​Un poco de historia: ¿qué hay detrás de los nombres de las F-110?
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​Un poco de historia: ¿qué hay detrás de los nombres de las F-110?

“What’s in a name?” se preguntaba Shakespeare en boca de Julieta, “that which we call a rose by any other name would smell as sweet”
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Maqueta de la futura F-110. Foto: Infodefensa.com
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Como Infodefensa ha publicado en estos días, el Ministerio de Defensa aprobó recientemente los nombres que la Armada había propuesto hace ya algunos años para las fragatas F-110. 

Para muchos de los lectores de Infodefensa, quizá más centrados en los aspectos técnicos e industriales de la Defensa Nacional, la noticia puede carecer de relevancia. “What’s in a name?” se preguntaba Shakespeare en boca de Julieta, “that which we call a rose by any other name would smell as sweet”.

Sin embargo, los profesionales de las Fuerzas Armadas tenemos —me puede la nostalgia, leáse "tienen"- la obligación de entender la diferencia. Don Álvaro de Bazán, que algo sabía de nuestro oficio, nos la dejó perfectamente clara cuando, en una carta al Comendador Mayor del Reino escribió: "Cierto que el apellidarse una galera de un modo o de otro no la torna invencible, pero si el nombre es autorizado y de gloria levanta el ánimo de la gente y la fuerza a grandes cosas”.

Tan cierto como que a España la defienden los españoles, a los barcos de la Armada les dan valor sus dotaciones. Cada uno de los marinos, en cada uno de los buques que llevan nuestra bandera, es la suma de unas capacidades profesionales, en su mayoría adquiridas, y unos valores que se traen de casa. Valores que deben ser fomentados, más que impuestos, por la Institución. La historia es una excelente herramienta para hacer ambas cosas, y a eso se refería don Álvaro cuando, hace casi cinco siglos, buscaba la mejor manera de que los hombres de sus galeras —marinos y soldados como él mismo— sintieran el estímulo de ser los mejores y quisieran seguir su ejemplo.

Es esta una necesidad que, contra lo que algunos pueden pensar, no ha cambiado con el paso del tiempo. Los hombres —y, hoy, también las mujeres— seguimos hechos de los mismos materiales: carne y espíritu. Por esa razón, las vigentes Reales Ordenanzas, en su artículo 21, disponen que: “Los miembros de las Fuerzas Armadas se sentirán herederos y depositarios de la tradición militar española. El homenaje a los héroes que la forjaron y a todos los que entregaron su vida por España es un deber de gratitud y un motivo de estímulo para la continuación de su obra.”

Sean pues bienvenidos los nuevos nombres que, como el mismísimo radar SPY-7, el NSM o el sistema de combate Aegis, formarán parte sustancial de la capacidad de combate de las F-110.

Héroes de la Armada

Para estar a la altura de una clase de fragatas en la que tenemos puestas grandes esperanzas, la Armada ha elegido a marinos que, en su mayoría, son poco conocidos por los españoles. No por falta de méritos sino, en buena parte, por culpa de la propia Armada, que a menudo ha preferido honrar a sus héroes vencidos —como Oquendo, Cervera y, sobre todo, los caídos en Trafalgar— entendiendo quizá que los vencedores ya habían tenido en vida suficiente recompensa.

Así, hemos tenido seis barcos que han llevado el nombre de Churruca, y el insigne marino —que escribió antes del combate aquel emotivo “si llegas a saber que mi navío ha sido hecho prisionero, di que he muerto” y supo cumplir su promesa— se merece todos y cada uno de ellos. No en vano se dijo de él que murió por la Patria y vivió para la humanidad. ¿Puede haber un mayor elogio? Pero las toldillas de los buques son un bien escaso, y hay otros marinos que, a pesar de sus méritos, nunca habían sido recompensados con ese alto honor.

Veamos quienes son los elegidos:

Bonifaz

El nombre de Bonifaz no es nuevo en la lista oficial de buques de la Armada. Fue ese “hombre de Burgos, sabedor de las cosas de la mar” a quien Fernando III el Santo ordenó que reuniera en las villas del norte una armada para bloquear el Guadalquivir durante la campaña que culminó con la conquista de Sevilla. Primer marino de los reinos cristianos que derrotó a una escuadra musulmana —la que defendía los accesos al río— fue también el principal protagonista de la rotura del puente de barcas entre Sevilla y Triana, una hazaña que sigue viva en los escudos de Santander y otras villas cántabras además de la propia comunidad autónoma. 

Teniendo en cuenta su importante papel histórico, parecen escasos los dos pequeños buques que han llevado su nombre hasta la fecha. Quizá el debate sobre si fue o no el primer almirante de Castilla —cargo que, al parecer, se creó con posterioridad, aunque no haya ninguna duda de que Bonifaz fue almirante y fue de Castilla— o las vacilaciones de la propia Armada al tratar de establecer una fecha oficial de creación de la Institución —que algunos defendían que no debería ser anterior a la unión dinástica de Castilla y Aragón— hayan contribuido a restar protagonismo a Ramón de Bonifaz en nuestra historia. Bien está, pues, que la primera de las nuevas fragatas y, con ella, la clase a la que pertenece lleven su nombre.

Roger de Lauria

Tampoco será nuevo el Roger de Lauria entre los buques de la Armada. Pero no lancemos las campanas al vuelo. Desde que existe constancia histórica, solo un destructor de la malograda clase Oquendo llevó el nombre de un marino que, sirviendo a la Corona de Aragón, venció a franceses y angevinos en seis grandes batallas navales. Fue gracias a él que llegó a decirse que “no creo que pez alguno intente alzarse sobre el mar si no lleva un escudo con la enseña del rey de Aragón”.

