Una de submarinos y de historia
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Una de submarinos y de historia

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La botadura del Isaac Peral, por largamente esperada, constituye un hito sin precedentes en la historia industrial y naval de nuestro gran país. España no había diseñado y construidos submarinos propios, a pesar de ser los inventores de tan extraño artefacto que forja marinos de una calaña especial. Los submarinos de la clase D empezaron a construirse por la SECN, filial de Vickers en España en 1932, cuando el ministro Giral firmó la orden de ejecución para cuatro unidades que no tuvieron un fácil camino interrumpido por la guerra civil. La ayuda americana impidió continuar el desarrollo tecnológico e industrial de la ya EN Bazán en submarinos.

En los años noventa y gracias a la excelente cooperación iniciada con la clase Delfín entre la DCN francesa y la entonces EN Bazán, se había lanzado el submarino Scorpene, con un porcentaje de fabricación para el astillero español del 30%, aunque la propiedad industrial e intelectual fue compartida. Se vendieron unidades a Chile; algún día habrá que contar las peripecias de este submarino y de su entrega dentro de la tormenta de la detención por orden del juez Garzón del general Pinochet. El submarino chileno entregado en Cartagena marcó un record Guinnes al ser el primer submarino mercante de la historia de la navegación.

En los años ochenta se comenzó a trabajar en el diseño de un nuevo submarino, de ahí su nomenclatura S-80, y todo hacía parecer que sería un Scorpene el modelo elegido por la Armada española. Pero después del fracaso de la NFR-90 la fragata europea de los noventa, la Armada se percató de que la solución a sus necesidades pasaba por Estados Unidos y por la extraordinaria alianza industrial, que cada día, aún hoy, es más sólida con Lockheed Martin, en el marco de las fragatas F-100.

La segunda idea clara que tenía la Armada era que necesitaba una propulsión independiente del aire, buscando alargar el tiempo en profundidad, básico para las dos actividades fundamentales que los submarinos modernos habían adquirido, sea-strike y operaciones especiales. Ambas funciones requerían, sobre todo, de un gran sigilo durante largo periodos de tiempo, y éste era un elemento imprescindible en el diseño del nuevo submarino que la clase Scorpene no reunía.

Recuerdo una conversación con el entonces jefe de gabinete del ministro de Defensa, y una de las figuras claves para entender todo lo que aconteció en las Fuerzas Armadas durante las primeras décadas de democracia, almirante Torrente. A veces, he llegado a pensar que nació almirante. El submarino debía tener una solución independiente del aire segura y, no como la de los alemanes que dejaban el casco como una patata, y un sistema de combate americano con capacidades para lanzar misiles Tomahawk. Ésta era la esencia del submao.

Pero los años pasaban y nunca había dinero para los nuevos submarinos. Sin embargo, tuvo el destino la Armada de que se cruzase en su camino un ministro cartagenero y ex auditor de la Armada para encontrar su momento. Había otra figura clave de ese periodo, Jesús del Olmo, que siempre decía que había que aprender de la Armada, "ellos siempre saben aprovecharse del viento a favor para conseguir lo que quieren".

En aquel momento sólo había una línea del presupuesto que decía dos submarinos S-80 66.000 millones de pesetas; y aquello era como un banco pintado que se repetía cada año en el libro amarillo de los presupuestos. Por fin, el ministro dijo: "adelante", y así que acabamos en una reunión en la planta tercera con presencia de la JAL, EMA, DGAM, Digeneco y la Gecoin. Había que entregar al ministro el presupuesto del programa S-80. El subdirector de programas, VA Casajús esperaba.

En la primera legislatura del gobierno del Partido Popular se lanzaron los programas con financiación del Ministerio de Industria, sin ellos nada de lo que ha acontecido en la industria española de defensa hubiera sido posible. En esa legislatura el general Paco Muinelo como Digeneco, fue fundamental. Otra persona clave del núcleo inicial del gabinete de Narcís Serra en el incipiente Ministerio de Defensa en el cuartel general del Aire, y que fue llamado por el nuevo secretario de Defensa Morenés para que le explicara como funcionaba el Ministerio de Defensa por indicación del ministro. Le acompañé en el coche a la reunión; estaba convencido de que ya pasaría a la reserva y se dedicaría a su pasión que era escribir sobre economía de la defensa, lamentablemente, también fallecido recientemente. Un gran agregado de adquisiciones en Washington, y subdirector de Relaciones Internacionales y Digeneco al que sustituyó otro gran profesional, Carlos Valverde, con el que había comenzado mi andadura profesional como interventor en la jefatura de Intendencia de Barcelona en 1990.

Donde había dos submarinos, salieron cuatro, más los torpedos, más AIP, más los misiles, más los extras, más el redondeo. De allí salimos salimos con 1.799 millones de euros, insistí mucho en no llegar a los 1.800. Aquello parecía un disparate, pero eran otros tiempo, y el programa vio la luz.

Luego vino la selección del sistema de combate, Lockheed Martin presentaba la fiabilidad de una cooperación, pero escasa experiencia en submarinos; Raytheon, un sistema muy probado, Thales, buscaba mantener la continuidad y Kongsberg, aprovechar la ventaja de que la Marina noruega había comprado las fragatas a Navantia y había obligaciones de colaboración industrial que satisfacer.

Entre la Armada, ya dirigida por Paco Torrente, y la gerencia dirigida por Antonio Rodríguez, otra persona clave para entender estos años. Recuerdo que un insigne general director de los servicios de información de defensa, ya fallecido, y otro de los hombres claves, me decía que el hombre más listo del ministerio de defensa era Antonio Rodríguez, "es el único que es capaz de hacer callar a los americanos en una reunión".

Construir un submarino como éste ha sido un reto enorme y los retrasos y extra-costes han sido enormes, pero el esfuerzo ha merecido la pena. Primero, porque por fin la Armada tiene un nuevo submarino cuando estaba a punto de perder su capacidad submarina, inasumible para un país como el nuestro; el caudal de conocimientos acumulado en Navantia es enorme; la experiencia sitúa a Navantia en el liderazgo mundial en el diseño y construcción de submarinos y estos se cuentan con los dedos de una mano. Es cierto que fue necesario echar mano de los que mas saben, y en este caso de Electric Boat, del grupo General Dynamics. Que gran decisión fue vender Santa Bárbara a General Dynamics, sin ese nexo este programa hubiera sido mucho más complicado. Es cierto que necesitamos cambiar el modelo productivo del país, pero en ningún otro sector hemos destacado más en el ámbito internacional que en el de la industria de defensa, una lección que siempre debemos tener presente.

La princesa Leonor, su madrina, será algún día la capitana general de los ejércitos y bajo su mando estará este submarino, una prueba ineludible de que España no se entiende sin la mar y sin la tecnología; una demostración de que esta gran nación cuando navega en la misma dirección, a pesar de los vientos en contra, alcanza las metas más grandes.




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