La industria española y el post-Covid
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La industria española y el post-Covid

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Unas semanas antes que el virus del Covid apareciera en China, todos los analistas económicos internacionales vaticinaban una ralentización de la actividad económica mundial, después de unos años de crecimiento económico que vino acompañado, desde la crisis de 2012, de una inmensa inyección de liquidez, que apenas generó inflación. En el periodo que va entre 2014 y 2018, el Banco Central Europeo compró deuda de gobiernos por valor de 2.095.000 millones de euros y de empresas por importe de casi 500.000 millones de euros, con rentabilidad cero.

Los países del norte de Europa, con un crecimiento en los casos de Alemania y Holanda similares a España en el periodo 2013-2019, redujeron la carga de su deuda en más de un 30% del PIB entre 2013 y 2019 (Alemania, Suecia y Holanda) y todos gozan de superávits presupuestarios desde hace años.

Italia, a pesar de que su deuda continúa creciendo, pero a un ritmo muy inferior a España y Francia, y ya supone el 135% del PIB, ha realizado un ajuste de su déficit público que se quedó en 2019 en el 1,8% del PIB, desde un déficit en 2013 del 3%. Lo cierto es que Italia lleva años conteniendo el déficit, incluso en los peores momentos de la crisis.

Reino Unido en estos años ha continuado con un crecimiento de la deuda, aunque el esfuerzo de contención del gasto ha sido enorme al reducir el déficit público del 8,2% del PIB en 2012 al 2,1% del PIB en 2019, y eso a pesar de que su economía creció acumuladamente un 20% en el periodo 2013- 2019, un poco menos que España.

Sin embargo, España, se embarcaba en una política expansionista del gasto, que condujo a un aumento del endeudamiento público que creció tan sólo en 2019 en 15.000 millones de euros y de las necesidades de financiación en los últimos doce meses con un incremento del déficit público en 5.000 millones de euros, como consecuencia de los procesos electorales y sus consecuencias. Para entender el rumbo errático de las finanzas públicas en España valgan tres datos. Entre 2013 y 2019 el PIB creció el 22% y el PIB per cápita el 17%, con una inflación inferior al 1,5% de media.

Pues bien, en este periodo el gobierno se gastó 300.000 millones de euros más de los que ingresó y el saldo de la deuda pública creció un 22%, y eso con un esfuerzo enorme de ajuste en las finanzas públicas que permitió que el déficit se redujera desde casi el 8% de 2013 a la tasa actual inferior al 3% en diciembre de 2019, un ajuste de 60.000 millones de euros.

El sobrecalentamiento de la economía española, gracias a las inyecciones de liquidez del BCE que compró deuda pública española por valor de 260.000 millones de euros y 18.000 millones de deuda de empresas, y al déficit público acumulado de 300.000 millones, permitieron un crecimiento que debido al COVID se terminará; es decir los fundamentos de nuestro crecimiento de los últimos cinco años han desaparecido de golpe.

La nueva inyección de liquidez aprobada por el Banco Central contra el Covid en poco nos va a beneficiar, ya que, a diferencia de la inyección anterior, se produce en un momento de depresión económica y no de crecimiento como en el anterior programa de compra de deuda. El BCE ya posee un 21% del total de nuestra deuda, mientras que el 45% está en manos de no residentes en la Unión Europea. En 2006, Francia, Alemania y el BENELUX tenían el 50% de nuestra deuda; ahora no llegan al 10%, lo que nos hace más vulnerables a las tensiones de los mercados de deuda. Otro dato para recordar es que la deuda pública española era en 2008 de 387.000 millones de euros, y que esa cifra se ha cuadriplicado en apenas 10 años.

Cada año el estado dedica a pagar intereses de la deuda unos 30.000 millones de euros, y la factura anual del nuevo endeudamiento, y gracias al soporte generoso del Banco Central, se acercará a los 40.000 millones de euros anuales, con la vulnerabilidad de la prima de riesgo para un país que en 2019 emitió deuda por valor de 200.000 millones de euros.

