le ha convertido en la personificación de la opción militarista y con ello ha sellado su futuro político al éxito o fracaso de esta política impuesta por el sector más nacionalista y radical del partido comunista norcoreano.
Pero no podemos ignorar que una parte de los dirigentes de este país han vinculado sus intereses políticos, económicos y militares a la colaboración Beijing, aliado crucial y único de Corea del Norte durante las últimas tres generaciones, lo que implica que su lealtad a los dirigentes chinos se antepone a la fidelidad al clan Kim.
Ello nos obliga a incluir en la ecuación la estrategia que está siguiendo el Gobierno de la R.P. de China ante la crisis coreana. Lo primero que hay que destacar de la estrategia china es que su objetivo irrenunciable, desde que Deng Xiaoping pusiera en marcha las reformas económicas en 1978, es lograr un crecimiento económico sostenido del país que permita la continuidad en el poder del Partido Comunista Chino, única garantía de la estabilidad política y el orden social. El discurso del nuevo Presidente Xi Jinping ante la Asamblea Nacional China avala claramente esta interpretación.
Desde esta perspectiva, no se puede ignorar que para mantener el crecimiento económico chino resultan imprescindibles el acceso a los mercados occidentales, la estabilidad financiera del dólar y su creciente abastecimiento de recursos energéticos y materias primas. Resulta evidente que todas estas condiciones son incompatibles con un escenario bélico en el área del Pacífico.
Al mismo tiempo, un objetivo estratégico del Gobierno de Beijing durante el último medio siglo, ha sido limitar la hegemonía militar norteamericana en esta región y que se mantiene gracias a sus alianzas con Japón, Australia, la India y también Corea del Sur. Ello explica la tradicional colaboración de los dirigentes chinos con los sucesivos líderes norcoreanos, como fórmula de contrapeso a la presencia norteamericana.
Aunque es cierto que sin la ayuda y tecnología nuclear chinas el régimen norcoreano jamás habría accedido a la disponibilidad de armamento atómico, no es menos cierto que en la concepción estratégica china esta disponibilidad se contemplaba sólo como un instrumento militar disuasorio cuya finalidad última era obligar a Washington y Seúl a negociar una solución definitiva a la división de la península coreana.
Sin embargo, la escalada belicista nuclear iniciada ya durante la etapa de Kim Jong-Il y continuada ahora por su hijo, ha sido fuente de una creciente desconfianza de los dirigentes comunistas chinos hacia Pyongyang hasta el punto de apoyar la Resolución 2094 del Consejo de Seguridad el 7 de Marzo de 2013 -www.un.org/ga/search/view_doc.asp?symbol=S/RES/2094(2013)- que incrementa sustancialmente las sanciones contra Corea del Norte
Es evidente que el apoyo chino a la Resolución no se adoptó sin el consentimiento del nuevo Presidente Xi Jinping aunque todavía no había sido elegido oficialmente por la Asamblea Nacional. Como también lo es que Beijing estará utilizando los grupos de poder norcoreanos que le son fieles para limitar el alcance de las decisiones belicistas del líder supremo e impedir cualquier iniciativa agresiva que haría irreversible la situación.
A la luz de todos estos datos la conclusión de este análisis es clara: la estrategia de tensión y escalada militar que ha adoptado el régimen comunista de Corea del Norte, resultará insostenible a medio plazo ya que si no va seguida de acciones agresoras perderá toda credibilidad debilitando su capacidad disuasoria y cuestionando el propio poder interno de Kim Jong-un. Por otro lado, si se produjese una improbable acción armada norcoreana tendría una respuesta militar tan directa y devastadora que haría caer el propio régimen comunista.
Tanto Estados Unidos como Corea del Sur han demostrado su firmeza política y militar ante la crisis con el anuncio de nuevas maniobras militares durante el mes de Abril, lo que implica que no se avendrán a negociar con los dirigentes norcoreanos sin unas serias garantías de desmantelamiento, aunque sólo sea parcial, del programa nuclear. Por otra parte, es previsible que el nuevo Gobierno chino intente en las próximas semanas una tarea de mediación oficiosa y encubierta entre Pyongyang y Washington con objeto de propiciar una desescalada de la crisis.
Sea cual sea la evolución de la crisis lo que ya podemos afirmar es que el líder supremo y el sector más militarista de Pyongyang han perdido apoyos exteriores y ello terminará por minar su poder interno.
Rafael Calduch Cervera es catedrático de Relaciones Internacionales y socio de International Political Risks Analysis S.L.