La saturación del sistema asistencial de salud: implicancias estratégicas
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La saturación del sistema asistencial de salud: implicancias estratégicas

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(Especial CEEAG para Infodefensa) Un informe elaborado por la Escuela de Salud Pública de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, establece que de continuar la actual dinámica de contagios, se proyecta un peak para el 8 de junio con un número de 7.000 contagios diarios y con un máximo de uso de camas UCI para el 23 de junio, elevándose de esta forma la tasa de mortalidad. En este informe, se señala además que Chile (al igual que Brasil o Perú), está ad portas de la saturación del sistema de salud. Este se ha medido a través de 3 umbrales de estrés: 500 UCI, 1.000 UCI, y 2.000 UCI. En la actualidad, Chile estaría sobrepasando el segundo nivel de estrés, significando una sobrecarga de la red asistencial. Y se espera que para el 23 de junio, se llegue al tercer umbral, llegando a niveles críticos de 3.000 a 3.500 de uso de camas UCI. Situación que es compleja, si se considera que nuestro país tiene una capacidad total de camas UCI de 2.169. Este panorama critico podría aliviarse si es que se logra llegar, al 30 de junio, a 4.850, tal como fue señalado por el Subsecretario de Redes Asistenciales, Arturo Zuñiga.

Cabe aclarar que este informe es una proyección de datos que se basa en modelos algorítmicos que son sensibles a las intervenciones epidemiológicas. Por tanto, esta proyección puede mantenerse o bien variar dependiendo de las decisiones que se tomen en el corto plazo. Ahora bien, independiente del escenario que se puede prever con estos modelos, lo interesante es que denotan la presión sobre el sistema de salud y su capacidad, lo que nos lleva a reflexionar sobre las posibles implicancias de esta situación en otros planos:

Libertades personales: En el estudio citado, se menciona que la velocidad de propagación del virus en Chile es de 1.36, lo que implica que si este valor sigue siendo superior a 1, la enfermedad se mantendrá o esparcirá aún más. Con esto en mente, es fácil pensar que la respuesta natural es un mayor control y vigilancia, sobre todo si se considera que hoy en día la tecnología es capaz de proveer información biométrica, epidemiológica, comercial y laboral que permiten justamente dar mayor seguridad a la sociedad. China y Corea del Sur ya lo hacen, Rusia utiliza regularmente el reconocimiento facial en calles, metro y aeropuertos; Londres, por su parte, en enero de este año, también instaló cámaras de reconocimiento facial, aludiendo que este sistema permitirá, además, identificar en tiempo real a personas buscadas por delitos graves.

Pero, el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres ha manifestado públicamente su desacuerdo en el uso de estas tecnologías, ya que vulneran los derechos humanos de las personas a la privacidad, a la libertad de expresión, favorecen la discriminación y debilitan la democracia. Al respecto, cabe preguntarse ¿dónde está el límite entre el derecho a la privacidad y la salud pública? ¿Es válido vigilar para proteger cuando los índices de mortalidad de un país son altos producto de una pandemia? ¿Estamos preparados culturalmente para aceptar este tipo de control sin cuestionar el uso que se le podría dar a esos datos?

Las respuestas a estas preguntas pueden ser muchas y variadas, sobre todo si lo que se observa hoy en el mundo son manifestaciones de violencia. Ejemplo de ello son las protestas ciudadanas en Hong Kong producto de la Ley de Seguridad impuesta por China, en Minneapolis debido a lo que se ha denominado violencia policial, o en Brasil y Chile a raíz de aspectos socio-económicos asociados a la pandemia, como la pobreza (hacinamiento, falta de alimentos), endeudamiento, entre otros.

Todo lo anterior, nos impone sin duda una realidad de la que es difícil abstraerse: el desarrollo tecnológico es útil en la contención y mitigación de cualquier virus; aumenta la seguridad interna de un Estado; puede llegar a generar una percepción de seguridad y certidumbre en la ciudadanía; pero también puede ser un tremendo riesgo si no es regulado de manera adecuada. Pudiendo incluso llegar a ser una amenaza mucho más compleja de enfrentar que el propio coronavirus.

En el plano organizacional: El informe de la U. Chile, señala que el virus no va a desaparecer prontamente, pero si decaerá, aliviando el sistema de salud en los próximos meses (tal como ha ocurrido en Europa), soportando de mejor forma la demanda y permitiendo atender adecuadamente a los pacientes. Sin embargo, lo que se observa en estos días es un sistema asistencial estresado y con un recurso humano al límite de sus capacidades. Esto se replica –si bien no en la misma magnitud- en otras instituciones que también han puesto a su gente al servicio del país (Ministerios, Fuerzas Armadas, Fuerzas de Orden y Seguridad, Alcaldías, etc.), viéndose igualmente exigidos por la contingencia.

Por ello, no hay que olvidar que el cerebro y motor de una organización son los individuos que la componen, por tanto, cuidar ese “asset” o recurso es indispensable. Al respecto, resulta interesante y novedoso lo que propone Simon Sinek en su libro El juego infinito (2020), respecto a que en una organización, los juegos infinitos son jugados por actores conocidos y desconocidos, no hay reglas exactas, los márgenes de acción de los sujetos son flexibles, y su objetivo principal no es ganar sino que seguir jugando (esto a diferencia de los juegos finitos, en que las reglas son rígidas y dónde cada jugador se esfuerza en competir para ganar o cumplir sus objetivos).

Pues bien, considerando lo que plantea Sinek y haciendo una analogía con la pandemia, es posible suponer que: si los actores de una organización (salud, seguridad, desarrollo social, defensa, u otro) poseen una mentalidad de juego infinita, la colaboración/cooperación y confianza emergerán como aspectos esenciales para que el juego continúe; al contrario, una mentalidad de juego finita en un contexto infinito –la pandemia-, genera malas decisiones, se quiebra la confianza, se minimiza la cooperación, se potencia el conflicto y, como consecuencia, se perpetúa la crisis.

¿Qué aspectos clave debiera considerar entonces una organización para enfrentar la pandemia con una mentalidad infinita? No tomar decisiones basadas solo en necesidades/metas/objetivos (mirada cortoplacista y finita); tener una mirada flexible que permita comprender que cada decisión, acción e interacción dentro de una organización, tendrá efectos a mediano y largo plazo; y racionalizar medidas que protejan el recurso humano de ser contagiado y, a su vez, de propagar el virus. Recordar que un “asset” sano no solo aporta a la continuidad de los procesos internos de una organización, sino que también disminuye el riesgo y velocidad de propagación del virus y no satura, finalmente, la red asistencial de salud. Aspectos que, de acuerdo a los datos presentados al inicio de este informe, son imperativos de conseguir.

En conclusión, pensar quien gana, quien es el mejor o con quien tiene la razón, no tiene sentido en un juego infinito. Lo concreto es que la dinámica de contagio no ha podido ser controlada del todo, que la velocidad de propagación del virus es mucho mayor hoy que al inicio de la pandemia, que las capacidades en el área de salud están llegando al límite, que todas las organizaciones –sin importar su misión y tamaño- han visto afectado su recurso humano y que la vigilancia y el control, al parecer, han llegado para quedarse. ¿Qué queda por hacer entonces? Esa es la gran pregunta que entre todos debemos tratar de resolver.

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