Año tras año, durante décadas, en las encuestas del CIS la profesión mejor valorada por los españoles eran nuestras Fuerzas Armadas. Pero año tras año, los mismos encuestados no mostraban la misma voluntad a la hora de ampliar el presupuesto de Defensa. Aquél lacónico “quiéreme menos, pero págame más” se escuchaba en forma de chascarrillo muchas veces ante esta disyuntiva. ¿Cómo, entonces, se equilibra esa balanza? La respuesta es clara: comunicación eficaz.
Tras las décadas de los famosos “dividendos de la paz”, tras la caída del Muro y la supuesta hegemonía de la OTAN, la sociedad occidental dejó de prestar atención a la Defensa y empezó a no ver con tan buenos ojos la inversión pública en este campo. Además, sucesivas y hondas crisis económicas hicieron que los ya escuetos presupuestos de Defensa menguaran año tras año, hasta llevar a nuestras FFAA a una situación lamentable, donde ni tan siquiera el dinero alcanzaba para mantener las capacidades del momento. Y eso redunda de forma necesaria e inmediata en la capacidad de defender a los españoles.
Pero hoy la situación ha cambiado. La crisis del covid, que demostró la fragilidad o ausencia de industrias, cadenas de suministro y autonomías nacionales, fue un primer aviso. Le siguió la guerra de Ucrania, que sacudió la conciencia de Europa. Conflictos regionales como los de Israel, Irán, el mar Rojo o el Sahel han completado el cuadro. De repente, lo impensable se convirtió en actualidad. La paz ya no es un estado natural, sino una construcción delicada que necesita ser protegida. Y protegerla implica invertir.
Según un estudio reciente de GAD3 y Tedae, más del 70 % de los españoles considera que la inversión en defensa es necesaria ante el contexto internacional actual. Y aquí se encuentra una de las claves: la percepción. La batalla es también una batalla de ideas. De movilización, o su contrario, en todos los niveles de una sociedad.
Las capacidades de las Fuerzas Armadas, que son nuestra línea de seguridad y salvaguarda de nuestra libertad, dependen de múltiples factores. Por ejemplo, del reclutamiento y retención de talento. También del material del que dispongan. Y aquí juega un papel fundamental nuestra industria de defensa. España cuenta con un tejido industrial tecnológico competitivo, innovador y exportador. Sin embargo, en demasiadas ocasiones, la sociedad lo desconoce o lo percibe con distancia. Grandes referencias internacionales como Indra, Sener, Escribano, Fecsa o TRC.
Debemos ser conscientes de que, además del plano físico, la guerra se libra cada vez más en el plano cognitivo. La información, o, mejor dicho, la manipulación de la información, se ha convertido en arma. La desinformación no es una amenaza retórica: es una herramienta real, desplegada por actores estatales y no estatales con enorme efectividad. Y frente a ello, la comunicación es la mejor respuesta. Es también resiliencia. Es, en definitiva, soberanía. Porque la comunicación, la buena, es la primera defensa y contraofensiva ante la desinformación, un arma de guerra poderosa que vemos día a día y especialmente en conflictos como el de Ucrania.
Porque la comunicación es disuasión. Y la disuasión es la capacidad y determinación del uso de la fuerza, y ambas se transmiten al exterior mediante comunicación. En ese terreno, el cognitivo, están trabajando desde hace tiempo tanto el EMAD como las Fuerzas Armadas. Porque son muy conscientes de que la batalla se libra también en el terreno de las ideas y la percepción. No se trata solo de transmitir lo que hacemos, sino de explicar por qué lo hacemos. No es suficiente con visibilizar capacidades técnicas; es imprescindible conectar con los valores que protegen esas capacidades. Sin relato, no hay propósito. Y sin propósito, no hay legitimidad.
El desafío es transversal. Afecta a instituciones, medios de comunicación, partidos políticos, centros educativos, industria y ciudadanía. Necesitamos pedagogía estratégica. Explicar de forma sencilla, rigurosa y persistente por qué invertir en defensa no es militarismo, sino seguridad. Por qué una industria nacional fuerte en este ámbito no es una rémora del pasado, sino una garantía de futuro. Por qué nuestras Fuerzas Armadas no son solo una fuerza militar, sino una herramienta integral de Estado al servicio del interés general.
La narrativa importa. Y por eso debe estar bien construida. Sin arrogancia, pero con convicción. Sin estridencias, pero con claridad. La defensa no puede ser solo un tema para especialistas: debe formar parte del debate ciudadano. Porque, en una democracia madura, solo se protege aquello que se comprende. Y solo se comprende aquello que se explica bien.
Necesitamos construir una cultura estratégica nacional. Eso implica que nuestras decisiones como sociedad estén informadas por una comprensión básica de los riesgos globales, las dinámicas geopolíticas y el papel que jugamos como país. España no es un actor irrelevante: somos una potencia media con responsabilidades internacionales, una economía abierta dependiente del orden global, un país que necesita estabilidad para prosperar. Defender eso no es opcional.
La batalla de las ideas ya está en marcha. La ganan aquellos que consiguen movilizar voluntades. Y en esa batalla, la comunicación no es un accesorio: es el terreno mismo de combate.