(Infodefensa.com) Por Ginés Soriano, Madrid La realidad se ha impuesto. Hace un mes juzgábamos que las conversaciones para una posible fusión entre EADS y BAE Systems marcarían el camino a la industria militar europea. Hoy concluimos que, con su fracaso, el malogrado proceso ha acabado por exhibir, una vez más, la falta de unidad en el viejo continente.
Europa, más que la industria, ha fallado en este proceso. La estrategia empresarial quedó relegada a un segundo plano en la fase final de las conversaciones (a principios de este mes), eclipsada por las voluntades políticas. Y en ese punto, como en tantos otros de la llamada construcción europea, el proyecto se vino abajo.
La entidad del nuevo gigante de la industria aeroespacial y de defensa (un negocio de 73.000 millones de facturación con 230.000 empleados) le hubiera permitido acceder prácticamente a todos los mercados y eclipsar incluso a la norteamericana Boeing. Sin embargo, los retornos que se hubieran generado para la desalentada industria europea, además del valioso precedente, no han podido contra la pragmática cercanía de unas elecciones en la industrial región alemana de Baviera, ni contra el ansia acaparadora de Francia, ni contra los recelos de Gran Bretaña. Después de que las empresas perfilaran su plan de acuerdos, los gobiernos sacaron sus calculadoras políticas y no fueron capaces de cuadrar las cuentas.
Estos tres gobiernos con participaciones en las dos empresas (España apenas tuvo la oportunidad de exponer su posición por el poco peso que representa en EADS, menos del 5,5%) exploraron fórmulas para seguir controlando las actividades de defensa de la nueva compañía. Su objetivo, argumentaron, era salvaguardar sus propios intereses estratégicos.
Planteado así, parecía como si la fusión hubiese podido poner en peligro la seguridad exterior de cada uno de estos países. Pero lo que con mayor certeza sus gobiernos temían, y han tratado de ocultar, es que la operación les erosionase internamente.
¿Cómo habrían observado los británicos a un gobierno que diluyese su joya de la corona armamentística en un conglomerado europeo con poderosas participaciones francesas y alemanas?, ¿cómo hubiesen entendido los alemanes que el país más fuerte del continente no albergase en su querida Múnich ninguna sede importante del gigante fusionado?, ¿cómo se hubiese encajado en Francia un acuerdo que castraba cualquier afán galo de aumentar su participación en la nueva empresa?
Los tres, además, han mostrado su temor a las consecuencias internas con un argumento más convencional: la preocupación por la conservación de los puestos de trabajo en sus respectivos territorios.
A los temores europeos también se sumaron los de un protagonista en la sombra: el mayor contratista de armas del mundo: EEUU. Los norteamericanos hubiesen rechazado cualquier configuración del futuro gigante industrial en la que algún gobierno poseyese más del 9% de su capital. Y tenían con lo que presionar, sobre todo excluyendo a BAE Systems de algunos de sus contratos de defensa.
Así, entre unos y otros los gobiernos han acabado con el proyecto de fusión por las mismas razones por las que Boeing mostró sus dudas ante las conversaciones: por el temor a perder cuotas de poder, dentro del mercado de la industria aeronáutica y de defensa, en este segundo caso; en el terreno político, en el de los primeros.
El resultado para la industria europea de seguridad y defensa en general es la pérdida de un esperanzador espejo al que otros ya habían comenzado a mirarse. Finmeccanica, el gran grupo italiano, se había visto espoleado a buscar su propia fusión con otro gigante, quizá con la francesa Thales, con lo que tendríamos a los cuatro grandes conglomerados europeos del sector fusionados en dos. No resulta muy aventurado especular que con semejantes ejemplos otras empresas hubieran emprendido el mismo camino de la unión en una ola de fusiones que muchos llevan meses anunciando en Europa.
No ha sido posible, y los grandes deberán encontrar otras fórmulas con las que salir adelante en una coyuntura presidida por los recortes presupuestarios. Son muchos los que ven con esperanza el pronunciado crecimiento de los gastos militares en otras latitudes, principalmente en Asia, pero también existen razones para no ser demasiados optimistas con esa posible salida. Una es la dificultad para acceder a esos mercados y otra la conocíamos hace unos días a través de un informe del Centro de Estudios Estratégicos Internacionales, con sede en Washington: China, India, Corea del Sur y Taiwan están aumentando sus presupuestos en defensa, sí, pero tiene más que ver con sus alto número de tropas y sus gastos de mantenimiento que con la adquisición de nuevos equipos y tecnologías de vanguardia.
Otro jarro de agua fría para una industria europea la que ya sólo parece quedarle engullir a las empresas más pequeñas para tratar de mantener cuotas de actividad. En este punto cobra mayor sentido la intención del Ejecutivo español revelada hace unos meses por el ministro de Defensa, Pedro Morenés, de proteger el activo industrial y tecnológico de las compañías de defensa españolas para evitar que, en estos tiempos de debilidad pasen a manos extranjeras. Es lo que ya ha comenzado a hacer Italia con una nueva legislación que limita la excesiva participación de firmas foráneas en determinadas industrias estratégicas nacionales. Dicho de otro modo: proteccionismo.
De este modo, la respuesta política a la intención de BAE Systems y EADS de unir las fuerzas industriales europeas para ganar fortaleza va a acabar paradojicamente por acrecentar su desunión. Los artífices del malogrado acuerdo entre BAE y EADS ya conocían el riesgo de que los intereses políticos siguiesen caminos distintos a los industriales. Uno de los objetivos que perseguían con la fusión era precisamente avanzar hacia una estructura de empresa más comercial y alejada de sus actuales dependencias gubernamentales europeas, lo que les hubiese permitido mejorar la expansión del negocio de defensa a EE UU y a otros mercados internacionales claves, como el de la India.
En definitiva, la fusión trataba de relegar la política a un segundo plano, pero esta, como todo organismo viviente, ha defendido cara su piel y ha conseguido acabar con la amenaza que ponía en peligro sus cuotas de poder en el sector.
Ahora, a los grandes de Europa, en vista de las cortapisas políticas, sólo les queda continuar uniéndose en proyectos conjuntos para programas determinados, como el Eurofighter y los misiles MBDA, que no hacen tanto ruido como una fusión de matrices. Otra cosa es que la temida fusión no tenga lugar en el seno de Europa, sino que llegue de la mano de algún grupo exterior imposible de controlar. Esa sería otra paradoja más de las maniobras políticas.
Ante las expectativas que abrían las conversaciones entre BAE y EADS, apuntábamos hace un mes que el sector parecía haber entendido que una industria nacional fortalecida no parecía suficiente para poder competir en la nueva coyuntura, pero una industrial continental sí. La salida, por tanto, era hacer más Europa, pero precisamente es Europa y sus servidumbres la que ha acabado con ello. De momento.