El siglo XXI va camino de emular al XX: crónica de una guerra anunciada
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El siglo XXI va camino de emular al XX: crónica de una guerra anunciada

Leopardo ejercito de tierra letonia
Carro Leopardo del Ejército de Tierra en Letonia. Foto: Emad
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Hace un año que comenzó la invasión fallida, hasta ahora, de Ucrania y el conflicto ya nos deja unas cifras pavorosas y unas consecuencias económicas y estratégicas terribles. Pero también, aunque no debemos regodearnos en el efecto, hemos de reconocer que Putin ha hecho más por la OTAN, por la Unión Europea y por la solidaridad de los aliados, que todos estos juntos en toda su historia, que parecía en las últimas décadas una historia de decadencia paulatina. Todos estos hechos han traído una concienciación en la clase política, pero también en la sociedad, de la necesidad de incrementar los presupuestos militares y de la existencia de una amenaza a nuestros ciudadanos y a nuestro modo de vida que procede de potencias autoritarias y militaristas.

Todos estos hechos non han llevado al convencimiento de que la industria de defensa afrontará con capacidad y prontitud los crecientes requerimientos de equipos y tecnología y de que nuestra seguridad se verá reforzada.

Pero, haríamos muy mal si cayéramos en la complacencia o el triunfalismo; definitivamente hoy el mundo está infinitamente peor que hace un año; las tormentas peligrosas a las que aludía recientemente Xi Jinping, amenazan nuestro futuro; los conflictos afloran en África donde Rusia se está convirtiendo en la nueva potencia colonialista; el extremismo y el populismo, bien alimentado desde Beijing, Moscú y Palm Beach generan una tremenda desafección, como hemos visto recientemente en Brasil, sexta economía del mundo y China se permite enviar globos espías a sobrevolar Estados Unidos y de amenazar constantemente la libertad y democracia en Taiwán. Todo este panorama es impredecible y deja el conflicto de Ucrania en una anécdota de lo que está por venir.

Suelo escuchar a menudo, que estas cosas no pueden ocurrir en España, pero recuerdo visitar Leópolis o Kiev hace unos diez años y la gente vivía con la misma tranquilidad con la que estamos nosotros aquí; así que la primera idea que debemos desterrar es que somos inmunes a esta ola belicista.

Los pasos que ha dado el Gobierno español han sido valientes y su aproximación industrial es correcta. No tendría sentido dejar pasar esta oportunidad sin reforzar nuestras capacidades industriales y tecnológicas y en consecuencia ganando en soberanía. Pero la industria no se prepara en seis meses después de años de sequía, el tamaño de nuestro sector sigue siendo pequeño, las inversiones en I+D casi inexistentes y la ausencia de un horizonte financiero comprometido del Ministerio de Defensa arruina las posibilidades de inversión.

Pero, las matemáticas no engañan y muestran el nivel de compromiso de cada país con la situación a la que nos enfrentamos, y en este campo, una vez más, el esfuerzo es insuficiente. España ha incrementado su presupuesto de modernización militar para el año 2023 en 2.000 millones de euros, pero a pesar de este incremento, nuestro presupuesto de defensa asciende en 2023 a 12.825 millones de euros (0,91% del PIB) mucho mejor, eso sí, que el 0,76% del PIB de 2022. Esto significa que para llegar al objetivo del gobierno del 2% del PIB en 2029, debemos duplicar el presupuesto en términos constantes, un reto que conociendo la realidad política y económica española se antoja muy difícil.

Frente a estos esfuerzos, veamos qué han hecho nuestros vecinos. Alemania aprobó un fondo extraordinario de 100.000 millones de euros; Francia, un incremento de 105.000 millones de euros y Reino Unido ambiciona llegar a los 100.000 millones de libras de presupuesto de defensa en 2030 (diez veces el español). Italia ha aprobado incrementar su presupuesto en 15.000 millones en dos años para alcanzar un presupuesto de 40.000 millones de euros, e incluso Polonia, una economía mucho más pequeña que la nuestra, aprobó un fondo adicional de 7.500 millones de euros para 2023 con un presupuesto que alcanzará los 20.000 millones de Euros. Esto significa que al final de este periodo España estará en peor situación comparativa de la que estamos ahora, lo que no es un buen augurio para nuestra seguridad, ni para nuestra industria.

