Alemania y la industria militar: un quiero, no quiero
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Alemania y la industria militar: un quiero, no quiero

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Alemania, el motor industrial del viejo continente también lidera la industria militar europea. Empresas de la talla y el mito de Krauss-Maffei Wegmann, Rheinmetall, ThyssenKrupp y Heckler&Koch, sitúan al país como el principal exportador de armamento de la UE gracias a desarrollos tan conocidos como sus tanques Leopard, sus fusiles de asalto G36 o sus submarinos Tipo 214. Sin embargo, y aún alimentados del orgullo germano por su tecnología, el país no se jacta en este sector en la medida en la que lo hacen por ejemplo sus vecinos franceses con el suyo. Al menos parte de la explicación de este fenómeno llega por ciertos recelos de su población hacia la producción armamentista. Son reminiscencias de su terrible primera mitad del siglo XX.

Pero en los últimos meses no se trata de que una posible desafección social pueda haber repercutido de algún modo en que las ventas de equipo militar alemán hayan caído un 43 por ciento en el último lustro (2010-2014) respecto al anterior (2005-2009). Es que el propio Ejecutivo se ha propuesta reducir la presencia de su tecnología de guerra en el mundo, y lo está consiguiendo.

La tercera legislatura de la canciller Angela Merkel se inició en diciembre de 2013 con su vicecanciller y ministro de Economía, Sigmar Gabriel, calificando de “vergüenza” que su país mantuviese una destacada posición en el mercado de armas del mundo. El también líder de la socialdemocracia germana (SPD), con la que Merkel ha pactado para sacar adelante su gabinete de gobierno, anunció entonces unos cambios de los que ahora se ven parte de sus resultados.

En el último ejercicio, la exportación de material militar alemán se redujo más de una quinta parte. Un 22 por ciento, para ser exactos, en un solo año. Son 6.500 millones de euros menos. Una cifra enorme incluso para un país que ha sido durante años el tercer mayor vendedor de armamento en el mercado internacional. Sólo le superaban dos potencias de la medida de Estados Unidos y Rusia, y ahora se ve relegada a un cuarto puesto, adelantada por la emergente China.

En Alemania aún quedan en las conciencias algunos rescoldos herederos de la Segunda Guerra Mundial y del empleo que se dio en aquella época a su potente industria militar. Es una circunstancia similar a la de Japón, aunque en este segundo caso las consecuencias son mucho más claras. El país asiático sigue desde aquel enorme conflicto sin contar oficialmente con militares, sino que sus fuerzas de autodefensa están formadas técnicamente por civiles uniformados, y hasta hace muy poco su potentísima industria no podía vender material militar al exterior. En Japón sigue pesando la visión de “mercaderes de la muerte” con el que internamente son vistas por muchos las empresas que exportan este tipo de equipos.

Lo curioso del caso alemán –en todo caso mucho menos pronunciado que el japonés– es que si el negocio de defensa debe reducir su presencia porque tampoco gusta a, al menos, parte de su Ejecutivo, la porción más odiada de la actividad debería ser la referida a la exportación de las conocidas directamente como armas de guerra –tanques, submarinos, aviones de combate, artillería–. Sin embargo en este capítulo las ventas en el exterior se doblaron ese mismo 2014 hasta alcanzar los 1.800 millones de euros.

Pero hay más paradojas: algunos de los mayores compradores militares no levantan demasiadas simpatías en el país. Es el caso demostrativo de Arabia Saudí. El reino de Oriente Medio, un comprador internacional de primer orden, es el sexto principal cliente de su sector de defensa pero para casi un 80 por ciento de los alemanes debería dejar de serlo por las violaciones de los derechos humanos que se cometen en su territorio. Así lo recogía una encuesta de primeros de año del periódico de mayor tirada de Europa: el, como no, alemán Bild. Y así lo tuvo en cuenta el Gobierno cuando por esas fechas llego a dejar de suministrar equipos militares a los saudíes por “la inestabilidad de la región”. Duró poco, apenas unas semanas después, las exportaciones militares alemanas volvían a abrirse a Arabia Saudí.

Israel también compone otro caso singular. Los contribuyentes alemanes financian parte del armamento que su país le suministra pero al mismo tiempo no siempre se muestran demasiado contentos por prestar esa ayuda. Así ocurre con el quinto submarino Dolphin que le ha entregado, del que Alemania cubre 135 millones de los 600 millones en los que está valorado. Las suspicacias germanas llegan aquí por la posibilidad de que Israel acabe armando estos buques con misiles nucleares, un tipo de armas especialmente rechazado en el país.

Y un último caso de las contradicciones: Alemania, cuyo presupuesto militar es de 46.500 millones de euros, lidera, junto con Francia, el posible fin de los recortes presupuestarios en Defensa en Europa. El país ha anunciado su intención de inyectar 8.000 millones extra a sus fuerzas armadas hasta el año 2014 en una medida, que si bien se justifica en gran parte por las necesidades de pago de su personal, también comporta la adquisición de nuevo material, incluso el simbólico regreso al servicio de un centenar de tanques Leopard 2 que llevaban tiempo almacenados en manos de su industria. Quizá a parte de su nuevo Gobierno no le guste demasiado vender material militar a otros países, pero no parece tan a disgusto en procurárselo a sí mismo.

Por otra parte, el culmen mundial de la eficacia tecnológica no se libra de cometer errores. Así le ocurrió con el programa de drones de gran capacidad Euro Hawk que tuvo que suspender, pese a haber gastado 500 millones de euros y pese a contar con la primera unidad, porque no había posibilidad de obtener los pertinentes permisos de vuelo. Otro ejemplo en este punto son los graves fallos de precisión del fusil de asalto G36, detectados ahora tras casi dos décadas de uso en la infantería alemana.

Alemania, tan firme y fiable política, económica, tecnológica e industrialmente, también tiene sus contradicciones, y como en cualquier parte, éstas le están pasando factura.



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