El desarrollo de la industria de defensa en Rusia es un claro ejemplo de la política impulsada por el presidente Vladimir Putin en los últimos años y Rostec su mayor herramienta en este sector. La vuelta al concepto soviético no ha sido difícil, si es que realmente alguna vez había desaparecido. La psique colectiva rusa aún no ha tenido tiempo de expulsar ese servilismo inculcado durante décadas de zares, secretarios generales y presidencias pseudodemocráticas en las que un opositor puede ser asesinado en plena calle sin mayores consecuencias. La pregunta es si todo esto beneficia o perjudica al desarrollo de Rostec y el resultado se verá en Latinoamérica, el nuevo campo de batalla de la industria de defensa.
Las cifras parecen dejar clara una cosa que es que, al menos hasta ahora, la estrategia no ha salido mal. Occidente está de capa caída y ni la caída del rublo ni las sanciones parece afectar seriamente al sector de la defensa. En este contexto, Rostec cerró 2014 con unas cifras de escándalo: 16.800 millones de dólares. Empresas como Tactical Missiles aumentaron sus beneficios en casi un 50% en un solo año, United Engine-Building más de un 25% y Russian Helicopters un 16,3%.
¿De dónde sale todo esto? Pues buena parte sale de las compras internas de un país que destina 84.500 millones de euros a gastos militares y el resto de mercados tradicionales como India, China y Pakistán, tres de los cinco países que más armamento compran del mundo. Pero Rusia no quiere quedar ahí. Ahora apuntan sus miras a aquellos países de Latinoamérica donde el pasado soviético no les da ventaja, países como Brasil Perú, Chile o Colombia, países donde los EEUU ya están posicionados, China gana enteros, Korea negocia alianzas, Israel busca su hueco y Japón intenta asomarse, amén de los europeos, históricos distribuidores en la región. La ventaja rusa es que, con una base como la que tienen para enrocarse si las cosas van mal, lanzarse al mercado internacional no parece ninguna aventura.
Pero ¿qué hay detrás de las cifras? ¿Dónde está el secreto? Durante una reciente visita a Rusia que realicé junto a un grupo internacional de periodistas hace una semana alguien preguntó en inglés a un ingeniero de Klimov si se podían hacer fotos a un motor o era secreto. El ingeniero sonrió y se encogió de hombros: “El motor no es un secreto, cualquiera puede comprarlo y desmontarlo, el secreto está en los materiales con los que está construido”. Pues bien, algo así pasa con la industria rusa.
Dos realidades distintas
Para empezar partimos de conceptos diferentes. En occidente estamos empeñados en tapar ese motor para que parezca más misterioso al salir en las fotos, hacemos un secreto del secreto para remover el mercado, el interés por lo exclusivo, por lo raro. Estamos aburridos y solo nos fijamos en lo que nos puede aportar algo de excitación. En Rusia todo esto no les importa, no tienen tiempo para ser seductores o políticamente correctos y son tan nuevos en todo esto que la excitación llega cada día de manera fluida. Han desarrollado en diez años lo que en Europa y EEUU tardamos 100 y los debates que en occidente duraron décadas en el gran gigante euroasiático se dirimen en una reunión y luego se explican a los que no asistieron. Aquí entra en juego el servilismo para entender que la mayoría simplemente acepta lo que sale de esas reuniones.
Voy a poner un ejemplo de esta afirmación: Última semana de agosto de este año. Planta de motores Klimov, los responsables de la fábrica explican que el sueldo medio de un ingeniero es de 50.000 rublos al mes, algo más de 700 euros. Desde el otro lado del micrófono los periodistas nos lanzamos a preguntar por la fuga de cerebros ante tales honorarios y nos miran extrañados. “No existe tal fuga”, nos dicen, “es un honor trabajar aquí, las condiciones sociolaborales son muy buenas y hay muchas oportunidades de ascender”. Desde el otro lado insistimos, “¿pese al bajo sueldo?” Y los gestos vuelven a ser de sorpresa: “Si”, contestan, “por lealtad patria”. Yo pregunto si eso en español se traduce como “por amor al arte” y el silencio nos rodea. La intérprete me lo aclara: “Lo están diciendo en serio”. Cuando en Kazan Helicopters explican que el sueldo medio es de 36.000 rublos, menos de 500 euros, ya no insisto.
En resumen, la inversión en personal es mínima y no hay temor a una fuga de cerebros como la que descapitalizó el país tras la caída de la URSS. “El ruso de hoy en día no protesta ni con la voz ni con los pies”, me explican a solas. Es decir, las empresas pueden jugar con la ventaja que les da el poseer plantillas fieles, bien formadas y poco exigentes. El problema llegará el día en el que los obreros que se den cuenta de lo que vale realmente su fuerza de trabajo. Y aquí es donde entra en juego la estrategia de concentración soviética impulsada por Putin. Rusia se está encerrando en sí misma y las sanciones recibidas tras el conflicto con Ucrania la están ayudando a ello. La industria militar ha buscado fronteras adentro o en su área de influencia asiática lo que hasta ahora conseguía en los mercados occidentales. En este contexto, el exacerbamiento patrio ha logrado cotas increíbles y en todas las empresas del sector hablan de la meta de la autosuficiencia y de una fecha tope: 2017.
¿Paso atrás o marketing?
La vuelta atrás parece efectiva de partida, pero ¿aguantará el envite del mercado global? Otros mucho más ideológicos que yo, como Fidel Castro, rezaban en su época “Ni un paso atrás. Ni para tomar impulso”, y otros mucho más listos, como Antonio Machado, inmortalizaron aquello de “y al volver la vista atrás/se ve la senda que nunca/se ha de volver a pisar”. ¿Esto sigue siendo aplicable? La realidad es que no hay tal realidad.
