¿Cuál será la política industrial detrás de esta inversión billonaria?
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¿Cuál será la política industrial detrás de esta inversión billonaria?

Galería de Fotos: carros Leopardo y vehículos Pizarro en un competición de tiro en Letonia
Carro de combate Leopardo en Letonia. Foto: Emad
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Ha tenido que ocurrir la guerra de Ucrania para que, como el emperador del cuento, nos diéramos cuenta de nuestra auténtica realidad. Somos el país que menos contribuye a la seguridad colectiva, el más ignorado de las grandes potencias económicas, el que menos cuenta en las decisiones estratégicas importantes, a pesar de nuestro empeño de mostrar al interior que somos líderes del mundo occidental. El reconocimiento de que nuestros carros de combate no operaban y no se podían ceder a Ucrania, no es más que un botón de muestra de una realidad dramática.

El Ministerio de Defensa ha debido utilizar en los últimos treinta años mecanismos de los más variopinto para abordar los programas necesarios de inversiones y mantener el perfil bajo, y ha dejado los críticos créditos de mantenimiento en ridículo para forzar los ajustes presupuestarios. Casi tenemos la impresión de que lo único que funciona al cien por cien es lo que enviamos fuera, a las operaciones internacionales, gracias a que también cuentan con una financiación extraordinaria.

Ahora el Gobierno, con gran sentido de estado, ha decidido, a pesar de un entorno político complicado, acelerar el gasto en defensa y en particular las inversiones; si esto es una campaña para ganarse al voto de centro, bienvenido sea; si es una toma de conciencia, mucho mejor.

Pero debemos aprender de la experiencia, de la buena y la mala, para optimizar esta inversión que podemos suponer cercana a los 25.000 millones de euros, sumando el importe de los programas que se pretenden iniciar. No me refiero a la optimización operativa, para la que existen muchas y mucho más autorizadas voces, sino a la industrial y tecnológica.

Este análisis exige de un pequeño ejercicio histórico.

En los años del tardofranquismo, los gobiernos tecnócratas se percataron, quizás por la experiencia de Sidi Ifni, que la autonomía industrial y tecnológica era esencial para nuestra seguridad, que debíamos retornar al liderazgo tecnológico que tuvimos en los años veinte, y que no podíamos seguir viviendo de la gracia de los Estados Unidos que solo sirvió para matar la incipiente industria de defensa en los años cincuenta; varios programas así lo atestiguan. La compra de aviones F-5 con su línea final de ensamblaje en Getafe, el programa F-4 con el establecimiento de un centro de mantenimiento para toda la flota americana en Europa, y la de los Mirage III y Mirage I, con un enorme contenido industrial. La compra del carro AMX-30 con una extraordinaria y dispersa estructura industrial y la construcción en España bajo licencia de los submarinos franceses y las fragatas Baleares y corbetas Descubierta, y toda una panoplia de equipos de electrónica, comunicaciones y electrópticos desarrollados por la industria nacional. Detrás de todos estos programas había un evidente y exitoso plan industrial.

En los años ochenta, en los que al amparo del programa de dotaciones para inversiones y sostenimiento, se iniciaron importantísimos programas militares, se decidió crear una Gerencia de Cooperación Industrial en el ámbito del ministerio de defensa con personal procedente de la industria para negociar los acuerdos industriales atendiendo a los intereses específicos de la Defensa. El programa F-18 nos proporcionó capacidades en simulación, bancos de mantenimiento, guerra electrónica, comunicaciones, propulsión, materiales, que fueron fundamentales para la participación en el Eurofighter y en el A400M y poder ser miembros hoy de Airbus de pleno derecho. 

El programa Leopardo nos dio una gran capacidad industrial en todos los principales subsistemas de vehículos blindados, y en los submarinos se diseñó e integró un sistema de combate propio. Es decir, podíamos constatar una evolución muy positiva que conllevó nuevas capacidades industriales como la planta de Airbus Helicopters en Albacete, Inmize para el desarrollo del Meteor, las capacidades en Sener para el programa Iris-T, de Hisdesat para los satélites militares o la de estaciones remotas de Mecaes en Madrid, por señalar algunas.

Sin embargo, desde 2008, toda esta política ha quedado más en mano de las propias empresas que, lamentablemente han debido abordar la crisis económica abandonando el control nacional de la propiedad. El 70% de esta industria de defensa nacional hoy está de forma directa o indirecta en manos extranjeras, y se han firmado programas de adquisiciones con un insuficiente, a mi juicio, retorno industrial como la compra de los aviones de entrenamiento Pilatus o la modernización de los CH-47 a la versión F, mientras que hemos sufrido por la ausencia de programas para mantener nuestra posición estratégico-industrial en Airbus.

