Nadie como el insigne Sordo para retratar el alma profunda de nuestra nación, con media España visceralmente enfrentada contra la otra media. Quizás, precisamente por ello, no estaba obligado a escuchar, sino sólo a observar aquello a lo que su especial perspicacia le impulsaba.
En política, nos empeñamos en imponer, que no convencer, a la otra parte nuestras ideas y decisiones, desgraciadamente en buena parte precisamente generadas en el rechazo irracional a las opciones del otro.
Para empezar, la fuente de energía más económica, segura y con menores emisiones, la hidráulica, se ha quedado sin defensores porque el Dictador la convirtió en el paradigma de solución energética y agrícola, multiplicando sus apariciones como inaugurador, acompañado de toda su, hoy tan denostada, legión de Tecnócratas. Pero no satisfechos con su desactivación, nos empeñamos en su destrucción, sin contemplar la posibilidad de conservarlas vacías en espera de lo que pueda surgir en tiempos venideros y que los agoreros del cambio climático nos indican que ineludiblemente va a suceder en relación con la disponibilidad de agua. Ni siquiera dejarlas como mero monumento a la industriosa eficacia e ingenio de nuestros apreciados ingenieros. Cómo se iba a consentir si hemos retirado la estatua ecuestre de Nuevos Ministerios, aunque mantenemos en la parcela nacional imágenes del Rey Felón, (algunas bien escondidas) a pesar de la Década Ominosa; tal vez para que nos sirva de inspiración.
Y en el mismo orden de asuntos, pero más concretamente en política exterior hemos sido capaces de transitar (mejor dar el campanazo), sin el menor amago de vergüenza, desde una línea política de tradicional aliado de los países árabes, a la foto de las Azores, para a continuación huir de Irak, en una salida acompañada por el cacareo de los aliados. Y en estos días, hemos invertido rumbo, desde la intensa colaboración comercial, industrial y tecnológica de defensa con Israel, de la que claramente éramos los beneficiarios, a la condición de paladines de la condena incondicional y la calificación de estado genocida.
En la anterior aventura no se puede obviar que Noruega e Irlanda nos han acompañado, y recientemente Francia, que lo ha hecho especialmente notorio en el Salón de Le Bourget, aunque con algo menos de furor.
Y para completar el escenario, que al entender de muchos analistas nos deja asomados al mismísimo borde del abismo de las relaciones internacionales en el ámbito de Occidente, cual si nos estuviéramos haciendo un selfie, está nuestra postura en cuanto a las inversiones en defensa acordadas en la reciente cumbre OTAN de La Haya. No son pocos los que, con cierta razón, afirman que el compromiso del 5% es inalcanzable; pero que se espera que las próximas elecciones en EE.UU. y una ínfima posibilidad de raciocinio en el Kremlin, proporcionen una vía de salida que amortigüe la encerrona que supondrá el incremento exponencial del gasto, en competencia con los otros programas europeos: de mejora de la competitividad (Draghi, Letta), Pacto Verde, Rearme; y todo ello intentando que la deuda no estalle fuera de control; navegando la batalla por los aranceles entre aliados, y pillados enmedio de la confrontación chino-norteamericana.
El compromiso de la inversión en defensa sirve como indicador de la voluntad política de contribuir a los esfuerzos aliados para la defensa común; puesto que las capacidades de cada miembro forman parte de la percepción global de la credibilidad de la Alianza como organización. La cifra del 2% data de la cumbre de Praga de 2002, donde fue establecida como un compromiso, aunque legalmente no obligatorio, coincidente con el porcentaje de inversión en defensa de los miembros europeos de la Alianza en ese año; pero no fue hasta 2014, como consecuencia de la invasión de Crimea, que los aliados acordaron en la Cumbre de Cardiff alcanzar el 2% del PIB en 2024, del que el 20% sería invertido en equipamiento. En lo que concierne a la cumbre de La Haya, la primera mención pública al 5% por el presidente electo se produjo el martes 7 de enero de este año, lo que no por esperado dejó de sorprender por representar un aumento significativo sobre el anterior 2%, y con la obligación no demasiado alejada del chantaje, de aceptar la imposición para evitar el riesgo de debilitamiento, o incluso disolución de la Alianza.