Que nadie se confíe, el paso atrás ruso tiene un matiz. En esta ocasión, el cerrojo no es más que una estrategia de marketing interno, por cierto, muy al estilo soviético. Los rusos son un pueblo acostumbrado a la pompa más que al protocolo y estos mensajes calan muy hondo. El exacerbamiento patrio pasa por la independencia absoluta de las importaciones, pero la estrategia real pasa por convertir a Rusia en un país autosuficiente únicamente en cuestiones estratégicas, como la defensa, pero sin rechazar las ventajas que puedan aportar las tecnologías y mercados exteriores. Puro y mero proteccionismo.
Las empresas que configuran Rostec no están dispuestas a echar por tierra el enorme desarrollo logrado en los últimos siete años, un desarrollo ligado principalmente a tres factores. El primero es que con el nacimiento de Rostec se ha anulado la competencia interna, donde está su mayor mercado. El segundo es que el descontrol post URSS se ha reordenado, también gracias a Rostec, regresando al anhelado modelo soviético, lo que les ha permitido avanzar sin problemas de conciencia en cuestiones como sueldos o despidos. El tercero es el mercado exterior y aquí de sovietización poco o nada. La industria rusa no solo se ha lanzado a firmar acuerdos con compañías extranjeras, tanto comerciales, como de producción o incluso formativos, que las sanciones han pasado conscientemente por alto (ni a EEUU ni a Europa les interesa apretar demasiado), sino que los rusos han empezado a buscar y tapar las deficiencias de su cadena de ventas en el exterior para hacerla más efectiva. “Estamos abiertos a cualquier tipo de colaboración, no tenemos límites”, aseguraba hace apenas quince días el director general de Rostec, Serguei Chemezov, al ser preguntado sobre la estrategia comercial de la corporación en Latinoamérica.
Y sin embargo, en medio de todo este florecimiento, hay una cuestión preocupante que, a mi entender, podría mostrar que todo esto es un espejismo que no se mantendrá eternamente. He logrado hablar durante mi viaje a Rusia con todo tipo de personas del mundo de la industria de defensa, desde obreros e ingenieros a directores generales pasando por jefes de fábrica y políticos, algunos de ellos tenían menos de 30 años y otros más de 50, pero todos, sin excepción, defendían a capa y espada el modelo soviético rescatado para el sector. Quizás los que vivieron en la URSS la recuerden como un tiempo pasado mejor y los que nacieron en la Federación de Rusia anhelen leyendas de potencia. No lo sé. Solo sé que el concepto es común y absolutamente doctrinario, “hay que concentrar todos los procesos en Rusia y la competitividad se consigue con productos baratos y de calidad”, resume cada uno de los entrevistados como una letanía. El problema del adoctrinamiento es que se lo crea hasta el que lo promulga y que termine poniéndolo por encima del propio concepto de mercado. Esto puede servir para ganar unas elecciones, pero para competir en un mercado global no es demasiado efectivo.
Las normas de un mercado global
Fabricar un producto bueno y barato es algo que hacen todas las empresas. Mecerse al ritmo del mercado es otra cosa. El producto necesita un valor añadido, puede ser trasvase de tecnología, fabricación in situ, compra de piezas o de materia prima. Rusia está entrando poco a poco en este concepto pero aún no entiende el concepto de mercado. Por una parte, no entiende que el concepto de precio está ligado al de calidad. A veces se compran cosas caras aunque no sean las mejores porque es más mediático. Por otra, carecen del concepto de “moda” o “flexibilidad del mercado”. En todas las empresas están orgullosos de la formación de sus empleados, por primera vez en la historia las fábricas han firmado convenios con las Universidades para especializar a sus obreros o crear carreras en base a nuevas necesidades, pero ese sistema tiene un fallo. Y ese fallo es precisamente la especialización. ¿Y si los mercados mañana quieren azul lo que hoy era rojo? El trabajador del mercado global debe ser flexible, adaptarse sin tener que volver a la universidad para ello y en Rusia eso no lo han comprendido. “Bueno y barato”, repiten rememorando las antiguas fábricas soviéticas de “productos irrompibles” y muy asequibles. ¿Cómo explicarles el fenómeno Primark? Cómo explicarles que la compra de material de defensa tiene un componente propagandístico que debe renovarse cada cierto tiempo, cómo explicarles que un helicóptero eterno se queda desfasado, aunque solo sea en apariencia, ofreciendo una imagen vetusta de unas Fuerzas Armadas que quieran ser modernas.
No debería ser difícil para la industria rusa acceder al fenómeno “Primark” si en ese “paso atrás” recordaran cómo vencieron en la segunda guerra mundial, o segunda guerra patriótica, como se conoce allí. No fue con un producto eterno, sino con uno basado en la efectividad sobre todo lo demás (T-34), un sencillo carro de combate diseñado en función a una premisa indiscutible: si la vida en combate de un carro es de 15 días, con construirlo para que dure 16 y armarlo hasta los dientes es suficiente. La fabricación de unidades se disparó e inundaron Europa. Frente al concepto ruso, Alemania optó por hacer los mejores carros, los más duraderos y también los que más tardaban en producirse (Panzer V). Fue arrasada.
La industria rusa ha de decidir ahora cuál será su siguiente paso y el próximo capítulo de esta película se grabará en Latinoamérica. Ver veremos.
Fotos: N.G.P.