¿A quién le preocupa la innovación
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¿A quién le preocupa la innovación

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(Infodefensa.com) Por Antonio Fonfría – A todos,… más o menos. En el caso particular de la defensa, sin embargo, parece que la preocupación es limitada. En el año 2008, el presupuesto de I+D del Ministerio de Defensa era superior a los 200 millones de euros. En 2013 esa cuantía se quedará reducida a poco más de 36 millones y no se moverá prácticamente ni en 2014 ni en 2015 ni en 2016, según las proyecciones realizadas en los Presupuestos Generales del Estado. En realidad no es una reducción, podría decirse que es una cuasi-eliminación. Obviamente, esto no responde a toda la realidad, ya que habría que incluir los organismos como el INTA, el ITM o el CEHIPAR. Además, como es conocido, el Programa 464B del Ministerio de Industria, Energía y Turismo, realiza préstamos financieros a las empresas para el desarrollo de proyectos tecnológicos industriales cualificados relacionados con Programas de Defensa. Este próximo año 2013 la cuantía de este programa será de poco más de 337 mill. de €.

Generalmente, se computan ambas cifras para expresar el esfuerzo que se realiza desde el tándem formado por ambos ministerios en el apoyo a la innovación –tómese en sentido amplio- en el ámbito militar. Sin embargo, la situación presupuestaria descrita esconde algo particularmente preocupante. Adicionalmente, la pronunciada reducción del último concepto mencionado –en 2008 fue de 746 millones de €-, lleva a cuestionarse el papel de la innovación en el proceso de generación de ventajas competitivas en el que se apoya buena parte de nuestra defensa. Más aún, lleva a preguntarse sobre la prioridad asignada a este asunto.

Desde mi punto de vista el problema se eleva sobre tres pilares básicos. El primero de ellos es el recorte –yo lo denominaría amputación- de la mayor parte de las partidas sin considerar los efectos de largo plazo que puede provocar. El segundo, se refiere a la orientación de la política tecnológica de defensa. Y el tercero a la existencia de un cambio de modelo de relaciones entre los mercados civil y militar en lo que toca a las tecnologías y a la propia estructura sectorial.

Con relación al primero de los pilares, si hay algo que se ha demostrado por activa y por pasiva, es que la innovación es un factor fundamental para el crecimiento económico. Por favor, no tiremos por la borda lo que se ha construido durante años. Robert Solow –Premio Nobel de Economía-, escribió en 1956 acerca de la importancia de la tecnología en el crecimiento. Desde entonces los países se han afanado por basar una parte de aquél sobre los cimientos de la innovación. Además, y debido a los elevados riesgos de estas inversiones, el papel del sector público en su apoyo es de una necesidad extrema, ya que si no fuese así el montante total de las mismas sería inferior al que se necesitaría para alcanzar un cierto ritmo de crecimiento económico.

En lo que respecta al segundo de los pilares, la orientación de la política tecnológica de defensa, más allá de la famosa ETID (Estrategia tecnológica de 2010) y de sus buenas intenciones, como aumentar las capacidades tecnológicas a través del aumento del gasto o aprovechar sinergias tecnológicas, lo que muestra es que hay una cierta contradicción en el seno de la misma. Esto se debe a que la política de I+D trata de apoyar a las empresas que aportan un mayor valor añadido a las FAS, lo cual apuntaría inicialmente a las grandes empresas, léase prime contractors. Pero lejos de que esta situación permita conseguir otro de los logros planteados por la ETID, esto es fomentar la competencia, se enfrenta a este último aspecto. De hecho, el aumento de la competencia supondría no financiar a través del programa 464B y dejar al mercado actuar.

Aunque el marco regulatorio, surgido de la Directiva 81/2009 y su transposición a la norma española incide en la reducción del uso de figuras como los contratos negociados sin publicidad y, a su vez, las compras del Ministerio de Defensa se realizan cada vez más a través de grandes contratos, esta situación se muestra altamente contraria al aumento competencia, ya que supone una importante barrera a la entrada a las PYME.

Finalmente, el último de los pilares se centra en el importante cambio en el modelo de relaciones que se observan en el seno del sistema de innovación civil-militar. Si hasta hace unos años la generación, compra, uso y control de las tecnologías se realizaba de manera cerrada dentro de un microclima que podemos denominar sistema de innovación militar, hoy día el empuje de las tecnologías civiles y duales, cuyo coste es reducido en comparación con aquellos desarrollos, la caída presupuestaria y la disminución del control de las tecnologías por parte de Defensa, imponen un cambio de orientación de la política tecnológica de un calado mayor de lo que se puede pensar en un principio.

La situación es compleja pero tiene soluciones –en este caso hay más de una-. No obstante todas pasan por un dicho que suele tener bastante de cierto: una política sin recursos no es una política, se queda en una mera intención. Espero que la intención se acompañe de hechos ya que en caso contrario el desfase tecnológico en el que se va a incurrir en pocos años conducirá a una doble reflexión: para qué hemos dedicado gran cantidad de recursos públicos en los últimos 20 años y qué futuro espera a la industria de defensa y por ende a las capacidades competitivas de las FAS.

Antonio Fonfría es profesor de Economía Aplicada y director del Máster en Logística y Gestión Económica de la Defensa en la Universidad Complutense de Madrid.



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