Con tasas de crecimiento similares a las de España, los países del norte han acumulado un ahorro superior a los 200.000 millones euros en el periodo 2013-2019, que ahora anhelamos para continuar con una política que ya no es viable, ya que España no puede aspirar a contribuciones netas de la Unión Europea, al ser contribuyente neto del presupuesto comunitario; el recurso del MEDE limitado al 2% del PIB, es claramente insuficiente y toda la deuda emitida lo es con respaldo del BCE, que tiene sobre su cabeza al Tribunal Constitucional alemán.

La epidemia ha paralizado durante meses la economía mundial, aunque no todos los países se enfrentan a la pandemia con una perfecta coincidencia temporal, ya que existe un pequeño desajuste entre China y Corea, el resto de Europa y América. Es la primera crisis en la historia en la que todo el mundo pierde; no hay, como en otras recesiones, países que ganan y otros que pierden en un momento dado. Esto también implica que no habrá vencedores de esta crisis, y que sólo un esfuerzo colectivo global permitirá la recuperación a los niveles anteriores a enero de 2020. La Unión Europea se va a quedar pequeña para solventar esta situación.

El Covid-19 y sus efectos en la economía española

La gran incertidumbre que nos atemoriza es qué pasará cuando el confinamiento se acabe, y en un tiempo largo que nadie es capaz de definir, hasta que haya una vacuna extendida mundialmente, cómo funcionará nuestra economía globalizada. Los vaticinios son de todo tipo, desde los que hablan de recuperación en V, esperando un efecto repunte automático, a los de una en U, con una cierta fase depresiva del ciclo que los optimistas esperan que no se extienda más allá del verano. A mi juicio, nos enfrentamos a una situación de W.

La tremenda inyección de liquidez a los bolsillos de trabajadores y empresas como consecuencia del Covid, permitirá un efecto de ilusión monetaria. En cuanto se abran los comercios, restaurantes y hoteles, el impacto sobre el consumo será enorme y podríamos tener un tercer cuatrimestre de 2020 con unos índices de recuperación sobre el consumo muy relevantes, hasta tal punto que con una inyección equivalente al 30% del PIB, en una economía basada en el consumo, podríamos recuperar una parte importante de lo que perdamos en la primera mitad del año.

Los análisis macroeconómicos están ofreciendo una caída del PIB para 2020 del 10% con una inyección de liquidez del 20% del PIB. El factor que puede distorsionar esta inyección de liquidez en la economía es la parte de este oxigeno que vaya al ahorro ante las incertidumbres a medio plazo, pero es conocida la propensión al consumo del español.

Pero el problema vendrá cuando el efecto de la ilusión monetaria desaparezca y volvamos a una realidad que será una sociedad que se habrá dejado en el camino 500.000 nuevos parados, un déficit público cercano al 10% y una deuda que alcanzará el 120% del PIB con una prima de riesgo más alta, para una economía que necesita entubarse todos los años para mantener su liquidez. La caída de sueldos reales, más la reducción de los precios de las materias primas que se alargará al menos dos años, nos llevarán a una situación muy similar a la japonesa, sin crecimiento, fuertemente endeudados y con deflación, con la pequeña diferencia de que Japón está endeudado con sus ciudadanos y no parece muy probable que los japoneses tiren su país por la borda, mientras que la mitad de nuestra deuda está en manos de no europeos, para los que somos sólo un porcentaje.

El plan para la recuperación de la Unión Europea propuesto por la Comisión constituirá un instrumento crítico; sin embargo, su éxito dependerá del uso que hagan los gobiernos, ya que al final, salvo pequeños ajustes, todo el dinero que se reciba deberá ser reintegrado por cada país ya sea con más impuestos, devolución de préstamos y reducción de otras políticas comunitarias como los fondos de cohesión o la PAC, que sufrirán recortes muy significativos. El éxito final de este paquete de ayudas dependerá de la movilización del sector privado con el que se pretenden levantar inversiones estratégicas por valor de 150.000 millones de euros. España deberá mantener unas tasas de crecimiento a partir de 2023 superiores al 3% anual para amortizar toda la ayuda recibida en un periodo de tiempo suficientemente largo para que no se haga imposible de ejecutar. Dedicar esta ayuda a mantener subsidios y transferencias de renta, no permitirá conseguir los objetivos macroeconómicos, ni generar los recursos para su amortización.

