Tal día como hoy, 2 de agosto, pero de 1810, se desarrolla una revuelta ciudadana y una rebelión de prisioneros en la ciudad de Quito (capital de la entonces Audiencia y Cancillería Real de Quito), Ecuador. Un grupo de ciudadanos trató de liberar a varios presos para los que se pedía pena de muerte o prisión permanente debido a su participación en la Primera Junta de Gobierno Autónomo de Quito celebrada el año anterior, un Gobierno creado a raíz de la invasión napoleónica en España como inicio del proceso revolucionario en la ciudad. La protesta se acabó convirtiendo en un baño de sangre que se conoce a día de hoy como la masacre del 2 de agosto.
El primer ataque de los revolucionarios se desarrolló en la prisión. El lugar estaba escoltado por solo seis hombres, de los cuales un centinela murió apuñalado y un oficial recibió heridas graves durante el asalto. La liberación de los presos fue sencilla y todos ellos huyeron del lugar excepto cinco reclusos que se mantuvieron en sus celdas para cumplir con la justicia.
Posteriormente, el ataque rebelde se centró contra el Cuartel Real de Lima. Hasta 500 soldados trataron de defender la posición, pero el pueblo, unido, peleó con ferocidad. Mientras esto sucedía diferentes escaramuzas de los rebeldes y los cuerpos armados del Gobierno de la ciudad empezaron a combatir en las calles.
La respuesta del Gobierno
Los realistas (término por el que también se conoce a los fieles al Ejecutivo colonial) ejecutaron a los cinco presos que habían decidido no escapar y emprendieron a balazos contra los sublevados en las calles.
La masacre del 2 de agosto se saldó con entre 200 y 300 rebeldes muertos (casi un 1% de la población de Quito) mientras que los realistas confirmaron unas 200 bajas de sus soldados. El Gobierno colonial admitió haber disparado unos 20.000 tiros aquel día y modificaron las cifras oficiales asegurando que solo hubo que lamentar 80 muertos en la contienda. Para tratar de detener las tensiones, el obispo José Cuero y Caicedo salió a la calle en una procesión improvisada que fue respetada con la que acabó definitivamente la refriega.