Se nos ha dicho que esta es la tendencia europea, pero mis años en la presidencia de la Asociación Global de Cooperación Industrial que engloba a todas las grandes empresas internacionales, me han llevado al convencimiento de que en todos los grandes programas, las exigencias de retorno tecnológico o industrial son cada vez mayores adoptando diferentes modalidades, pero siempre dirigidas por los gobiernos compradores para conseguir autonomía y tecnología.

Tenemos que ser conscientes de que muchas capacidades industriales se han ido perdiendo, quizás no sea necesario recuperarlas todas dado su actual nivel tecnológico, pero no podemos quedarnos conformes con el hecho de decir que como los contratos se adjudican a empresas radicadas en España, se ha conseguido el objetivo industrial y tecnológico, y esto no es del todo cierto. Estoy convencido de que las empresas estarán encantadas de facturar esta cantidad de millones, pero se equivocarían si tuvieran una visión cortoplacista de este negocio. Si este enorme importe no se dedica a crear y fortalecer capacidades industriales, esto será el sueño de una noche de verano y habremos perdido otra gran oportunidad de volver a estar en la cabeza de este mercado. Nuestra industria no puede ser como el Guadiana, que resurge con fuerza o desaparece bajo tierra según el momento.

Nuestra dependencia externa en sistemas y subsistemas, donde se encuentra el mayor porcentaje del coste de cada sistema, sigue siendo muy alta, lo que es lógico dada nuestra orientación a la integración y soporte, pero nos equivocaríamos si no prestáramos atención a muchas de las tecnologías y capacidades que se incluyen en estos sistemas y que son de alguna manera cajas negras.

A comienzos del siglo, Estados Unidos y Lockheed Martin ofrecieron a España entrar en unas condiciones de socio privilegiado en el F-35. Pero en aquel momento no se tuvo la visión; ahora estamos pensando en adquirir esta capacidad estratégica para nuestra Armada con escasas capacidades de retorno industrial cuando ya está todo el pescado vendido en el programa. Este es el tipo de decisiones que requieren de visión a largo plazo. Si ahora nos centramos solo en suplir carencias militares e inyectar dinero en un sector, en el que cada vez está más cercana la mano de lo público, y por tanto sujeto más a intereses externos que a los propios de las cuentas de resultados, cometeríamos un error estratégico.

Me parecería lógico que el ministerio creara una comisión de industria y tecnología con la industria para determinar prioridades industriales, capacidades que podrían adquirirse con estos nuevos programas, dotar con fondos de I+D a determinadas empresas para adquirir capacidades. De hecho, una parte de estos fondos deberían ir dirigidos a innovación para disponer de nuevas capacidades desarrolladas en nuestro país con destino a los nuevos programas. Y algo muy importante, que asesore sobre la mejor estructura de gestión y de toma de decisiones, evitando inventos que generen más burocracia y escaso valor añadido. Debemos evitar, como nos pasa con los fondos Next-Gen, que nos veamos incapaces de gestionar eficientemente una cantidad tan enorme cuando venimos de una prolongada sequía.

Ucrania es un enorme laboratorio de las capacidades que se requieren en una guerra convencional del siglo XXI. Lo que vemos nos aconseja cambiar numerosos paradigmas del siglo XX ya superados. Los sistemas no tripulados deben ser una de las puntas de lanza de nuestra industria. Las armas de alta precisión, la artillería que parecía denostada nos muestra que sigue siendo de enorme actualidad y capacidad; los vehículos deben ser más ligeros y dotados de la máxima protección para nuestras tropas y con proyección de fuego a mayor distancia, las plataformas navales más ligeras y rápidas y las aeronaves deben otorgarnos una clara superioridad aérea y una precisión excelente.

Los nuevos campos de la electrónica, la mecánica cuántica, la fotónica, el láser, los robots, los sistemas de Inteligencia artificial, la ciberdefensa y ciberataque, la defensa contra amenazas nucleares, la reducción de la señal de sistemas y plataformas, la extrema precisión, los materiales inteligentes, la capacidad de observación permanente en la estratosfera constituyen una pequeña parte de esta lista de capacidades que deberíamos reforzar nacionalmente.

Finalmente, si no somos capaces de sostener de forma industrial y programada todos estos costosos sistemas, acabaremos viéndolos aparcados y cada vez con más polvo. La mayor consecuencia de la guerra de Ucrania es que el mundo en paz se ha acabado; hemos regresado al curso de la historia en el que todos los países se veían envueltos en una guerra al menos en cada generación. Los vientos de la guerra procedentes de potencias nucleares que detestan nuestro sistema político y social son fuertes y solo cesarán cuando nuestro esfuerzo militar y tecnológico los lleve al convencimiento de que no hay victoria en su guerra.




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