Para 2022, la capacidad de insuflar liquidez a la economía se habrá extinguido y entonces vendrá la recesión y la opción de endeudarse más estará descartada. El Tribunal Constitucional alemán habrá ya cortado las alas al BCE, y no nos quedará otra que buscar mecanismos de ajuste que nos permitan recuperar rápidamente lo perdido, lo que nos podría llevar un plazo de cinco años como mínimo, en el caso de que exista una vacuna efectiva en los próximos doce meses y con las implicaciones políticas que ello puede conllevar.

Las lecciones de los anteriores ciclos económicos nos muestran unas variables muy interesantes a considerar.

Aunque la industria manufacturera ha venido perdiendo peso sobre el PIB total, ya que en 1997 alcanzó un pico del 16,9% del PIB y en la actualidad se encuentra sobre el 11%, ha resistido mejor a las crisis económicas, siendo el sector que mejor comportamiento tuvo en épocas de recesión, lo que provoca en contrapartida que, en cada retroceso, las divergencias territoriales crezcan entre las zonas industriales y las de servicios de bajo valor añadido.

La segunda variable es que la construcción que, en 1995 se movía en torno al 8,7% del PIB, y que llegó a su pico en el tercer trimestre de 2006 con casi un 11%, en la actualidad ha caído hasta el 5,9% en 2019, aunque con un ligero incremento desde el 5,1% del PIB en 2014. Esto significa que la construcción no tuvo un incremento muy significativo de su peso sobre el PIB entre los años 1995 y 2007, -inferior a 3 puntos del PIB- es decir no hubo una burbuja de la construcción sino una burbuja financiera alrededor de la construcción privada, básicamente residencial. Es decir, existe un margen para el crecimiento de la construcción en los próximos años, una vez se reactive la economía, sin las aventuras crediticias de los años anteriores a la crisis.

A pesar del fuerte crecimiento del turismo, comercio y hostelería en estos últimos años, su peso sobre el total de la economía ha variado muy poco. En 1995 suponía el 23% de la economía española, bajando justo antes de la crisis de 2008 al 19,6% y en 2019 se movió en torno al 21,6%. Esto significa que su peso en las variables del crecimiento económico ha sido muy limitado, a pesar de los notables incrementos de las llegadas de turistas, que alcanzaron un récord en 2019 de casi 84 millones frente a los 60 millones de 2013, por lo que no podemos esperar que sea un sector que sea un revulsivo a corto y medio plazo.

Tampoco el consumo público ha crecido mucho en estos años, más bien, desde 2011 que alcanzó el 17,4% del PIB, ha habido una constante, pero muy ligera reducción de su peso; la cifra de 2019 se movía en el 16,3%. La disminución del peso del gasto público sobre la economía, que ha permitido la reducción del déficit público, ha sido muy significativa desde el 45,8% del PIB en 2013 al 41,90% del PIB en 2019, y eso explica tanto la reducción del consumo público como muy en particular de la inversión pública; por otra parte, el gasto en pensiones ha continuado con su cifra expansiva ya que en 2013 había 8.209.000 pensionistas y en 2020 hay 8.900.000 pensionistas; el gasto mensual en pensiones en abril de 2013 fue 7.707 millones de euros y en abril de 2020 de 9.879 millones de euros, un crecimiento del 28% del gasto en pensiones mientras que el total del gasto público en el mismo periodo se incrementó en un 11,6%, es una brecha que continuará aumentando en los próximos años.

