La guerra en África I
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La guerra en África I

Helicóptero Tigre alemán desplegado en Mali. Foto: Marc Tessensohn  Bundeswehr
Helicóptero Tigre alemán desplegado en Mali. Foto: Ejército alemán
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Introducción

Los que nos dedicamos de una manera u otra a la economía e industria de defensa, solemos centrar nuestro trabajo en cuestiones como los presupuestos, las fusiones y adquisiciones de empresas, las tecnologías o la gestión de los programas. De alguna manera hacemos un análisis endogámico del sector, sin que prestemos atención a los hechos que desencadenan todos estos procesos de toma de decisión. A menudo hablamos de la necesidad de una ley de financiación de la defensa con el objetivo de dotar de estabilidad financiera al sistema de adquisiciones, y seguramente sería bueno, o disponer de una estrategia de seguridad que profundice más en los temas de detalle, que al final son los que cuentan. Nada de esto es posible por la falta de un consenso político. La defensa puede vivir, no sin dificultad, sin una cultura popular de defensa, pero difícilmente sin una cultura política de la defensa.

Si no entendemos los escenarios, los riesgos y sus implicaciones, no podremos determinar las necesidades y los medios para satisfacerlas; las empresas no acertarán en sus estrategias comerciales o de inversión si no comprenden hacia qué escenarios nos podemos enfrentar y sus implicaciones.

Un país como España, una gran potencia económica en el mundo, situada a la entrada del Mediterráneo, puerta de África y puente entre el nuevo y el viejo mundo, por mucho que nos empeñemos, no puede aislarse de los conflictos, una gran parte de ellos nos afectan. Incluso los más distantes, como la crisis en el Pacífico nos tocan de lleno cuando se nos retrasan las cadenas de suministro, los precios se encarecen y se cierran mercados tradicionales. Sabemos que estamos al borde de un cambio trascendental en el orden mundial, lo que todavía no sabemos cuál se la fotografía final ni el coste para llegar a ella.

La Guerra de África que presento en tres entregas constituye sin duda la amenaza más inmediata para nuestro país. Comprender todo lo que ha pasado en los últimos dos años es esencial para entender que nos enfrentamos a unos riesgos crecientes e impredecibles. Que nuestros dos vecinos de los que depende una gran parte de nuestra seguridad no tengan relaciones diplomáticas; tener al embajador marroquí retirado, que los mercenarios de Wagner estén tomando el relevo de nuestras misiones, la involución política en muchos países, no pueden dejarnos indolentes. 

Cualquier tragedia en el Sahel repercute como las olas del virus en unas semanas en nuestras fronteras; que nuestro vecino, del que dependemos energéticamente, esté en un proceso de involución política y disponga de submarinos capaces de lanzar misiles desde nuestras playas, con la posibilidad de cargar una cabeza nuclear, no debería tranquilizarnos. Decía Clausewitz que si quieres la paz prepárate para la guerra, pero de poco sirve si no lo haces a tiempo, con premeditación y estrategia. A menudo tenemos la impresión de que las decisiones se toman de forma precipitada sin obedecer a una necesidad estratégica, sino más bien con otros loables objetivos como mantener el liderazgo industrial o tecnológico, pero de poco servirá este esfuerzo si erramos el tiro estratégico, que al final es el que decide y condiciona todo.

En África tenemos la mitad de nuestras misiones en el exterior, la razón es que lo que allí ocurre nos preocupa, sin perjuicio de que este conflicto es parte de uno global que muchos no quieren ver, la guerra por la hegemonía mundial, como siempre ha sido en la historia. La Estrategia de Seguridad Nacional apunta a estos grandes riesgos y vectores de cambio, pero bajar al terreno de los hechos nos permitirá complementar la teoría con las decisiones practicas. Todo el management asociado a la industria de defensa requiere conocer el mercado que debe satisfacer; conocer su potencial evolución y la manera de mitigar con la tecnología los riesgos que implican.

Éstas son la razones que abonan el hecho de abordar esta cuestión en Infodefensa, que humildemente echamos a andar hace ya más de veinte años tres amigos, Alfredo Florensa, Ángel Macho y yo, como un newsletter mensual y que hoy se ha posicionado como líder indiscutible de la información de defensa en español, de la mano de Ángel, verdadero artífice de este éxito.

La guerra de África

La pobreza, la inestabilidad política, la carencia de instituciones fuertes, los bajos niveles educativos y el radicalismo no pueden abonar nada bueno, y si hay un lugar en el mundo donde todos estos elementos abundan, sin duda es África.

Desde su independencia, la violencia ha caracterizado a la región y ha impedido su desarrollo económico y social, a pesar de la abundancia de recursos naturales. Las potencias colonizadoras poco o nada han podido hacer frente a unos gobiernos más predispuestos a aceptar el rudo modus operandi de Moscú o Beijing que los ineficientes y buenistas de París o Berlín. La globalización ha extendido el problema hasta nuestras fronteras y ha cambiado la fisonomía de nuestras calles como consecuencia de los cientos de miles de inmigrantes irregulares llegados huyendo de la desesperación y la inseguridad.

