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Los más de 160.000 muertos que ha dejado, hasta ahora, el coronavirus alrededor del mundo no son parte de una gráfica ascendente, son familias que se han quedado vacías por la muerte de un hermano, una hija, un tío, una madre o un abuelo.

Todas las muertes duelen, aunque estén a miles de kilómetros de distancia, y mucho más ahora que con el Internet y las redes sociales es posible palpar el dolor de europeos, asiáticos o latinos. ¿Cuántos más serían sin las fuerzas armadas de cada país?, imposible saberlo, pero seguramente miles y miles más.

Las fuerzas armadas instalan hospitales, entregan despensas, transportan material médico, transportan a personas infectadas, realizan censos, despliegan personal, contratan personal especializado, desinfectan instalaciones, cierran fronteras… salvan vidas.

La pandemia demostró que los países se provisionan para tener reservas petroleras, monetarias y de armamento, pero no instalaciones sanitarias para una contingencia de tal magnitud y ha sido tal el colapso que de manera dolorosísima los médicos (otros héroes) han tenido que elegir a quien brindarle atención médica y a quien dejar morir, como en los tiempos de guerra.

Pero de qué tamaño sería la tragedia sin las instalaciones de las fuerzas armadas, sin sus laboratorios, hospitales, buques para el traslado de carga, aviones ambulancia y destinados para repatriar a personas, hasta sastrerías para la confección de ropa para el personal sanitario.

Es cierto, es su trabajo. Sin embargo, es inevitable reconocer su esfuerzo, lealtad y compromiso ante una emergencia como esta, comparable con la crisis que dejó la Segunda Guerra Mundial.

Detrás de cada careta hay soldados y oficiales que han dejado de ver a su familia por meses, que dejan de comer durante horas o que tienen que utilizar una sonda para orinar y así evitar tener que ir al baño y retirar tres o cuatro capas de ropa sanitaria.

Esto es el equivalente a una guerra con un enemigo invisible, a eso se enfrentan cada día con los agravantes de la falta de recursos económicos, como en el caso de los países más pobres de Centroamérica; o la indiferencia que origina la ignorancia y que lleva a una parte de la población a no tomar las medidas de seguridad necesarias; o a presidentes que minimizaron la emergencia desperdiciando días de oro para el combate de la pandemia.

No hay marcha atrás, ahora sólo queda “aguantar vara” como decimos en México, luchar con estoicismo y para ello quienes mejor que nuestros héroes camuflados, a ellos nuestro agradecimiento y confianza.



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