Así que los dos vectores del crecimiento desde 2013 se encuentran en los “servicios de información y comunicaciones” que incrementaron su peso en el PIB desde 2013 a 2020 en un 30%, y de las “actividades profesionales, científicas y técnicas” que crecieron un 24%. Estos dos únicos sectores han asumido el peso del crecimiento económico desde el final de la recesión, lo que demuestra que se ha producido un cambio de modelo económico sin precedentes en la última década.

De la combinación de todos estos factores debemos concluir que la tecnología, en la que podríamos incluir una parte muy importante de los segmentos de servicios indicados, y la industria, son aquellos sectores que más asegurarían la recuperación económica en el corto plazo, y que además le darían mayores dosis de estabilidad a nuestra economía. Sin embargo, son los sectores en los que la inversión más se ha reducido, especialmente la pública en los últimos años.

La evolución negativa de la inversión pública en lo que va de siglo, es sin duda una losa sobre la sostenibilidad del crecimiento futuro teniendo en cuenta que vamos a necesitar un salto cualitativo en los próximos años para hacer frente a las consecuencias del Covid. La inversión pública sobre el PIB se mantiene en un porcentaje estable del 2% desde 2013, mientras que la media de los años anteriores a la crisis fue del 5% del PIB. Esto significa que cada año estamos perdiendo una inversión potencial de unos 35.000 millones de Euros sobre las cifras media de los últimos cuarenta años.

La inversión pública sobre el total de la inversión nacional ha vuelto a los datos de las últimas décadas del siglo pasado, es decir el 11% del total. Sin embargo, lo más significativo es que la inversión pública sobre el total del gasto público supone el 5,1% cuando en el año 2008 era el 12%. Es decir, que venimos asistiendo a un enorme y dramático proceso de descapitalización, de manera que las tasas actuales de inversión pública ni siquiera cubren los gastos de la amortización de las infraestructuras existentes; es decir no hay capacidad ni para mantener adecuadamente las que ahora disfrutamos.

Es esencial regresar a tasas de inversión sobre el PIB cercanas al 4% a partir del próximo año, con el fin de reactivar la economía de una forma rápida; la ventaja de encontrarse en cifras tan bajas permite un crecimiento exponencial, que en ningún caso se producirá ni en el consumo público ni en el privado, que con mucha suerte conseguirá mantenerse en los próximos años. Para superar la crisis de 2022, que se manifestará con más crudeza en el segundo semestre, necesitaremos invertir los escasos recursos disponibles en potenciar aquellos sectores más dinámicos y estables para superar con sostenibilidad esta recesión. No se trata de invertir en cavar zanjas, sino en los sectores que más contribuyan a este efecto acelerador de la economía a medio y largo plazo.

La industria de aeroespacial y de defensa facturó en 2019, doce mil millones de euros, lo que supone un 11,5% del total de la industria manufacturera española; y exporta bienes por valor de 7.800 millones de euros, lo que supone un 12,5% del total de nuestras exportaciones de bienes. Esta industria, unida a la de la alimentación, suponen más del 25% de la actividad industrial de nuestro país, con una demanda muy inelástica, ya que está menos influenciada por los ciclos económicos. De hecho, la industria aeroespacial y defensa apenas sufrió por la crisis de 2009. a diferencia de la automoción que sufrió un descalabro sin precedentes por una elasticidad brutal de la demanda.

Por esta razón, ante situaciones de recesión, la promoción de sectores anticíclicos, escasamente ligados al consumo, son fundamentales tanto por su impacto tractor como tecnológico, aprovechando la existencia de un tejido industrial y profesional generado durante décadas.

El cambio de paradigma económico es un espejismo

Existe una coincidencia en todos los agentes económicos de que nuestro modelo económico presenta agujeros negros que generan numerosas incertidumbres sobre el futuro económico y social de nuestro país. Si bien somos conscientes de que en las economías modernas el sector servicios tiende a ganar peso, se debe sobre todo al consumo producto de una mayor riqueza relativa de la población y a la demanda exterior de bienes y servicios como por ejemplo el turismo. También es cierto que en los últimos diez años el crecimiento de servicios asociados a las comunicaciones y a la informática, esconde en el fondo actividades cuasi industriales o muy ligadas a la tecnología.