En los últimos años, todos estos conflictos, algunos de baja intensidad y otros perennes, han evolucionado hasta devenir hoy en día en el campo de batalla de otro nuevo: la guerra de África.

El golpe de estado en Mali en verano pasado ha sido, sin lugar a dudas, un punto de inflexión de una situación que no es nueva, pero que está derivando hacia una confrontación global con unas partes muy bien delineadas. Por una parte, Moscú y Beijing con el respaldo más o menos obvio de Irán, y, por otro, Estados Unidos, Israel y Arabia Saudí, aunque ya sabemos que en el juego de alianzas siempre hay zonas grises.

Durante décadas el conflicto se centró en los señores de la guerra, que amparados en diferentes corrientes ideológicas, ya fueran nacionalistas, comunistas o islamistas, habían venido disputándose el control de un territorio en el que durante años no había nada, especialmente en todo el área subsahariana y al que las potencias prestaron escasa atención salvo para mantener regímenes despóticos que se paseaban por París exhibiendo diamantes y Rolls Royce.

La guerra de África se caracteriza por tres elementos: el desembarco de las potencias en la zona detrás sus recursos minerales inmiscuyéndose en la política regional; la inestabilidad en el Magreb con sus abundantes recursos en riesgo, lo que afecta ya directamente a nuestros intereses; y la extensión del conflicto a las zonas limítrofes del Golfo de Guinea y del Cuerno de África.

Ante este nuevo conflicto generalizado, España no puede quedar al margen por mucho que nos esforcemos; estamos junto a Italia y Francia en el frente europeo de esta batalla, y sin duda amenazados por los acontecimientos políticos y militares que se están sucediendo y aquéllos que están por venir.

Se trata de un territorio inmenso que abarca una longitud de 6.000 kilómetros de largo y casi 3.000 de ancho, casi el doble de Europa, entre las selvas tropicales del sur y tres grandes mares, con una población que en su conjunto supera los 600 millones de personas; rico en minerales raros, diamantes, oro, uranio, y con enormes reservas de gas y petróleo en Libia, Argelia y Nigeria, lo que constituye, sin duda, un objetivo geoestratégico de indudable valor que caerá en manos de aquél que tenga menos escrúpulos.

Creciente inseguridad en el Sahel 

A lo largo del último año, la inseguridad ha crecido de forma alarmante y seguramente este 2022, será peor. Los servicios de inteligencia deberán analizar si esta nueva ola de acciones terroristas son la causa de los cambios políticos, o si esta corriente de violencia ha sido impulsada por algunas potencias para justificar y potenciar su desembarco en la zona.

El año también vio un cambio en la estructura militar de la región. Se ha iniciado un nuevo patrón de despliegue francés en el que los ejércitos del Sahel en la estructura militar G5 serán la primera línea con los franceses en un papel más de respaldo, fuerzas especiales, apoyo aéreo e inteligencia; en definitiva, una acción militar más selectiva similar a la lucha antiterrorista de los Estados Unidos. La misión europea Takuba que opera dentro de Barkhane en Níger, Burkina Faso y una parte del sur de Mali, se centrará a partir de ahora en operaciones especiales de eliminación de objetivos yihadistas con drones y aviones de combate, acciones en las que España se ha negado a participar.

Francia, que tenía 5.000 soldados apoyando a las fuerzas de seguridad del Sahel a principios de 2021, ha dicho que reducirá ese número a 3.000 a principios de 2022. Ante el actual clima y la francofobia que se ha instalado en algunos gobiernos, tradicionalmente aliados de Francia, no tiene mucho sentido mantener pequeños despliegues en zonas sin control y de alto riesgo, por lo que las tropas extranjeras, especialmente francesas y españolas, deberán plantearse un repliegue y una redefinición de la misión en los próximos meses. No tiene sentido adiestrar a las fuerzas de un régimen golpista aliado de Moscú y mucho menos hacerles el trabajo mas duro.

La creciente inseguridad también ha sumido a los gobiernos del Sahel en la agitación política, que ha abierto los oídos a aquéllos que les prometen soluciones definitivas al problema de la violencia, aunque dicha colaboración no será para nada gratuita, abriendo grandes incógnitas en cuanto a su repercusión en el escenario estratégico mundial.

Mali vio un golpe de estado del líder militar Assimi Goïta en mayo, después de las protestas callejeras por la inseguridad que se dirigieron contra los franceses. El bloque político de África Occidental, Ecowas, junto con Francia, han presionado a Goïta para que celebre elecciones democráticas en 2022, pero nada hace presagiar que estos comicios tendrán lugar a corto plazo, máxime cuando Mali ya ha llegado a acuerdos estratégicos con Rusia que incluyen el desembarco de los mercenarios de Wagner en el país para encargarse del entrenamiento de las fuerzas malienses y de la lucha contra el terrorismo. Conociendo los antecedentes, no podemos augurar nada bueno de este tipo de estrategias que sumirá a la región en más caos y violencia. Como consecuencia, Mali ha anunciado la ruptura de relaciones diplomáticas con Francia, lo que significa de facto el fin de la misión en este país.

