A menos de un mes de la cumbre de la OTAN, Europa se enfrenta a un cambio en su arquitectura en Seguridad y Defensa. Entre sus propuestas, figura una modificación sustancial en la forma de medir el esfuerzo en Defensa marcando un nuevo objetivo: Incrementar el PIB destinado a defensa de cada país miembro (se habla entre el 3% y 5%). Esto para España supondría un reto financiero y una prueba de voluntad estratégica.
En 2014, nuestro país se comprometió a destinar el 2% del PIB a defensa para 2024. Durante la última década, el gasto se mantuvo muy por debajo de ese objetivo, situándose a principios de este año en el 1,28%. Recientemente, el Gobierno, obligado por las circunstancias, ha tenido que aumentar el presupuesto para llegar a ese 2%, aunque sin una hoja de ruta clara ni de compromisos presupuestarios verificables. Y ahora, con esta posible elevación del porcentaje, el desafío se multiplica.
Hablar de cifras sin contexto es estéril. La cuestión no es solo cuánto se gasta, sino para qué y cómo.
Europa ha comprendido —por fin— que la defensa es un pilar de su soberanía. El informe Draghi y las propuestas de Ursula Von der Leyen apuntan hacia una nueva era: la Defensa como inversión, como industria, como garantía de autonomía estratégica y tecnológica, sin depender de otros estados. Un mercado único de defensa, adquisiciones conjuntas, un comisario europeo del ramo... Bruselas se está moviendo. ¿Y España?
España tiene dos activos clave: unas Fuerzas Armadas altamente profesionales y un tejido industrial sólido y con capacidad de crecimiento. Pero tiene también déficits como la falta de efectivos y la actualización de los medios disponibles. Con más de 117.000 militares, carencias en especialidades técnicas, problemas de retención y una renovación tecnológica lenta, la operatividad se mantiene más por el compromiso del personal que por los recursos asignados.
Invertir en defensa no es militarizar. Es disuadir y proteger nuestro sistema democrático y el bienestar de los ciudadanos. Es asegurar que nuestros hombres y mujeres en uniforme, que hoy sirven en misiones internacionales clave —desde el Sahel hasta los países bálticos—, lo hagan con garantías. Es también crear empleo, reforzar la industria nacional, liderar en innovación y ciberseguridad. Y, sobre todo, es enviar un mensaje claro: España es un país serio, que cumple con sus aliados y con su propia responsabilidad estratégica.
La defensa necesita consenso, no anuncios vacíos. Necesita un pacto de Estado, debatirse y aprobarse en el Parlamento, para que sea un compromiso sostenido, más allá de partidos o legislaturas.
Porque el liderazgo no se improvisa: se construye. La cumbre de la OTAN marcará un antes y un después. España debe estar entre los que empujan, no entre los que frenan.