Como la de don Álvaro de Bazán, la figura de Roger de Lauria va más allá de los confines de España y merece un puesto de honor en la historia naval universal. ¿Por qué “the finest of medieval naval commanders” —y, por no parecer chauvinista, cito en su propio idioma el libro “Battle at sea”, editado en 2008 con la colaboración del Servicio Histórico de la Royal Navy— no había merecido un lugar en las toldillas de nuestros buques hasta 1970? Quizá, como Bonifaz, se vio relegado por ser anterior a los Reyes Católicos. Pero, además —y este hecho me consta personalmente— se le reprochaba en algunos ámbitos navales el haber tratado con crueldad a sus prisioneros. Una crítica que parece razonable… siempre que olvidemos que ¡se trata de un almirante del siglo XIII!

Menéndez de Avilés

Los méritos de Menéndez de Avilés, uno de los grandes de la historia de España, son indiscutibles: dio seguridad en tiempos difíciles a las vitales rutas marítimas que unían a la península con Flandes y a España con sus Indias. Por si eso fuera poco, conquistó la Florida y fundó allí la ciudad de San Agustín. Sin embargo, se le valora más en los EE.UU. que —si exceptuamos Avilés, su ciudad natal— en la propia España. ¿Por qué? Quizá pese en su contra que fue muy criticado por los franceses por la ejecución de los hugonotes de esa nacionalidad, rechazados en su patria y establecidos en la Florida.

¿Fue esta una crueldad inusual? ¿Justifica el olvido de su figura? Por dar una referencia válida al lector, los hechos que se le reprochan ocurrieron en 1565. La matanza de San Bartolomé, en la propia Francia que le criticó, tuvo lugar en 1572. No es la primera vez, por otra parte, que los franceses se vengan en los libros de historia de sus derrotas en la mar o en tierra. Así ocurrió con don Álvaro de Bazán, a quien se le reprochó vivamente que, siguiendo órdenes de Felipe II, ejecutara a los vencidos en la batalla de la Isla de San Miguel, dando así trato de piratas —estábamos entonces en paz con Francia— a quienes ejercían como tales.

Luis de Córdova

Luis de Córdova fue el general de la escuadra combinada hispanofrancesa que contribuyó decisivamente a la derrota de la Gran Bretaña en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos. Sin embargo, ni el bloqueo del Canal de la Mancha en tres ocasiones diferentes ni la captura de dos grandes convoyes británicos, decisiva para el esfuerzo de guerra en el nuevo continente, fueron suficientes para justificar un lugar en la popa de nuestros buques. 

Los franceses, que preferían el mando de uno de sus almirantes, decían de él que era demasiado viejo para su oficio. Los británicos, como hicieron en su día con Blas de Lezo, han elegido olvidar un nombre que les trae malos recuerdos. El propio Mahan, brillante estratega pero historiador parcial hasta transgredir los límites del racismo, ni siquiera lo menciona en sus libros. Los españoles, faltos de criterio, le reprochamos en su día lo que no pudo lograr —bloquear por mar el peñón de Gibraltar era una hazaña imposible en la época de la vela— en lugar de valorar su decisivo papel en la única derrota de la Gran Bretaña en una guerra marítima en trescientos años. Afortunadamente, falta poco para que se haga justicia a su figura.

Barceló

Antonio de Barceló fue un marino singular en el siglo de la Ilustración. No procedía de la Real Compañía de Guardias Marinas, como la mayoría, sino que se incorporó directamente a la Real Armada con el empleo de teniente de navío como premio por sus repetidos éxitos contra el corso berberisco. Sus cualidades militares, demostradas en diversas campañas contra británicos y argelinos, le llevaron en volandas hasta el empleo de teniente general, algo extremadamente inusual en una época en la que se valoraba el linaje por encima de otras cualidades.

Los dos pequeños buques que han llevado su nombre también parecen un reconocimiento escaso para un marino enormemente apreciado por sus compatriotas, que cantaban:

“Si el rey de España tuviera

cuatro como Barceló,

Gibraltar sería de España,

que de los ingleses no”.

En defensa de nuestras raíces

Más allá de ese efecto de estímulo en las dotaciones que demandaba don Álvaro de Bazán, los nombres aprobados por el Ministerio de Defensa suponen una batalla ganada en la defensa de nuestras raíces. Cada día son más frecuentes las críticas a nuestros héroes históricos en base a supuestos crímenes que, en la fecha en la que se cometieron, no eran tales. Da pena ver como hoy se derriban las estatuas de Cristóbal Colón. Y aún más reconocer que quienes lo hacen son personas que, lejos de abrir caminos nuevos para la humanidad —como hizo él— se limitan a recorrer una y otra vez los pocos pasos que les separan de la nevera de la que sacan la Coca-Cola que les ayuda a reponerse del esfuerzo de participar en el derribo.

En esta campaña incruenta, de baja intensidad contra nuestra historia, que —a propósito o no—debilita a la Armada y empequeñece a España, nuestros mejores soldados son nuestros héroes y, entre ellos, los marinos que van a dar nombre a las nuevas fragatas. Ellos han conquistado el privilegio de ocupar las primeras filas de nuestra vanguardia. Allí montan su guardia, pero no podemos dejarles solos. Nos necesitan. Necesitan que formemos con ellos hombro con hombro, que les prestemos voz. Y no es solo un deber de gratitud. Nos hace falta su estímulo para que nuestra historia, la que nosotros tenemos que seguir escribiendo, esté a su altura. Porque no nos saldrán rectos los renglones si no escribimos sobre las líneas de quienes nos han precedido. Y porque, además, llegaremos más lejos si caminamos hacia el futuro a hombros de nuestros héroes.



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