Como medio para medir el incremento de capacidades militares, el porcentaje del PIB tiene escasa utilidad. Para cualquiera mínimamente familiarizado con el planeamiento de la defensa resulta evidente que fijar como punto de partida las inversiones, como porcentaje del PIB, es equivalente a empezar la casa por el tejado. Diversas metodologías para la resolución de problemas, desde la genérica: what, how, when; hasta los cinco procesos de planeamiento de la OTAN: Political Guidance, Determine Requirements, Review Results, Apportion Targets, and Facilitate Implementation; todas comparten el mismo esquema genérico que en términos militares podríamos resumir como: definición de los riesgos y amenazas; estrategias para disuadirlas o neutralizarlas; y por fin, los medios y recursos necesarios.
Durante la Guerra Fría las fuerzas enfrentadas eran nucleares o convencionales; las primeras se contemplaban en la Destrucción Mutua Asegurada (MAD); mientras que para las segundas se habían desarrollado sistemas informáticos basados en simulaciones, donde se establecían con precisión los medios, plataformas, e incluso armas, de cada tipo, su ubicación y los planes detallados de utilización. En nuestros días, la multiplicidad de riesgos, amenazas, y dominios, han complicado notablemente el problema y los sistemas no proporcionan cifras precisas, como mucho incluyen un porcentaje de incertidumbre ¿Cómo se puede medir el arrojo de los combatientes, o la visión de un líder?
No hace mucho, un profesor de universidad, en el debate posterior a las presentaciones de un seminario, planteaba la pregunta que desgraciadamente planea en el ideario de las poblaciones occidentales que confunden antimilitarismo con pacifismo: "¿Qué enemigos tiene España?". La respuesta simple es que ese es precisamente el objetivo de la disuasión, que los riesgos no lleguen a convertirse en enemigos; y para ello hace falta disponer de las capacidades y alianzas que les hagan comprender que los beneficios que esperan obtener de la agresión no compensan las pérdidas.
Desafortunadamente la competencia por los recursos, por el poder, la confrontación por las diferencias ideológicas, religiosas o culturales, son una constante de la especie humana de la que la historia proporciona ejemplos sin fin. Teniendo en cuenta que un sistema de armas moderno, desde la identificación de su necesidad futura, tarda unos 30 años en desarrollarse hasta su entrada en servicio, y después su vida operativa se extiende a lo largo de otros 30; ante la imprevisibilidad de las tendencias futuras en ese periodo de tiempo tan prolongado, no parece que haya otra opción razonable que compatibilizar las actividades políticas y diplomáticas, encaminadas a la resolución pacífica de los conflictos, con el potencial de defensa que se tuviera que emplear llegado el caso.
La habitual contraposición artificial entre cuánto para cañones y cuánto para mantequilla; o la comparación entre las inversiones en Defensa con las de Educación y Sanidad, y en general lo que se conoce como 'estado del bienestar', es comparar churras con merinas. Forma parte de un debate marcadamente ideológico que utiliza el método dialéctico que implica analizar estas áreas como partes interconectadas de un sistema social, donde los cambios en una pueden influir en las otras. Es preciso reconocer que sin seguridad y defensa no hay bienestar, y no se pueden desarrollar en paz el resto de las actividades humanas.
Con objeto tan solo de poner en contexto los conceptos anteriores, en 2023 los países de la Unión Europea dedicaron aproximadamente el 26,8% de su PIB a los beneficios de la protección social (10,4% a sanidad), lo que aparentemente resistiría la cruda comparación en dimensión con el 2%, e incluso el 3,5% pretendidos para la inversión en defensa, porque el otro 1,5% sería compartido con objetos de uso dual. Pero, especialmente si consideramos que Rusia está invirtiendo en defensa el 6,3% de su PIB, a lo que además tendríamos que aplicar un factor corrector por la diferencia de poder adquisitivo.
¿Pero es que habría sido tan difícil por una vez coordinar una postura común entre partidos mayoritarios en nuestro país, que salvara ‘el campanazo’ que se puede producir y que indudablemente nos niega la condición de socio ‘solvente’, para convertirnos en socio inmanente? Y, aunque se nos pueda calificar de estar arrimando el ascua a nuestra sardina, la situación planteada en la cumbre de La Haya nos aleja aún más si cabe de la comprensión y apoyo de nuestros socios ante nuestros riesgos y amenazas particulares. Le preguntaremos al Sordo si cree que en algo más de dos siglos deberíamos haber evolucionado desde la condición de sus coetáneos que refleja en su duelo a garrotazos.