Nos abocamos a un nuevo gran conflicto euro-mediterráneo y asiático, como ocurrió en las dos grandes guerras del siglo XX. Los pasos que se están dando siguen la misma dinámica: los bandos se van perfilando con sus alianzas, las potencias expansionistas ambicionan un nuevo equilibrio de poder, los factores religiosos y raciales vuelven a tomar impulso; China y Rusia incrementan de forma intensiva sus capacidades militares en un esfuerzo sin precedentes y las consecuencias del cambio climático están alterando los modos tradicionales de vida de muchos países. Mientras, en Occidente, la crisis moral y económica nos debilita y fomenta a los agresores a considerar la opción de atacarnos, tal como ocurrió a comienzos del siglo XX y en los años treinta.

España, consciente de su posición estratégica que la abocaban a ser el centro del campo de batalla, permaneció al margen de las anteriores guerras, pero esta vez no podrá mirar hacia otro lado, es la consecuencia de nuestra decisión en favor de la libertad y la democracia. Esta realidad, entre otras cosas, nos lleva a abordar los conflictos al otro lado del Estrecho con inteligencia y perspectiva.

Pero nuestra seguridad no solo se basa en los medios militares, hay un aspecto todavía mucho más relevante, nuestra independencia estratégica que contiene tres factores básicos, a mi juicio: energía, alimentación y economía.

España depende cada día para despertarse de una tubería subterránea que viene de un aliado de Rusia y de cuatro puertos de entrada para los buques gaseros, del agua, cada vez más escasa, del viento, de un parque nuclear escaso y del excedente de las centrales nucleares del sur de Francia. A menudo, lo deseable no es lo óptimo y debemos asumir que la soberanía energética, visto lo que ha acontecido con la guerra de Ucrania nos conduce a ser más independientes energéticamente y esto supone un impulso a la energía nuclear y a las renovables para duplicar su capacidad actual. Lo contrario es condenar nuestro futuro.

La soberanía alimentaria constituye otro factor clave. Nuestro campo languidece, sin mano de obra, con unos costes desorbitados y ya somos importadores netos de materias primas agroalimentarias y el 50% de nuestras exportaciones agroalimentarias se encuentra en el Sur y Levante, amenazadas especialmente por el cambio climático y la sequía. ¿Cómo podríamos subsistir físicamente a una grave crisis de seguridad? La renovación del campo constituye sin duda uno de los principales retos para evitar que la desertificación y el uso intensivo del agua nos conviertan en un par de generaciones en un desierto improductivo. Si no tenemos una visión global de los problemas y no abandonamos los localismos, cuestiones a las que el clima no atiende, España puede perder la mitad de su producción agraria en el este y en el sur en menos de veinte años.

Finalmente, la soberanía económica. De los últimos 150 años, España ha tenido superávit en treinta, y todos los superávits acumulados se los comió solo la crisis de 2008. Es decir que cada año necesitamos ir a los mercados a comprar el dinero que necesita nuestra Administración. Habiendo alcanzado ahora el pico de 1,5 billones de euros de deuda, casi 800.000 millones están en manos extranjeras. La más mínima tensión o desbarajuste, podríamos llevarnos al default en unas semanas. Difícilmente podemos planificar ningún horizonte económico y financiero con una amenaza tan grave, y cualquier situación de tensión con unos tipos de interés en tramos del 6%, supondrían triplicar los casi 30.000 millones que pagamos al año de intereses, es decir 100.000 millones de euros, lo que sería inasumible para el gobierno español. Es decir, esta grave situación aderezada en un entorno de inseguridad o bélico nos llevaría a una crisis económica que haría palidecer a la posguerra, especialmente cuando ya hemos alcanzado un tan alto nivel de bienestar.

Según mi calendario de la guerra, y teniendo en cuenta que el mundo se mueve mucho más deprisa hoy que hace cien años, no tenemos más de una década o dos, para adoptar medidas que nos aseguren una adecuada disuasión y la supervivencia física y como nación en caso de un conflicto global. Así que toca ponerse manos a la obra.




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