Asimismo, las protestas contra el manejo de la seguridad por parte del gobierno en Burkina Faso en noviembre pasado, han llevado a una rebelión militar que ha culminado con la renuncia del presidente Roch Kabore. Es muy posible que pronto veamos a los mercenarios de Wagner también en este país acosado por la violencia indiscriminada y la miseria.

Los analistas también están atentos a los ataques en la zona fronteriza de Burkina Faso con los estados costeros de África occidental, incluidos Benín y Costa de Marfil, hacia dónde se están desplazando grupos terroristas que campan a sus anchas por zonas rurales imponiendo su violencia a millones de personas que no cuentan ni con ayuda humanitaria ni con fuerzas de seguridad gubernamentales que les protejan.

En el suroeste de Níger recientemente, se ha visto una violencia comunitaria en espiral impulsada en gran medida por este tipo grupos armados no estatales. También lo vemos en Burkina Faso, donde el estado, de hecho, depende de grupos armados irregulares para mantener el orden o desorden, según se vea.

En otro ejemplo, en junio pasado, un grupo de militantes islamistas, principalmente niños soldados, entraron en un poblado en motocicletas, quemaron el mercado y asesinaron a 160 personas; esta escena no es de Yemen o Afganistán, ocurrió en Burkina Faso en la villa de Solhan; pero el caso de este país no es único, toda la región ha visto un incremento notable de las actividades del radicalismo islamista. En Mauritania y Níger también se observa con preocupación esta escalada.

Existe la sensación de que Europa es incapaz de resolver el problema y de que los gobiernos locales, en el mejor de los casos, miran hacia otro lado ante los ataques terroristas. En un video publicado recientemente se mostraba el ataque a una base militar en el norte de Burkina Faso que mató a casi 50 policías militares en noviembre. Se puede ver a terroristas supuestamente vinculados a Al-Qaeda disparando armas pesadas desde la parte trasera de camionetas antes de incendiar y saquear la base. La impunidad con la que actúan dice mucho de las escasas aptitudes de las fuerzas de seguridad gubernamentales.

Más al este, las tropas de Níger y Nigeria continúan combatiendo a los yihadistas en la zona del lago Chad, y han ocasionado decenas de bajas en las últimas semanas mientras que en Darfur la violencia se han incrementado de forma sustancial, coincidiendo con la presencia de mercenarios. Finalmente, el conflicto se está extendiendo al norte de Camerún donde la violencia entre comunidades ha ocasionado el desplazamiento de casi cien mil personas al Chad. En definitiva, todo el Sahel se encuentra al borde de un colapso de seguridad de consecuencias impredecibles.

La ONU estima que hay más de un millón de personas en riesgo extremo incluyendo 370.000 desplazados internos. Miles de personas han muerto en Mali por los atentados islamistas en los últimos años y todos los días se producen enfrentamientos y ataques a la población civil. En Burkina Faso por su parte hay casi un millón y medio de personas desplazadas y casi cuatro millones necesitan ayuda humanitaria urgente.

Si todo esto es poco, y a pesar de que la lucha contra la piratería ha tenido resultados exitosos en 2021 con una reducción del numero de incidentes desde 81 a 34, el coste anual de estos ataques se estima en dos billones de dólares, y lo que es peor, la inseguridad que se genera para el tráfico marítimo en la región que se une a la corrupción que impera en muchos de los puertos y que ocasiona pérdidas billonarias.

Guerra civil en Etiopía

Viajando de lo más cercano a lo más lejano, incluso países que parecían haber alcanzado una madurez económica y política como Etiopía, se ha visto envuelto en una guerra civil, que condujo a que las fuerzas de oposición de Tigray, una región siempre opuesta al gobierno nacional, llegaran a cien millas de Addis Abeba; la reacción del ejército contra esta minoría está resultando en un baño de sangre, que puede salpicar la seguridad en países de alta inestabilidad de alrededor como Eritrea, Somalia y Sudán.

Durante los catorce meses de guerra civil han muerto decenas de miles de personas, muchas de ellas civiles, especialmente en las últimas semanas por ataques de drones. Las tropas de Eritrea, aliadas de Etiopía, también han participado en los combates con extrema violencia. El conflicto podría entrar en vías de solución tras la visita del secretario general de Naciones Unidas, pero los combates han puesto en cuestión las bases de seguridad en una región en la que habitan casi 200 millones de personas y en la que los grupos terroristas han venido desarrollando sus actividades desde los años noventa.

En los próximos meses, habrá que seguir con atención cómo el repliegue de Francia, la acción de los ejércitos africanos del G-5 y el desembarco ruso afectan a la seguridad de la región, aunque de la combinación de estos factores no cabe ser muy optimista en una inmensa zona que cuenta con millones de desplazados y de personas en riesgo extremo, expuesta a unos vaivenes políticos y económicos sobre los que no tienen ningún control sus gobiernos.



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