Si nos centramos en la industria, como motor de desarrollo, de lo que creo que no hay dudas, nuestro modelo actual presenta tres grandes deficiencias que condicionan su reconversión.

a) La toma de decisiones de nuestras industrias se haya fuera de España en un porcentaje que supera el 75% de las 500 grandes empresas de nuestro país que facturan un billón de euros y emplean a 3,5 millones de personas. Y si nos adentramos en aquellas industrias más ligadas a las tecnologías los números son todavía más negativos; en el sector de manufacturas de 21 empresas sólo cinco tienen centro de decisión e ingeniería en España; en automoción 10, de 46; en Químicas 7 de 40; en equipos eléctricos y electrónicos 2 de 20 y en fabricación de elementos de transporte 2 de 8.

Los planes de ayudas post covid que están poniendo en práctica los países propietarios de nuestras industrias seguro que no van a apoyar o fomentar el crecimiento de factorías fueras de sus fronteras, por lo que estarían en peligro cientos de miles de puestos directos y más de un millón de puestos indirectos, en sectores muy susceptibles a la deslocalización. El fenómeno contrario es relativamente pequeño no más de quince empresas españolas producen fuera de nuestro país, y el 90% de esta vasta producción no se destina a nuestro mercado, por lo que la capacidad de reubicar producción en España sería mucho más negativa.

b) El modelo industrial de nuestro país que ofrece unos precios de energía claramente superiores a Francia y Holanda y en la media Europa, se basa en una competitividad salarial y en ayudas públicas, lo que implica que al final las decisiones para mantenerse en nuestro país solo se basan en ajustes de sueldos y mayor competitividad y subvenciones.

c) El gasto en Investigación y desarrollo en España se encuentra en el 1,24%, es decir unos 14.000 millones de euros; de ellos 8.000 millones los invierten las empresas con un porcentaje de ejecución cercano al 100% y las administraciones que gastan unos 6.000 millones con un porcentaje de ejecución que no llega al 30%; es decir incrementar recursos no es suficiente, ya que no existen industrias ni universidades ni centros de investigación para acoger una cantidad tan exigua como 3.000 millones de euros que se quedan en las arcas del estado. Es decir, sin base tecnológica, ni siquiera es un problema de recursos, es que sencillamente no hay ni capacidad ni mercado y de ahí que al final seamos la China de Europa, con la salvedad de que China gasta en I+D el triple en porcentaje del PIB que España; es decir 200.000 millones de euros al año frente a nuestros 14.000 millones.

De esta manera cualquier cambio de paradigma económico nos llevaría al menos una generación de hacer bien los deberes, lo que para España sería un logro sin precedentes. Nos tendríamos que remontar a los años de la fundación del INI para ver a una industria española liderando sectores a nivel mundial.

Seguir apostando por un modelo a corto plazo de mantener empleo a costa de reducir sueldos, no nos permitirá llegar muy lejos. La apuesta de futuro pasa por desarrollar capacidades industriales nacionales y apostar con recursos a aquellas tecnologías y compañías con mayor capacidad de absorción en el medio plazo. Nos equivocaríamos de plano si no dedicáramos los fondos de reconstrucción a esta única tarea; si lo vamos a hacer pensando en las próximas elecciones, el tiempo se habrá acabado, y todavía deberemos devolver todo lo que recibiremos. En diez años, las tecnologías disruptivas, que se expanden por los países desarrollados, nos habrán dejado tan atrás, que la argentinización del país será inevitable, apostando todo a ser el geriátrico y el destino turístico de medio mundo, compitiendo con Túnez, Croacia, Grecia, Egipto. Si estos van a ser nuestros competidores en el futuro económico, no nos podemos imaginar viviendo como alemanes o franceses y con sus mismos niveles de servicios.



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