En el desayuno informativo de la secretaria de Estado de Defensa organizado por el Executive Forum, María Amparo Valcarce, del pasado 10 de junio manifestó el deseo del Ministerio de Defensa de que “nuestras industrias tienen que ganar tamaño y, desde luego, músculo financiero”. Se trata de una declaración importante del Ministerio, cuya materialización, aunque, en general, deseable, no esta exenta de dificultades que en este artículo se pretende analizar.
Ciertamente, ganar en tamaño es fundamental. Sobre todo, en un sector como el de defensa, donde las economías de escala, es decir, las relacionadas con una mayor dimensión, son especialmente importantes. De esta forma, la industria puede, afrontar proyectos más complejos, así como reducir costes y ser más competitiva. Sin embargo, el tamaño tiene que estar alineado con la demanda del mercado. Si esa demanda no es especialmente elevada, el tamaño puede ser incluso una desventaja, pues nos encontramos con unos activos que están siendo infrautilizados y pueden ser más una remora que una ventaja para la empresa. En este sentido, el tamaño puede ser también, en determinadas ocasiones, una fuente de lo que se denomina, deseconomías de escala, es decir, costes medios crecientes con el aumento de la escala. Este problema les ha ocurrido a empresas como Microsoft y IBM, como señalaron Bresnahan, Greenstein y Henderson en 2011, lo que afectó a su preparación para competir y su posición de liderazgo en el mercado.
Por lo tanto, la búsqueda de un mayor tamaño puede llegar a ser desaconsejable en ciertas ocasiones. En particular, en sectores intensivos en tecnologías, donde se producen cambios constantes en las mismas, debido a una fuerte competencia, y donde determinadas líneas de producción pueden quedar rápidamente obsoletas. En estos casos, puede ser preferible una estructura más flexible formada por consorcios, uniones temporales, o una cadena de valor formado por contratistas principales, subcontratistas y proveedores de componentes para suministrar a las fuerzas armadas los medios que precisan. Estas estructuras organizativas pueden ser más apropiadas para configurar una cadena de valor más ajustada, la cual puede variar en función del tipo de proyecto o del suministro a realizar, y dotada de las tecnologías y capacidades productivas más adecuadas. En resumen, pueden ser estructuras más útiles y eficientes, capaces de proporcionar productos mejores y con un menor coste.
Quizá, este deseo debería transformarse en lograr que nuestra industria tenga un nivel de excelencia elevado en determinados nichos o segmentos del mercado, siendo capaz de ofrecer productos y servicios de gran calidad y especialmente competitivos frente a otras empresas. En este sentido, el aumento del gasto en defensa, del que se va a beneficiar la industria puede ser una ayuda considerable para que las empresas se dotan de esas capacidades tecnológicas industriales que les permitan participar en proyectos europeos, como una organización capaz de aportar considerable valor al producto final en desarrollo o producción, independientemente de su posición dentro de la cadena de valor.
Tener músculo financiero es también necesario para afrontar un mercado cuya demanda parece que va a crecer considerablemente y en el que se prevé cambios organizativos y de medios de desarrollo o producción importantes. Esto puede requerir bien ampliaciones de capital o la concesión de préstamos a las empresas. Ciertamente, estas expectativas han llamado la atención del sector financiero que ve una oportunidad de negocio y que no quiere quedarse al margen.
Pero aquí también surgen problemas. Por una parte, la empresa puede invertir en nuevos activos necesarios para atender esta demanda, pero tiene que tener ciertas garantías que podrá remunerar a sus accionistas o pagar el préstamo a las instituciones de crédito correspondientes, un problema importante, dado los largos plazos de maduración de los proyectos de defensa. Para ello es necesario que la empresa tenga una garantía de que habrá una demanda de esos productos, pues si esta demanda no se materializa, los activos adquiridos no tendrán utilidad y su reutilización puede ser difícil, mientras que su venta siempre supondrá una pérdida respecto al valor de su compra. En un contexto, en el que el apoyo social al gasto de defensa no ha sido refrendado ampliamente por las fuerzas políticas y no existe un consenso amplio sobre este tema, existe un riesgo importante sobre la autenticidad o la futura evolución de esta demanda. Por otra parte, la complejidad de los desarrollos de defensa, donde el suministro de un sistema puede peligrar debido a los posibles problemas técnicos, asociados a la innovación, puede hacer que los tiempos se dilaten, los costes crezcan o incluso que el proyecto se cancele, creando dificultades a la empresa para pagar los dividendos o devolver el préstamo.
Todo ello, puede hacer que las entidades financieras sean renuentes a invertir en este ámbito si consideran que el riesgo de no recibir los retornos esperados es alto. En un contexto como éste, como señaló Arrow ya en 1962, los empresarios suelen mostrar aversión al riesgo, lo que puede conducir a que las inversiones en defensa sean inferiores a lo que socialmente sería necesario. Es decir, aumentar el músculo financiero de las empresas de defensa, debido a las iniciativas del sector privado es particularmente difícil y sus resultados pueden estar lejos de los esperado por el Ministerio. En estos casos y, ante ese fallo de los mercados financieros, no queda otro remedio que la Administración actúe, tomando la iniciativa invirtiendo en empresas o concediendo préstamos en condiciones favorables, en aquellos casos que por su valor social e interés lo merezcan.
En resumen, en las circunstancias actuales, no siempre el aumento del tamaño de la industria o el aumento de sus capacidades financieras es plenamente recomendable o factible. En este sentido, la Administración debería presentar una política industrial más matizada y más sensible al marco europeo en el necesariamente España va a tener que actuar, e integrarse de una forma o de otra, en los próximos años.